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Autor Tema: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.  (Leído 9720 veces)



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HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« en: Mié, 25 Octubre 2006, 16:59:53, pm »

Las estadísticas:

Vehículo: Mercedes-Benz Viano Marco Polo
3.2, versión 2004
Km totales: 8899



Duración: 25 días (del 24 SEP al 19 OCT 2006)
Países en tránsito: 8
Monedas utilizadas: 4 (EUR, CHF, PLZ, LTL)
Poblaciones visitadas: 74
Presupuesto íntegro todo incluído 2 personas 25
días: 4100 € (82 € persona/día combustible, comidas,
compras y extras)

El estilo:

Quiero disculparme, antes de todo, primero por no
saber resumir mejor lo vivido en estos días: muchos de
los sucedidos os pueden resultar irrelevantes e
incluso obscenos; y de otro lado, por la visión
ofrecida de los lugares, las personas y las
circunstancias, que necesariamente es subjetiva,
opinable y en todo caso enfocada a nuestro modo, que
seguramente no es el mejor, pero es el nuestro.

Si alguno consigue llegar hasta el final de
tirón
, que me escriba para incluirlo, agradecido,
en mis últimas voluntades...

Hay que reconocer que la manera de viajar que
solemos practicar no es muy estándar. No sólo
porque moverse en camper como hacemos los foreros es
ya una opción minoritaria y hasta mal vista, sino
también porque nos resulta muy apetecible viajar
de madrugada,
sin tráfico (y sin calor en verano);
dormir por la mañana, el mejor antirrobo;
vivir las ciudades por la tarde, cuando más
ebullen; y patearlas  o entregarnos a sus
solaces cuando destilan esencia, en la noche.
¿Alguien recuerda haberse sentado en una terraza de la
Plaza de San Marcos de Venecia completamente en
soledad? Nosotros sí.

Ello tiene varios inconvenientes: el más serio
es encontrarse muchos atractivos fuera de su horario
de visita. Hay veces que ni puedes verlos por fuera.
También el tener que tirar de fast-food porque
los comederos decentes ya tienen cerrada la cocina.

Pero hace brillar diversas ventajas como que
nadie te abrase con el claxon las mil veces que uno se
equivoca de carril o dirección en tan desconocidos
parajes. Y, ¿qué me decís de aparcar sin más trámite a
la puerta de cualquier cosa del centro sin que te
cueste un céntimo? O escoger el sitio en el
aparcamiento de lo que vamos a visitar al día
siguiente. Adiós a los atascos de mañana y
tarde.

Si te dejas cosas por ver, ya hay excusa para volver
en otra ocasión. Al fin y al cabo, la joya de
cualquier pinacoteca seguirá en su sitio veinte años
después. Sin embargo, nuestros veinte años (en cada
pata) no volverán jamás. Es el momento de darle
gustito al cuerpo. Después lo demás.

La aventura:

Viajar es más un concepto que un hecho. Es aventurarse
a lo desconocido, aunque se repita lugar.

Para nosotros es coger las llaves, la cartera, y
algún manual
de superviviencia. Las guías, la
comida, la ropa... ya están por defecto en la
furgo. Podría resumirse en la ingenua pregunta
de mi carnicera el día antes de empezar el periplo:

Oye, ¿y por qué carretera se va a Rusia?
decía metiendo un poco de jamón de Salamanca en cada
envase al vacío.
Pues, mujer: por la de Valladolid...

Los prejuicios:

Los escenarios apocalípticos que nos dibujan los
telediarios sobre según qué sitios tiran a la gente
para atrás. Con lo a gusto que se está en casa...

Para mucha gente, Euskadi es un lugar en guerra al que
es peligroso desplazarse. Conozco a varios que piensan
así. Sin embargo el viaje demuestra que en el
centro de Barcelona, Alicante o Sevilla se respetan
menos tus propiedades
que en Zagreb o Budapest.
¿No seremos nosotros los peligrosos?

El idioma:

Otro acojone que aborta muchísimos viajes es
esa ensalada infame de acentos sobre impronunciables
consonantes, oes partidas por la mitad y
zetas con cuernos. Es más el ruido que las
nueces. Con muy poco de inglés, los dedos de la
mano y algún billete no se te sube a la chepa
ninguna cajera de supermercado ni gasolinero. Ni
aduanero, ni camarero. Para los casos más graves
(¿quién se pone a estudiar húngaro o polaco?) bastan
unos cuantos folios con la pronunciación figurada de
unas cien expresiones frecuentes (saludar,
pedir cosas, números, comidas, preguntar una
dirección...) que puede uno bajarse en un momento de
cualquier web sobre el tema.

El dichoso avión:

Hay sitios que no hay más remedio que alcanzar así.
Para los demás, nada puede compararse con ir viendo
cómo los lineales de los hiper se
metamorfosean lentamente. Los yogures adquieren
extrañas formas ovales y aumentan de peso neto. ¿Por
qué los del LIDL pesan el doble que los Danone?
Los precios del salmón ahumado se tiran en picado todo
lo que se estiran los del aceite de oliva. Y los
panes,
¡ay los panes! Eso es la quintaesencia de
los pueblos. Quien no los va probando todos, no ha
estado en ninguna parte...

Cómo va a ser lo mismo aterrizar en Helsinki que ir
llegando poco a poco con una furgo... viendo el cambio
de luz, de tez, de acento, de vida... Un vuelo es como
trasplantar una maceta de la tundra a la selva.
O al revés...

Los objetivos:

Nos proponemos llegar de alguna manera hasta
Rusia.
En la embajada nos han informado del sinfín
de trámites que se necesitan para tan sólo entrar en
el primer pueblo tras alguna frontera (pedir cita, ir
personalmente a Madrid, hacerse las fotos, pagar más
de 100 € cada uno, rellenar varios impresos, declarar
la ruta, aportar reserva confirmada de hotel...). Así
es que tenemos claro que regularmente no va a ser.
Tampoco nos importaría intentarlo con
Bielorrusia.
Aunque, bien mirado, las policías en
las dictaduras tiñen sus actos con menos poesía.

Lo que sí tenemos claro es que deseamos ver con cierto
detalle algunos de los escenarios más importantes
de la Segunda Guerra Mundial en Polonia
y de la
Guerra Fría entre las dos superpotencias. Y también
nos haría ilusión empezar a visitar las tres
repúblicas bálticas por la más desfavorecida:
Lituania, la que está más al sur. Que sean ya
comunitarias nos lo pone más fácil.

La última vez que estuvimos en Polonia, con el
viejo Renault 21, fue una fugaz incursión a los
pueblos de la frontera oeste, a la altura de Frankfurt
del Oder. Vimos caminos de cabras, mucha pobreza y
tuvimos un incidente de tráfico cuando, por hacer en
Slubice un giro que seguramente no estaba
permitido, nos retuvo unos minutos la policía.

Estamos seguros de que ésa no puede ser la imagen
correcta del país. Hay mucho por descubrir...

1

Bueno, pues el relato de este periplo comienza de una
guisa muy convencional: despedirse de amigos y
vecinos y, a falta de retoños, darle las últimas
pasadas por el lomo a las mascotas.

Son dos gatitas de raza común europea. Es decir:
sin raza. Una muy tontorrona, fiada y cariñosa.
Parece un perro pequeño. Se llama Elena.



La otra, lista como ella sola, esquiva y solitaria.
Como ya habréis deducido, responde por
Cristina.



Quizá si adoptásemos otra más, también lista y
trepadora, la llamaríamos Letizia, con
zeta.

Bien cargada de gasolina de 98 en el surtidor del
Leclerc, la más interesante de esta provincia,
ponemos proa hacia Vizcaya.

En el maletero algunos mapas de carreteras de
Polonia y de las principales ciudades porque el
disco del navegador (el de 2005) no trae
todavía los países del Este, excepto Chequia. Y no hay
ganas de comprar por 400 € los de este año. También
hay lo que nos ha mandado por correo la oficina de
turismo polaca
en Madrid.

De Lituania, nada. Ni planos, ni vocabulario,
ni divisas. Quién sabe si llegaremos.

En la guantera un par de tarjetas MasterCard,
una de débito (la de la caja de ahorros del barrio) y
otra de crédito (la del RACC, que con las compras
acumula noches gratis en Paradores). Y una VISA por si
falla alguna de las otras. En efectivo, 600 € en
euros, 300 € en zlotis polacos y 200 € en
francos suizos, encargados la semana anterior.

A los que vivís alrededor, os interesa saber que la
gasolinera del Leclerc de Miranda de
Ebro
es, en las últimas comparativas, una de las
más baratas del país. Nosotros solemos abrevar
allí si usamos la zona de la AP1. Además, en la
cafetería del hiper dan un interesante menú.

Lástima que ese día fuese domingo porque los
dispensadores automáticos de tarjetas funcionan mal y
siempe nos rechazan las nuestras. Quizá porque no son
con chip, las más extendidas en Francia. Así es
que nos conformamos con la del área de servicio de
Quintanapalla, cerca de Burgos.

Esta etapa de transición termina acoplando felizmente
la furgo en el garaje subterráneo de la cuñada en el
erandiotarra barrio de Astrabudúa.

A pesar de la mala fama que arrastra en general la
figura de la cuñada, ésta es un encanto capaz
de rellenar y hornear una merluza del Eroski y acabar
la jornada en animada conversación.

2

Pasar por Vizcaya siempre merece la pena. Así es que
madrugamos para ir de librerías por el casco viejo de
Bilbao, comprar algo de lotería de navidad
por si acaso
en la administración número dos del
19 de la calle Tendería. Allí hay una curiosa
colección de décimos capicúas integrales de los
años ochenta pasados.



Con alguna compra más y una rápida pasada para ver
cómo están reformando el mercado de La Ribera
se nos llegó la hora de comer; o, mejor dicho, la de
hacer la comida donde la anfitriona, porque me tuve
que currar la paella que, como pasa siempre,
pudo haber salido mejor...

Al volver en el metro nos asalta la anécdota
del día: un marido pasea por la Gran Vía con el
teléfono de una mano

–No, cariño, estoy aquí en Bilbao, aburrido...

y bien agarradita de la otra a una voluptuosa
rubia
recién entrada en nómina.

La escena, a las puertas del ascensor del
metro, es seguida con todo el interés por una
ancianita no por provecta menos espabilada que nada
más entrar en el cajón soltó en voz alta en ese
entrañable acento bilbaíno:

–Los móviles ya son una alcahuetería.

Todos nos reímos con ganas. Es así la vida.

Cumplimentada la familia y repostado y lavado el coche
en el Alcampo de Irún, en la AP8, una
voluntariosa comercial se nos acerca al coche antes de
pasar por las cajas. Nos lo hizo tan bien que
consiguió que nos apuntáramos a la tarjeta del
hiper,
esa de los descuentos. Total, nos
viene bien para todas las veces que solemos subir de
fiesta a Biarritz.

Adonde llegamos una media hora después. En el paso
fronterizo, como casi siempre desde hace meses, la
famosa huelga encubierta por la que las
policías hacen bastante la vista gorda a todo lo que
pasa, justo lo contario de cómo se portan en La
Jonquera,
a la otra punta de la cordillera.

Los acordes de La Marsellesa, tal vez el himno
más bonito de los nacionales, inunda el habitáculo
durante 20 segundos. ¡Ah! Se me olvidaba decir que en
los viajes internacionales llevamos descargados en
MP3 los de los países a visitar y, en el
crítico momento de atravesar la frontera,
escuchamos el del país que nos recibe.

Es un poco horterada, pero hace bonito.
Diferente. Es incluso emocionante alguna vez, sobre
todo al volver a España después de miles de kilómetros
fuera.

Biarritz es un destino algo subidito de precios
y siempre glamuroso en condiciones normales. De
las que no gozaba en absoluto un pobre
conductor
ya de cierta edad que se había
despistado en el peaje
y estaba a punto de
ocasionar una carnicería.

Veamos la situación: Éste es el plano del
enlace suroeste 4 de Biarritz sobre la
autopista A63. En el eje horizontal se ven las
calzadas principales de San Sebastián a
Burdeos. Esta salida es la típica que tiene una
barrera para los vehículos que circulan en
tránsito,
y otra específica para los que salen y
entran en ese punto a la ciudad.



Pues bien, por las apreciaciones que creimos entender,
el suceso debió de suceder así: un vehículo procedente
del lado San Sebastián, tras abonar el peaje
de tránsito, decidió o bien pararse a descansar
en lo que creyó acceso a un área, o bien entrar en
Biarritz pensando que le bastaba girar a la
derecha en la primera ocasión posible. Y lo que hizo
en realidad es acceder en dirección prohibida
por un bucle que sirve para que los vehículos que
acaban de entrar por el peaje de la ciudad accedan a
la calzada sentido Burdeos.



Por los restos de cristales que había en el suelo y la
posición en la que estaba el coche siniestrado,
parcialmente colisionado contra la mediana de hormigón
por la aleta delantera derecha, en su inocente avance
por dirección prohibida debió de encontrarse con
alguno de los coches que por su carril avanzaban
correctamente. Y trató de esquivarlo
arrimándose lo más posible a su derecha. El otro
conductor, en plena aceleración y en curva cerrada,
como mucho, debió de pararse una vez alcanzada la
calzada principal y no en ese peligroso punto.



Pasados unos instantes de esta hipótesis de trabajo,
llegamos nosotros procedentes de San Sebastián
y tomamos la salida que nos conducía al peaje de
entrada en Biarritz, puesto que no deseábamos
usar el de tránsito hacia Burdeos. Allí,
al otro lado del parapeto en curva vimos la situación



y no pudimos más que avisar continuamente con el
alumbrado de carretera
a unos cinco o seis
vehículos que entraban por el peaje y se dirigían
deprisa y fatalmente contra el pastel, que casi
obstruía la calzada entera.



Antes de pagar, con excitación, avisamos en nuestro
francés de instituto a la operadora para que
cerrara las barreras y diese la alarma, cosa
que hizo en el acto. Ignoramos ya la suerte del
encontronazo de todos los que iban hacia la curva,
pero horas después, cuando abandonamos este bello
enclave de la costa vascofrancesa, nos dijeron
simplemente que ya estaba todo arreglado,
aunque quedaban restos de la batalla por el asfalto.

Cosas que pasan... Y menos mal que casi no había
tráfico...

¿Qué decir de una playa de aristocráticos palacetes,
farallones rocosos que iluminan cada noche la negrura
del Cantábrico sobre la que destaca ese Casino
mítico
rodeado de hoteles de película romántica?



Y de sus olas... no creo que haya surferos que
no se hayan acercado alguna vez al otro lado del
imponente faro blanco, en la playa de La Chambre
d’Amour, en Anglet.

Allí hay furgos preparadas de todos los gustos
llenas de tablas y neoprenos.

Nos gusta venir más o menos todos los trimestres a
comer por aquí. Inexcusable siempre también una visita
a la confitería Mandion, que es sublime
en todos los aspectos.

Ya he explicado en privado a varios foreros un
lugar furgoperfecto al que siempre volvemos y
del que nunca nos cansaremos, sobre un acantilado,
rodeado de paz, sin prohibiciones y con unas
vistas sobre las aguas de las que no se olvidan.

En él dimos cuenta de la cena mientras la lluvia se
empeñaba en atormentar la fibra de vidrio de nuestro
techo.

Vueltos a la ruta, a la altura del área de descanso de
Lacq-Audejos, en la A64, el sueño nos vence.
Comienza nuestra pernocta número 208ª en la Marco
Polo.


Estamos solos en el aparcamiento. Claro: es lunes. La
autopista suena muy a lo lejos con un rumor de tarde
en tarde. Al fondo, la cumbre del Pic du Midi. Buenas
noches...

3

Al despertar nos encontramos rodeados de familias
entregadas a sus pic-nics. Como la envidia todo
lo corroe, hecha la compra en el Intermarché
del siguiente pueblo grande (St Gaudens), que
encontramos gracias a la amable colaboración de la
operadora del peaje de la autopista, almorzamos en la
furgo en un lateral de su aparcamiento con las
cumbres como fondo.

De ver la tele, nada. La nuestra, como casi
todas en España, está adherida al sistema PAL/NTSC,
mientras que en Francia se difunde en SECAM.

Tras repostar con un buen descuento en la propia
station essence del sitio, nos enfrentamos  a
un fenómeno paranormal al volver a la
autopista: tras recorrer unos treinta kilómetros desde
donde la operadora nos había indicado, nos la
volvemos a encontrar
en otra barrera.

–Mira, ¡es la misma tía de antes!

Para más confirmación, motu proprio, la
misteriosa piba nos pregunta si nos habíamos
apañado bien para encontrar el Intermarché.
Invadidos por la aprensión, empezamos a temernos que,
caída la noche, nos aparezca en el asiento de atrás
como chica de la curva diciéndonos lo de
aquí me maté yo para luego desaparecer...
Glups...

Como ya hemos ido muchas veces a Toulouse y la
hora del atasco monumental en la rocade
(circunvalación) no acompaña, la A61, autopista de los
Dos Mares, dirección Carcasonne, nos dice
cómeme y entramos al trapo.

A nuestra derecha, cinco años después, continúan
abandonados junto a un caudaloso Garona los restos del
terrible siniestro ocurrido en la Fábrica de
Fertilizantes Químicos AZF
a las 10:18 horas del
21 de septiembre de 2001.

Poca gente en Europa le dio importancia a este suceso
porque estaba muy reciente lo de sólo diez días antes
en el World Trade Center de Nueva York. Pero el cráter
de 30 metros de diámetro y diez de profundidad en el
suelo del hangar 221 de la planta todavía hoy recuerda
que allí murieron 30 personas y resultaron
heridas nada menos que nueve mil. 228 millones
de euros ha costado reconstruir todo el barrio que la
onda expansiva arrasó literalmente.



La investigación concluyó que un empleado de una
subcontrata, por error, confundió un saco de 500
kg
de productos clorados (DCCNA) con granulados de
nitratos y lo vertió sobre el stock de
amonitratos un cuarto de hora antes. Entonces, la
mezcla se transformó en tricloruro de nitrógeno, un
gas inestable que explota a temperatura
ambiente.


Nos horroriza pensar en los que murieron en plena hora
punta en esta misma circunvalación, que pasa a
escasos cien metros del epicentro de la tragedia
aplastados en sus propios coches bajo los
cascotes de la fábrica caídos del cielo...

Tras reposar de tanto kilómetro en el área del
Canal de Midi,



una buena recreación de la vía de comunicación
acuática más importante del sur de Francia (une
indirectamente el Mediterráneo con el Atlántico),



la estampa de Exin Castillos hecho realidad de
la doble muralla de Carcasonne corre a lo
lejos. Pasamos Montpellier y una cena rápida
nos repone en el área de descanso de St Aunès,
ya en la A9. En otra, con los grifos más accesibles,
rellenamos la furgo de agua. Y en la de
Montelimar, célebre por sus turrones
tipo Alicante, que tiene un bosquecillo
bastante apartado de las calzadas, despachamos en el
móvil la cuenta de correo y nos acostamos sin ninguna
compañía.

4


Cumplidas las urgencias matinales en los baños
del área, muy limpios por cuanto no es verano, al
volver al Viano veo que tenemos casi al lado
una caravana holandesa con bola con un
matrimonio entrado en la sexta década. De la puerta
abierta sale un olor a café recien hecho que
subyuga.

Nos hacemos en un rato clientes del hipermercado
Géant de Valence y de su económica
gasolinera. Y nos comemos la merluza estupenda que nos
cortó su pescadera en un área de la A7 antes de llegar
a un Lyon con los accesos atascados.

Tenemos la intención, como  la ruta hasta
Polonia está muy trillada de otras veces, de
hacer etapas largas sin entrar demasiado en
localidades conocidas como ésta: así podremos
aprovechar más días el circuito polaco.

Así es que de las dos opciones que hay para alcanzar
Ginebra, optamos por la que llaman Autopista
de los Titanes
(A40/A42), muchos de cuyos tramos
son volados, en curva y con calzadas
escalonadas. Todo lo explican muy bien en un área de
descanso con museo automatizado, más o menos en el
punto medio.



En la siguiente, en cuanto se marchó una señora que
aliviaba los reservorios de su perro, nos duchamos en
una esquina arbolada muy codificada. 23ºC.

En la aduana suiza, nuestro aspecto de furgón
de carga levanta las sospechas de los agentes, quienes
nos apartan de la cola para freirnos a
preguntas sobre origen, destino, profesión, motivo del
viaje, mercancías, aparte del control de documentos
personales y del vehículo, que no registran tras la
pronunciación de las palabras mágicas:

–C’est un camping-car.

Algunos ya sabéis que las autopistas suizas son
gratuitas y excelentes. Pero si vas a usar alguno de
sus tramos durante la estancia en el país, hay que
pegar en el ángulo superior interior del parabrisas en
el lado del conductor una pegatina que no puede
quitarse sin autodestruirse llamada la
vignette.

Esto también sucede, entre otros, en A, H, CZ y SK. Y
en cada uno se pega en un punto distinto, sobre
los que no voy a abundar, pero que permite la
coexistencia pacífica de los cinco pegotes si
el viaje está pensado por toda la zona.



Mientras es esos últimos países se puede comprar la
que vale para una semana, un mes o todo el año, en la
Confederación Helvética, gente lista, es
obligatoria la de todo el año. No hay otra.
Aunque sólo vayas a pasar la variante de
Ginebra.

Un guardia suizo, menos vistoso que los de Su
Santidad, que luego resultaría ser madrileño, una vez
nos soltaron sus colegas, se nos arrimó para
vendernos la de 2006 en cuanto retiramos la del
año pasado.

Y menos mal que era enrollao en la apariencia,
porque en el fondo, tal vez obedeciendo instrucciones,
se comportó como un banquero sin escrúpulos: quiso
cobrarnos los 40 CHF de su precio, o bien 30 €, cuando
todo el mundo sabe que esos francos se consiguen
con 25 €. De no haber llevado divisas
precompradas, cinco euros hubieran sido para el
bote. ¡Cómo estudian...!

Camino del norte del país, en Founex, en unos
unifamiliares con vistas al lago Léman, nos esperaba
un viejo amigo a cuya mesa cenamos antes de avanzar
hasta Friburgo.

En un área de descanso con una barra de gálibo que
rezaba 2 m pero estaba mal calibrada (la sorteamos
entrando por el carril de salida), pernoctamos no muy
lejos de un coche de matrícula rumana en el que
dormían hacinados un montón de ellos. El resto
de la tripulación lo hacía ¡en el suelo del WC! para
resguardarse del ralente de los Alpes.

Las botellas vacías ya de bebida del techo del auto
fue la última estampa antes de caer rendidos.

5

Como, a semejanza del diestro de Cartagena,
estábamos tan a gustito, la mañana se dedicó a
las labores hogareñas en la Marco Polo hasta
que la realidad nos hizo comprender que nuestro
destino no era permanecer allí eternamente.

Una comida en el el bosque de Hallenstrasse,



la prolongación de Langstrasse; un repostaje donde
la gasolina vale menos que el gasóleo;



un estacionamiento en un callejón secreto donde
por arte de magia no está nada prohibido ni tiene uno
por qué meter monedas donde no quiere; y una visita al
ciber, fueron los siguiente pasos de una
Berna más que animada.

El que quiera saber de este lugar furgoperfecto
cuando vaya por allí, que lo pregunte y se lo explico
encantado.

La pizzería familiar Mappamondo, allí al lado,
la única de este sector que cierra a las tantas
su cocina, nos hizo el favor de darnos de cenar, sin
que destacara en especial ningún plato. Luego a patear
el Rosergarten con sus fantásticas vistas del casco
viejo.

La autopista llega a Zurigo, la ciudad de los
bancos que todo el mundo conoce por Zurich, por
entre enormes barrios residenciales que nos sirvieron
para llenar de gasolina. De allí a tomar el último
refrigerio del día en el Arboretum, un bonito parque
rodeado del puerto de recreo sobre el lago.

Un poco más de valor nos lanzó hasta la triple
frontera de St Margretten, donde en diez
minutos se puede estar en Suiza, en
Austria (Bregenz) y en Alemania
(Lindau).

El aduanero austricaco, con cara de anuncio de
sierras de calar de Leroy&Merlin,
se desadormiló
con retraso (casi pasamos sin detenernos). Miró de
reojo los deneíes, pensó que ser español era
sinónimo de cachondeo y añadió con sonrisita
pícara:

–¿Qué? ¿A la Oktoberfest, no?
–Pues no. Vamos a Lituania.
–¡A Lituania? ¿En coche? ¡Uf! Bueno,
bueno...


Luego pronuncié el conjuro mágico para evitar el
registro:

–Das ist eine Wohnmobil– y el sapo se
convirtió en príncipe
de repente, como en el
cuento de Blancanieves: Nos despachó en un
instante.

La dichosa Oktoberfest es un sarao
multitudinario al que se entregan los muniqueses
durante quince frenéticos días, con sus noches, llenos
de etanol, desde el último fin de semana de cada
septiembre.

Como en Baviera, destilado puro de la
Alemania del sur, Andalucía centroeuropea en su
estado esencial, hace todavía bueno durante las horas
de sol, prolongan el gozo del verano en una especie de
Feria de Abril sin farolillos, pero con
galernas de cerveza, salchichas y repollo ácido.

Como ya habíamos estado un par de veces en
München, a la que, con gran acierto
etimológico, llaman los italianos Mónaco di
Baviera,
agotada ya la vista por tantos faros
circulando en sentido contrario, nos paramos a dormir
en Wangen im Algau, en el coqueto aparcamiento
del templo de los testigos de Jehová, de cuidados
parterres florales.

6

La tranquila vida de barrio con niños volviendo del
cole, señoras peripuestas con tacones pero
llevando su compra en la cesta de la bici, y un
tímido sol que nos ha ahorrado casi todo el viaje el
encender la calefacción independiente, nos hizo volver
a la carga.

Concretamente a las cargadas autopistas A96 y A7, con
varios tramos de retenciones por obras y
sentidos únicos. Lo bueno de conducir
vehículos–vivienda es que cuando el tráfico te toca
los webs,
tú te paras y haces vida normal. Sin
estresarse.

Lo que hicimos fue comer cerca de Ulm, patria
chica de don Alberto Einstein, la de la catedral de
única y bellísima aguja que puede verse desde
kilómetros a la redonda.

Descansado también el cuerpo en otras áreas y ya casi
a las puertas de Nürnberg, empezamos a darnos
cuenta de que lo ventajoso en esta región es darle de
beber al motor donde esté la marca Aral, unas
gasolineras completamente azules.

Lo primero que nos pillaba de paso fueron las inmensas
explanadas Zeppelinfeld, de contornos
inacabados, donde se celebraban durante el auge del
partido nacionalsocialista alemán en los años 30
pasados sus multitudinarias concentraciones de hasta
cien mil personas.

Ahí, en quizá la más típicamente alemana de las
poblaciones,



patria de otro Alberto, el pintor Durero, cuya
casa se conserva,



algo así como la Castilla la Vieja germánica,
se daba el perfecto caldo de cultivo para la
exaltación de aquella ideología proaria, patriótica y
fascista de batallones alineados.



En esta plaza también, acabada la última gran
conflagración mundial, se sentenciaron por un tribunal
internacional los crímenes de guerra cometidos por el
gobierno nazi en el famoso Proceso o Juicio de
Nürnberg
(1945–1949).

Tuvimos suerte estacionando en un aparcamiento
cubierto en silo en el mismo centro de la
ciudad, de ésos que parecen oficinas por fuera



y por dentro tienen coches con sus humos bien
ventilados.

Lo que más sorprende aquí es el hecho de que, siendo
una ciudad de más de medio millón de habitantes,
moderna y extensa, conserve intactas sus
murallas
y las integre como un todo en la
estructura urbana.

Por más que era noche de viernes, la animación
callejera encubría ya restaurantes alemanes con la
cocina cerrada. De nuevo hubo que recurrir en el 51 de
Königstrasse a una mesa napolitana. Comida rica, trato
familiar y estilo bromista:

–La cartina è rubata! è rubata!– decía el
camarero cotejando el DNI como de coña.
–Tú no eres éste de la foto. Y la tarjeta es
robada–
gritaba mientras sonreía...

Porque fuera de España todos se extrañan de que
aquí sea más o menos obligatorio de exhibir
junto a la tarjeta en los pagos. Ambiente
simpatiquísimo el de este garito llamado Cucina
Italiana,
de tiramisú cremoso como pocos.

El deambular de sitio en sitio nos hizo toparnos,
aparte de con montones de vidrios que habían tenido
vodka horas antes,



con este ejemplar de IVECO turboDaily 4x4 en
una calle oscura :



Las A9 y A72 nos acercaron rápidamente hacia
Taltitz, y, como todas las zonas de descanso
estaban invadidas de camiones, hubo suerte y junto a
la salida 5 encontramos en la carretera paralela B173
un tranquilo aparcamiento frente al lago.

7

Hoy toca rellenar las bodegas. De forma que el
cercano centro comercial Elster Park, en
Plauen, nos viene al pelo. El hall es
como cualquier otro, pero las enormes salchichas
blancas braseadas hacen de actores protagonistas en un
puestecillo atendido por dos bravas bárbaras
bávaras.


Así es que nos ahorramos hacer la comida con esos
bocados chorreantes de salsiki y otros cócteles
especiados.

De lo que no nos libramos es de buscar una esquina
apartada en el aparcamiento, dotada de sumidero, para
evacuar el agua de la que en quince minutos pasó a ser
la primera colada del recorrido.

De esa forma íbamos a aprovechar la longitud de la
etapa de hoy para tender la ropa en la barra
interior.
El aire forzado entre las ventanillas
traseras y la velocidad harían el resto.



En la gasolinera de Chemnitz nos rechazan por
primera vez la tarjeta MasterCard. Suerte que salió al
quite, airosa, la VISA: Siempre hay que llevar
rueda de repuesto.

El imponente busto de Carlos Marx hecho en 1971
por Lew Kerbel en granito de Ucrania (la ciudad se
llamó entre 1953 y 1990 Karl-Marx-Stadt) de
casi 13 metros de altura nos recibe en el más céntrico
de sus bulevares con la celebérrima última frase del
Manifiesto Comunista: ¡Proletarios del
mundo, uníos!
escrita en varias lenguas (en
castellano, no).



Es una ciudad típicamente del racionalismo socialista
del Este: grandes colmenas de edificios
comunitarios a lo largo de anchas avenidas, corte
industrial, apabullante transporte público, nada de
atascos y escasa vida en la calle.

Un poco de comida rápida y mala nos ameniza la
estancia. La frontera polaca ya está cerca, a la
vuelta de la autopista que en unos minutos nos deja en
el paso de Görlitz, con algo de colas.



El oficial de aduanas nos dirige un escueto bisílabo
extendiendo una mano con el índice vendado:

–Passport!

Y aprendemos la lección del día: ¿A que no os
imagináis para qué son en la parte trasera inferior
del DNI todos esos angulitos
que hay junto a la
expresión ID ESP?

Pues muy fácil: al pasarlo como si fuera una 4B por un
lector de tarjetas, a los polis les aparece
toda nuestra ficha en la pantalla y ven en un
periquete si tenemos alguna cuenta pendiente,
en letras blancas sobre fondo oscuro. Se deja de
dormir esa noche en la furgo si se tiene la mala
suerte de que un juzgado nos haya dictado una orden de
búsqueda y captura internacional.

A continuación la tirita hizo desde dentro de la
garita un barrido imaginario que comprendía toda la
longitud del vehículo: Inequívocamente el pavo
pedía el permiso de circulación. Cuya matrícula
tecleó. Tensa espera. Más tensa aún cuando un
congénere nos indica que nos apartemos de la cola y
nos situemos en diagonal un poco más adelante.

El suspense acabó rápidamente cuando el botones
se acercó a devolver todos los papeles juntos y apartó
una valla. La mirada lo dijo todo: podéis entrar
en Polonia.


Un precioso himno nos llenó el pecho de alegría.

Aunque tienen previsto acabarla, desde la frontera
hasta la autopista transilesiana se acaba la vía de
alta capacidad. Una infernal carretera abarrotada de
madrugada (imaginaos a media mañana) era todo lo que
se ofrecía. Cinco metros de calzada sin arcén,
baches como simas y camioneros con prisa
chisporroteando en el retrovisor.

Si las carreteras checas están salpicadas de pequeñas
casitas de madera acristaladas ofreciendo vulvas
receptivas a precio convenido,
las polacas lo que
tienen son restaurantes de cocina casera
abiertos –atención– ¡24 horas!

Habéis leido bien: empanadillas de la abuela (pierogi)
y sopas de harina ácida (zúrek) non-stop. De
humildes chozos con dos coches a la puerta y manteles
de cuadritos a desarrollados holdings
abarrotados de trailers. Hay de todo. De
aparcamientos de barro a esmerados asfaltos rotulados
para minusválidos.

En uno de los primeros entramos a dormir con ese
recelo de novatos en las peligrosas áreas fronterizas.

El soniquete de la lluvia, irregular, llenaba de gotas
juguetonas el techo solar.



No había mafias a la vista. Sólo el tintineo de
cientos de velas encendidas en el cercano cementerio
de Czerna.

8

La pereza nos junta el desyuno con la comida en un
típico e improvisado brunch dominical, todavía
bajo el aguacero que no cesa.

En la Polonia rural, del terruño, en las
entradas de infinidad de pueblos hay una cruz
iluminada
de candelas, floreada, venerada por pías
mujeres. Unas son sencillas, otras barrocas hasta el
paroxismo; unas abiertamente kitsch y de
proporciones humanas, otras inmensas, descomunales,
geométricas, como ésta de Wilczy Las, que
conmemora el último año jubilar:



En alguna travesía de las primeras localidades vemos a
la que aquí se llama Policja recetando
medicamentos de bolsillo o cotejando bastidores a los
numerosos agentes de compraventa de coches alemanes
que, provistos de su permiso C+E, llevan y traen en
remolques turismos sin matricular para su reventa
en Polonia,
donde, por cierto, ser pillado con más
de 0.0 mg/l de alcohol en sangre es un delito penal
que comporta la inmediata detención y la puesta a
disposición judicial. No se andan con bromas.

Comprarse un Ibiza es pan comido. Ahí lo veis:
setenta euros al mes tienen la culpa...



La autopista transilesiana fue construida, igual que
la de Pomerania, al noroeste, en época del
Tercer Reich. Ya sabéis que una de las obsesiones del
nazismo era ampliar el espacio vital que
Alemania necesitaba para realizarse como
nación: lo que se denomina Pangermanismo.
Polonia estaba entre estos planes de
anexión, igual que pasó en el Sarre, en los Sudetes
checos o en Austria.



Por eso esta vía era un eje vertebrador para el
desarrollo y explotación de Silesia, que forma
una especie de polígono escaleno imaginario llamado el
triángulo sulfúrico, comarca con alta
contaminación ambiental por la explotación de mineral
de carbón y los vertidos de la industria pesada
colateral. La minoría alemana de estas comunidades
está presionando bastante para que los principios
ecológicos se respeten también aquí.

Todavía pueden verse no sólo el trazado original de
las calzadas sino también imponentes obras de fábrica
de hormigón de estilo rectilíneo, decoración a
casetones y formas puras que suele empapar las
construcciones de los regímenes totalitarios. Además,
van pintadas ahora en el color nacional: el
verde clarito.

Ya sabéis que cada país tiene un color nacional
oficioso. No está escrito en ninguna parte, pero se
sabe que es el color nacional. A ver: ¿de qué color es
siempre la lona que envuelve los variopintos bultos
que los marroquíes llevan en las bacas cuando
atraviesan la península ibérica? Pues azul claro.
Siempre. ¿Y las furgonetas de carga en Portugal? Pues
beige. Siempre beige. ¿Y muchísimos de los utilitarios
y vehículos oficiales en Francia? Pues azul eléctrico
chillón.

Bueno, pues en Polonia es el verde agua, de tono
pastel.
Si exceptuamos el color de lo que aquí se
denomina Otoño Dorado Polaco, que es de antología:



Lo malo de esta autopista, como de casi toda la red
viaria polaca es que no existen los arcenes en
la plataforma. A cambio, en las mejores carreteras,
como ésta, hay un ensanchamiento de emergencia cada
kilómetro y medio.



Lo llamamos autopista por utilizar una palabra
convenida, pero lo mismo te aparecen puestos de
venta de setas a la derecha que un inesperado
semáforo o señal de STOP sin preavisar. En las
carreteras convencionales hay carros, tractores sin
pirulo giratorio amarillo-auto... en fin, una
locura para el que va por primera vez.

Tanto en las calles de las ciudades como en las
gasolineras, hay cabinas prefabricadas de WC en
el color nacional. Apestan al entrar porque la
ventilación es sólo por convección natural a rejillas,
y el agujero de la letrina, sin tapa, deja ver cual
registro de la propiedad, todas las cargas infectas
sin las que sus titulares salieron más aliviados en
veces anteriores. Un asco.

La puerta de la que hay en la estación de servicio
antes de entrar a Wroclaw (antigua
Breslau), seguramente con el pestillo mal
cerrado, fue abierta por un camionero  que sorprendía
así, entrando a matar, a una avergonzada señora
mayor. Las disculpas que le pidió después no fueron
suficientes para que, a la vista de toda la numerosa
concurrencia que allí estábamos, la pobre mujer se
fuera corrida y cabizbaja de vuelta hacia su coche...

Para entrar a la ciudad había unos tres km de atasco
que con paciencia fuimos sobrellevando. En estos casos
de ciudades desconocidas, hasta viene bien porque vas
repasando el mapa y no te saltas ninguna
intersección.

Llegando a los primeros semáforos de las avenidas
vimos el importante cementerio de militares
polacos
caídos en la guerra 1939–1945 defendiendo
su independencia. Y allí nos paramos: La ocasión la
pintan calva.




Hay fortuna y el primer aparcamiento
subterráneo
céntrico que se nos cruza es bueno,
bonito y barato. Está en la calle Antoniego. Dos
metros de gálibo, a dos pasos de la plaza mayor, dos
gorilas a la puerta y 0.80 € la hora. ¿Alguien da más?

Por toda la ciudad se exhibe estas semanas el último
éxito de mi paisano. Somos nacidos casi en el mismo
pueblo.



Y por los suelos, en inesperados rincones de las
calles aparecen pequeños gnomos de bronce
recostados dando una atmósfera de hadas madrinas.



Muy interesante el ambiente de su antigua universidad,
pero también muy acusada la religiosidad de la
juventud:
nada más salir del parking nos
topamos con una iglesia, a la que entramos asomando
tímidamente la patita, en el crítico instante
en que salía el cura al presbiterio. Es rarísimo cómo
suena en polaco lo de En el nombre del
Padre...,
y más raro, o quizá más integrista, es
verlo de espaldas a los fieles, como antes del
Concilio Vaticano II.
La feligresía, lejos de ser
beatas a punto de entregar sus almas por la edad, es
tremendamente joven y no ahorra en devoción ni en
genuflexiones por todas partes.

Decididamente, Polonia goza de una excelente
salud religiosa. Mientras que el que gozaría en
Wroclaw es el mismísimo Gallardón: las calles
están abiertas en canal para la extensión de la red de
tranvía de piso bajo de última generación y la
urbanización de muchas arterias.

Pero ello no desmerece: el sitio es una lección de
¡cien puentes! sobre innumerables islotes y
penínsulas



y bellos espacios medievales.

Desahogamos los bajos instintos en uno de esos
Pizza Hut que no son como los españoles
normales, sino que se parecen más bien a los
VIPS o a los GINOS, con mesa, mantel y
alargada hora de cierre.

Una pareja enamorada comienza también sus copas en la
mesa de al lado con una rosa roja de por medio y
gestos de complicidad.

Ella, al rato, comienza un largo discurso en esa
críptica fonética que seguramente no descifraremos
jamás, pero con un tono que sí es común al de todas
las lenguas: el de contar algo importante.

En ese instante él saca los ojos de las órbitas como
interrogando y se pone las manos tapando la cara. Los
codos transmiten a la mesa toda su pesadumbre.

La escena es tensa. Muy tensa durante inacabables
minutos por los que las pizzas y platos de pasta de la
mesa continuan su lento devenir hacia nuestros
interiores. Hay malas caras, reproches. Luego la cosa
se apacigua, se unen las manos, se enternecen las
miradas.

Por un momento él queda solo, con la mirada perdida. Y
es que, claro, en Polonia el cuarto supuesto de
interrupción voluntaria no es legal.


El estado es demasiado católico todavía. De ello se
quejan los diputados laicos en el parlamento.

Bueno, a lo mejor no era así y le estaba contando ella
que el injerto del naranjo con la sanguina no
había salido bien después de tanto esfuerzo... ¿Quién
sabe?

El barrio de la universidad, la península de la
catedral, los puentes colgantes sobre el río
Oder,
que aquí se llama Odra,




y un ameno recorrido por el centro nos dejó de nuevo
en el punto de partida.

De allí nos marchamos por la A4 adelante hasta donde
pudimos. El tranquilo y pequeño aparcamiento de un
centro de bricolaje en Gogolin, un poco más
hacia el sureste, soportó el último giro del día de
nuestros neumáticos.

9

Escupía niños el cercano colegio junto al supermercado
del pueblo, no por pequeño menos aprovisionado y
económico. ¿Alguien ha visto en España los paquetes
de chicles Orbit a 0.20 €
? Pues allí hicimos el
agosto:
somos comedores compulsivos. Nos llevamos
una tonelada.

La misma cantidad, pero de cinta adhesiva de doble
cara a mitad de precio que aquí cayó en el centro de
bricolaje.

Flores por las aceras y la mitad de los vecinos de
toda edad moviéndose en bicicleta nos dejaron un buen
sabor de boca al abandonar este rinconcito de
Silesia. Encantador y de ambiente muy alemán,
como sucede en la cercana Opole. No parece
Polonia sino un barrio de Berlín.

Camino de Gliwice por la misma ruta adelantamos
a los compañeros del Dioni que desplegaban un
convoy de más de trescientos metros compuesto de
vehículo blindado seguido y antecedido en total por
seis vehículos atestados de polis con gafas
oscuras y rectos mentones. De comienzo de película
americana de atracos gordos. O de 007 Misión en el
Este.
Bonito de ver desde un helicóptero. Cuando
abandonamos por la salida de nuestro destino, ellos
continuaron a 70 km/h hacia el sureste. Algo más que
calderilla llevaban. O a lo mejor eran dos maletines
de plutonio... Si no, no se va armado hasta los
dientes.

No demasiada gente, fuera del cuerpo de historiadores
y forofos del tema sabe que a las ocho de la tarde
del 31 de agosto de 1939,
la víspera del comienzo
de la Segunda Guerra Mundial, dos personas disfrazadas
de insurgentes polacos, entre ellas un agente secreto
nazi, Alfred Naujocks, irrumpieron en esta emisora de
radio (Radiostacja) en las afueras del pueblo,
entonces alemán, y tomó por la fuerza las
instalaciones. Después emitieron por radio la frase:
¡Atención! Aquí Gliwice. La emisora está en manos
polacas.


Ello, oficialmente, supuso la gota que colmó el vaso
de las ganas de Hitler de iniciar la invasión del
país. Se conoce esta acción como La Provocación de
Gliwice.
Pero parece ser que simplemente fue un
plan orquestado desde Berlín para precipitar el
comienzo de la contienda echando la culpa a los
polacos.




Lo espectacular de esta torre es que, con 111
metros de altura, está íntegramente construida en
madera
y permanece en perfecto uso desde entonces.
Ahora se emplea, además, para la repetición de
telefonía móvil y televisión.

En las calles que rodean a la que aquí se conoce como
Torre Eiffel de madera, no hay más negocios de
comida que la modesta pizzería Radiola,



llevada con parsimonia por tres particulares paisanas:

Bárbara, que seguramente tenía algún retraso,
es una rubita guapa a falta de depilar su labio
superior. Nos recibe con el local vacío envuelta en la
distancia corta en un aliento al paso intermedio
entre la uva y el vinagre,
pero con la mejor
voluntad de entender nuestras cuatro palabras de
polaco, folios en mano. De inglés, ni hablamos.

Pasados unos minutos llegaría un vecino, con modos de
camionero, para coquetear con ella en clave de chica
fácil. En vano. Ella decía a toda propuesta que no.

Igual que yemeníes en un pueblo de Cuenca, así
éramos de novedad los que venimos de Hiszpanja
en los arrabales de Gliwice.

Al principio Bárbara se nos sentaba a la mesa con
sonrisas de alterne y ojos vidriosos. Y era
gracioso. Luego resultaba agobiante. De hecho,
Beata, la segunda chica, la más normal de
todas, que llegó un poco más tarde a ayudar en cocina
le decía de vez en cuando algo que sonaba así:

–Posza!, posza!

y que traía como consecuencia que ella se levantara de
nuestra mesa para ponerse a hacer otras cosas,
mientras Anita, la tercera, la que amasaba con
soltura las pizzas que acabamos comiendo, y que
chapurreaba algo de alemán, saliera de vez en cuando a
la barra ¡a ponerse a bailar!, a no menos de
120 decibelios, la canción que está en el top
ventas
estas semanas en Polonia: Just me
good to me,
de Karmah, y que ya no nos
abandonaría en el dial de la radio de la furgo en todo
el periplo.

Por cierto, seguramente por la llanura del país, no he
visto lugar donde funcione mejor nuestro RDS.

La comida estuvo buena, pero el ambiente era
decididamente para escribir un libro de psiquiatría
clínica.

De vez en cuando pillábamos miradas cómplices a Beata
y a Anita, de muy buen rollo, como de
taberneras enamoradas, y referencias a los tópicos más
fuertes del ser español. Ya sabéis: la fiesta, Antonio
Banderas y todo eso...

Como no servían postres, tomamos un café de puchero de
gusto requemado. Lástima que la cámara estuviera en el
maletero y no pudiéramos retratar la taza en la que
quedó un sedimento de posos de ¡dos
centímetros! (lo juro) de profundidad.

Mil años que viviéramos, no olvidaríamos nunca aquel
lugar.

Como el mapa de carreteras de Planeta-De
Agostini,
sin ser malo del todo, no estaba
actualizado, ni mucho menos, compramos por 10 € otro a
escala 1:200000 en el modernísimo centro comercial
Plejada, de Bytom, muy cerca de allí.
También repostamos en clave Carrefour en pleno
centro de la cuenca minera de Silesia, entre
transportadores industriales de carbón, acerías
obsoletas, olor a SO2, sucios trenes de
mercancías avanzando lentamente y una maraña de
pasos a nivel sin barreras, de ésos en los que
uno no sabe por dónde le va a venir el tiro.



Y nos vino de perlas porque gracias a la interesante
escala de los planos urbanos conseguimos encontrar,
tras perdernos durante más de una hora por los sucios
barrios de Chorzow, el ciber que
buscábamos. Allí nos extasiamos durante un rato bien
largo sin temer por la furgo aparcada a la puerta, a
pesar de ser un suburbio degradado, sin luz en las
calles, ni distinción entre aceras y calzada, con
corrillos de gente a las puertas y la vida latiendo
asomada a las ventanas ...

Estábamos tranquilos por el sucedido que nos acababa
de pasar:

Cuatro hombres, con pinta de prejubilados mineros,
estaban sentados a la puerta de un bar, mirando cómo
pasaba la furgo despacito. Cuando no te cuadra lo que
ves en el mapa y en la realidad, se va despacito. Me
acababa de saltar por despiste una señal de
dirección prohibida
(la típica calle que a partir
de la mitad ya no es de dos sentidos) y empezaba un
tramo curvo, sin visibilidad.

De repente nos empiezan a hacer gestos con los brazos,
diciendo algo que por supuesto no entendimos. Pero
estaba claro que era mejor no avanzar.

Instintivamente hice una maniobra evasiva, como de
trompo a cámara lenta, metiéndome en el
entrante de un garaje y cambiando el sentido, como
simulando que salía de él. ¡Y qué bueno fue!

En dos segundos apareció la policía por la
revuelta,
a la que, por su posición en la curva,
ellos sí veían. Fue todo un detallazo que les
agradecimos. Polonia está llena de gente maja. Como se
verá después, un suizo no habría hecho lo mismo...

¿Qué mejor sitio para aparcar sin preocupaciones?

Nos echaron de comer en el Mc Drive de la
circunvalación casi a la hora de cerrar. Y sólo nos
dio más tiempo para lavar en coche en el túnel de
BP y llegar hasta Rajsko, la aldea más
cercana a los campos de concentración de
Auschwitz/Birkenau.


Allí nos desconectamos al arrullo de un ladrido
apagado por la madrugada.






« Última modificación: Sáb, 04 Noviembre 2006, 09:59:30, am por ooznak »



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #1 en: Mié, 25 Octubre 2006, 17:04:50, pm »
10

Para visitar el horror del Holocausto
atravesando la sarcástica entrada presidida por la
frase El trabajo libera (Arbeit macht
frei
) no hay que pagar entrada. Sólo si uno
quiere, hay proyecciones de videos, muy cortos pero
elocuentes, en varios idiomas según las horas, previo
paso por taquilla, donde también se venden completos
planos y autoguías para conocer los distintos
espacios.

Por resumir un poco entre tanta hectárea dedicada al
genocidio de cientos de miles de personas entre
polacos, criminales comunes, homosexuales, deficientes
mentales, gitanos, presos peligrosos, prisioneros de
guerra... en aras de depurar la raza aria y la
grandeza del pueblo alemán, hay que decir que un sólo
día no basta para ver bien ambos campos.

El de Auschwitz está en el término municipal de
Oswiecim. El de Birkenau, a unos tres
km, en el de Brzezinka. Y eran sólo dos de las
decenas que hay catalogados.

El aparcamiento vigilado del primero cuesta sólo dos
euros al día. El del otro es gratuito, pero casi
siempre está muy vacío porque hay autobuses-lanzadera
sin cargo que cada hora los interconectan.

Las lágrimas de familias enteras y el respetuoso
silencio de la gente cuando va saliendo de los
barracones y cámaras de gas donde todavía huele a
muerte
son sobrecogedores.

Apilados en inacabables vitrinas yacen el calzado, los
objetos personales, las ayudas ortopédicas, las gafas,
los pucheros en los que se desnutrían, las maletas con
sus direcciones... de unos prisioneros que entraban
para no salir más que en forma de humo.



El material ingente que aquí se expone no es más que
lo que encontraron las tropas aliadas que liberaron el
campo en 1945. Es decir, sólo de las últimas remesas
de ejecutados.

Imaginaos la naftalina que ponemos en los armarios
que, al contacto con el aire, se sublima en
gas.
Pues así eran las pastillas de gas Ciklon
B,
miles de cuyos envases están también aquí como
mudos testigos de cómo en unos quince minutos
podían matar a doscientas personas juntas
a las
que, con el pretexto de que iban a tomar una ducha
higiénica nada más llegar al campo, eran encerradas
desnudas en estas cámaras.



Consumado el sacrificio, robados los objetos de
valor de las dentaduras,
cortado el pelo a las
mujeres para hacer tela, estos hornos acababan el
proceso.



Varios de los crematorios y edificios fueron volados
por los nazis en un intento de borrar pruebas en su
abandono del lugar, pero las ruinas, reconstruidas
unas, respetadas tal cual otras, gritan la verdad para
que no vuelva a repetirse.

En medio de la visita a los dos campos, hicimos un
alto en el bufé de Auschwitz para probar los
pierogi, raviolis de pasta rellena de carne
pero de 100 g. Muy ricos.

En el campo de Birkenau, más de lo mismo pero
con un tamaño varias veces mayor, y eso que no
llegaron a ejecutar la ampliación que pretendían. Las
condiciones aún más duras, porque los barracones ya no
eran de ladrillo, sino de madera, razón por la que
sólo se conservan un puñado de ellos.



Vallas electrificadas para separar los distintos
sectores del recinto evitaban el progreso de cualquier
motín aislado.



Con la sensación de haber visto uno de los mayores
horrores que puede cometer el ser humano,
independientemente de si es cierto que murieran entre
un millón y un millón y medio, o si la cifra fue
exagerada tras la guerra, nos marchamos. Por poco que
fuera, hay mucho de cierto. Nadie puede falsificar
tantas evidencias ni tantos testimonios.

Wadowice no está lejos. Allí nació, en esta
casa,



el papa Karol Wojtila quien en su infancia,
parece ser, se desayunaba con unas mejorables milhojas
de crema con sabor a mantequilla, en torno a las
cuales hay montado un grandísimo negocio. Eso sí, es
una tentación barata:

Dos pasteles Kremowka y dos enormes cafés con
leche sentados en terraza en la plaza más céntrica no
llegó a ¡2 €!

A escasos minutos pudimos admirar la preciosa iglesia
de Barwald, hecha en madera al estilo
escandinavo.



Y nos admiramos igualmente, una vez en la cercana
Cracovia, de que a doscientos metros de la
plaza mayor puediera existir un aparcamiento
paradisíaco, sin limitación de altura, 24 horas,
vigilado, ¡arbolado!, con zonas de césped, WC y,
encima, silencioso. El no va más si en vez de precio
normal, también hubiera sido barato. Si vais
próximamente, está en la calle Floriana
Straszewskiego.



O sea, lo más parecido a un camping urbano.

En el restaurante Pod Gwiazdami (Grodzka 5), a
dos pasos del Mercado de los Paños, un centro
comercial del siglo XIV plantificado en medio de la
plaza mayor más grande de Europa (4 Ha), nos dieron de
cenar bastante tarde, en parte porque la ciudad, sin
duda una de las más bellas de Polonia, es destino
turístico de vuelo+bus y por tanto se amolda a las
tardías costumbres de muchos turistas.

Se habla inglés sin problemas y sus calles y
locales ofician como meca de la marcha estudiantil de
la región. Lo más parecido a Salamanca, Santiago de
Compostela o Granada en sus respectivas áreas de
influencia.



Desprovista de casi toda su muralla, en el solar que
antes ocupaban hay ahora un kilométrico parque
circular que se conoce como Planty. En él se
puede admirar uno de los torreones defensivos, la
Barbacana.

Cosa que estábamos haciendo cuando cuatro veinteañeras
de no sé qué pueblo polaco junto a la frontera
ucraniana, la portavoz de las cuales decía llamarse,
para más recochineo, Uva, como lo de la parra,
nos asaltaron con sonrisas y un melífluo inglés,
amarradas a una botella de vino peleón. La
excusa era a ver si les podíamos ayudar a abrirla sin
sacacorchos. Y el objetivo real continuar la noche con
compañía extranjera.

Mientras confesaban su admiración por telenovelas
hispanas como Betty, la fea, a las periódicas
pasadas de la policía a lo lejos, ellas respondían con
una frase que ya nos sonaba de Gliwice:

–Posza!

Con esta nueva experiencia, dedujimos inmediatamente
que puede traducirse como

–¡Quita!

porque la que lo escuchaba se guardaba corriendo el
vidrio debajo de la chupa. Aquí a los del botellón
también los atan corto.


Las riberas, anchísimas, del río Vístula y la
fortaleza del Wawel



nos acabaron de acompañar hasta que flojearon las
fuerzas.

La vigilancia del aparcamiento era desempeñada
principalmente por un circuito cerrado de televisión
que nuestro vigilante no podía ver: Estaba
profundamente dormido.
Lo comprobamos porque antes
de volver definitivamente a descansar salimos a
callejear un poco con la furgo para desbloquear
un problema con la suspensión neumática.

Nos dio pena tocarle en el cristal de la garita para
que nos abriera, pero es que, si no, no podíamos poner
horizontal del todo nuestra cama. Al acostarnos en la
cual, podía verse al tipejo devorando programas de
teletienda. Que en Polonia también los hay.

11

Como estábamos tan ricamente acampados en todo el
centro nos quedamos desayunando y todo eso hasta que
se acercó la hora del toque de trompeta de las
doce
del mediodía.

Resulta que durante un asedio de los tártaros a la
ciudad, el vigía de la plaza, encargado de dar la
alarma
con una trompeta desde la torre de la
iglesia de Santa María,



la más alta, fue alcanzado por una flecha enemiga,
pero Cracovia se salvó gracias a su aviso.

Para rememorarlo siempre, un trompetista




toca a ciertas horas (creo que a las 9, a las 12, a
las 15 y alguna más) una corta melodía que repite
cuatro veces
en otras tantas ventanas de la torre
orientadas a los puntos cardinales. Al acabar
cada paso, saca la mano con la trompeta y saluda a los
congregados. Es divertido de ver.

Allí que nos fuimos. Recorrimos también los
mercadillos de artesanía, pasamos por uno de los
numerosos locutorios de internet de la calle
Florianska (ya se sabe... con tanto estudiante...), e
incluso comprobamos que sigue con vida el trabajo de
adivina callejera.



En las iglesias, que como en toda Polonia
siempre están dando misa, hay una curiosa manera de
poner las esquelas de los entierros: unas
encima de otras. No quitan las anteriores.



Se nos acabó de ir lo poco que quedaba de mañana con
una rápida visita al castillo y a la feísima
catedral
de rico mobiliario de donde era arzobispo
el día que lo eligieron papa el que nació en
Wadowice.

Lo interesante de hoy nos sucede en una recomendación
para comer vista en algunas guías: el restaurante
Hawelka de la plaza mayor (Rynek Glowny 34), de
corte turístico a precios razonables en la sala de la
planta baja. La primera nota nos la da el que sea un
local doble.

Es decir: en la planta alta, más cuidada de
decoración y de calidad culinaria, está la sala
Wiejska que, de existir algún día la Guía
Roja Michelín
de Polonia, estaría muy bien
considerada.

En lugar de carta de vinos, le traen a uno
directamente los vinos delicadamente expuestos en un
carro escalonado.



Nos inquieta al llegar a las mesas el ser los
únicos clientes, a  pesar de que un miércoles
no es un día concurrido. Pero estamos en la principal
calle de una de las ciudades más turísticas del
continente y a mediodía.

Nos reciben dos ociosos camareros con impecable
servicio y correcto inglés. Entre los vistazos a la
carta subió un empleado en ropa de calle que
discretamente se introdujo en la cocina: pista número
uno.

Memorable el pato al estilo de Cracovia, que
fue lo que más destacó hasta que llegó la pista número
dos: casi nos exigían abonar la cuenta en
efectivo
por más que a la entrada ondeaban ufanas
las pegatinas de las distintas tarjetas aceptadas.

La puntilla la puso la susurrada y pedigüeña frase,
muy habitual en los países anglosajones:

–The service is not included, sir.

Las conclusiones al enigma, creo yo, son muy simples:
Ese día no esperaban reservas en la parte de arriba,
de precios más altos. 20 € por barba es una fortuna
para el comensal medio polaco, que además tiene muy
poca afición a comer fuera. El jefe o no estaba o no
llegaría a saber que había habido sólo dos clientes.
El cocinero del de abajo subió un rato expresamente a
cocinarnos y a ocultar en la despensa el escaso
consumo. Pagar en efectivo es el modo más fácil de
repartirse la minuta entre los tres, sobre todo
si el cliente es espléndido abonando además lo que
llaman el servicio.

Pero claro, las organizaciones de consumidores y
usuarios nos enseñan lo contrario: Si hay logo,
hay que respetar el pago con plástico. Y,
segundo, no se puede cobrar dos veces por lo mismo,
por un acto integral.

Nadie paga a su frutero por un lado la lechuga y por
otro el esfuerzo de meterla en la bolsa y entregarla.
Nadie paga en su tienda de muebles una vez por el sofá
y otra por ayudarte a elegirlo en la exposición.

La diferencia entre un piso de estudiantes con derecho
a cocina, un bufé libre o un supermercado con
respecto a un restaurante está precísamente en que en
este último el concepto incluye hacerte la comida y
servirtela a la mesa,
con una vajilla y unas
atenciones. Si no, no sería un restaurante.

Salidos de allí sin ser sableados como
pretendían, dedicamos la tarde a recorrer librerías de
viejo, ir completando la serie de zlotys
para colección, ver escaparates con cosas
diferentes, como este ajedrez para tres jugadores
(madre mía, ¡qué lío de partida!)



y darnos una agradable ducha antes de tomar la
autopista de nuevo hacia Katowice, capital de
la comarca minera.

Dos ridículos peajes de en torno a un euro nos
hacen sonreir y seguimos considerando a Polonia
como un país de autopistas gratuitas. La vía vira al
norte hacia Czestochowa, una tranquila
localidad que vive volcada en torno a las perennes y
multitudinarias peregrinaciones al monasterio de
Jasna Gora, donde se venera la célebre
advocación de la virgen negra, tan querida y
promocionada por el más célebre de los arzobispos de
Cracovia.



En el aparcamiento de turismos, oscuro y solitario,
nos hacemos la cena. Por esas ironías de la vida,
frente a nosotros está, cerrado, este chiringuito para
turistas de tan estremecedor nombre en polaco:



Tan continuos son los flujos de fieles, en la misma
onda que en Fátima (P) o en Lourdes (F),
que, cuando llegamos al lugar con la esperanza perdida
de encontrarlo abierto para visitarlo aunque fuese por
fuera (eran las dos de la madrugada), nada menos que
nos encontramos unos veinte autobuses de peregrinos
celebrando una vigilia de oración en honor a la
virgen. En el interior, por respeto, sólo obtenemos
esta deficiente imagen medio de tapadillo para
no herir ninguna sensibilidad. Tendríais que ver a la
gente tirada por el suelo, rezando en voz alta, entre
devoción y fanatismo. Algo así como llegar al
Rocío
durante ese ratito en que la imagen de la
Blanca Paloma sale a hombros de una turbamulta
de romeros enfervorecidos.



En la parte superior central puede verse el camarín
del icono bizantino sobre el que se basa la imagen,
bastante desenfocado.

No sé cómo será meterse entre la gente que da vueltas
alrededor de la Kaaba en La Meca, pero
mucho me temo que no haya demasiada diferencia.

Al fin y al cabo ya lo dijo el del monumento que
habíamos visto en Chemnitz: es el opio del
pueblo.


Visto todo lo que tocaba ver hoy, nos volvemos a la
carretera y a la manta. Que extendimos, repostados en
la Jet, en el aparcamiento TIR de la autopista
A1 a la altura de Kruszyna.

12

Me imagino que en todos sitios roban ordenadores y
cosas así de los camiones. Por eso este gran área
tenía vigilancia 24 horas a cargo a la sazón de dos
que sólo parecían vigilantes porque llevaban un
chaleco fosforito con el nombre de la
Prosegur local, pero con pinta de no
desarrollar reprise alguno persiguiendo
chorizos.

Uno primero, y al rato el segundo, vinieron a merodear
por la Marco Polo a media mañana. Claro: una
furgoneta tan rara, tantas horas parada... despierta
sospechas en un lugar así.

La cosa empezó a resultar cómica cuando uno de ellos
se obstinaba en querer mirar, sin conseguirlo, lo que
había dentro. Incluso apoyó las dos manos en la aleta
delantera derecha y le dió ese par de empujoncitos
hacia abajo, como para probar los amortiguadores. De
verdad que no me preguntéis por qué ni para qué...

Tras una cabaña de madera en donde compramos un
bizcocho de frutas de ésos que te resuelven las
meriendas, ya cerca de Gomunice, descubrimos
por azar el mejor establecimiento rural que hayamos
visto nunca.

Íntegramente construido en madera en forma de troncos
completos pero dotado de los más avanzados medios de
alojamiento y restauración está esta maravilla para
los sentidos:




Se llama Krywan y no exagero si digo que sólo
por conocer este lugar merece la pena desviarse de
cualquier ruta por el centro del país.

Y no por la trucha con almendras,



o por cuanto se brasea a la vista de los comensales,
sino por admirar lo que seguramente es obra de un
Leonardo de la artesanía, de un cerebro de la
ambientación de interiores.

De lo bien llevado que está este negocio, rápido y
cálido a la vez, consigue uno transportarse a lo más
remoto de esa Escandinavia que ya empieza a anunciar
la latitud y la luz plomiza que se deja sentir
hacia el paralelo 50º.

En esta parte se lleva mucho lo que, pareciendo una
autovía, no es más que una vil carretera desdoblada. O
sea, que no sólo no es el doble de segura ni de
rápida, sino que es justamente el doble de peligrosa.
Los que hayáis viajado por el tramo de la A1, curiosa
coincidencia, que atraviesa el burgalés Condado de
Treviño
sabréis exactamente lo que digo.

Se trata de dos carriles por sentido, frecuentemente
reducidos a uno, sin vallar y con todas las
intersecciones a nivel en las que pueden hacerse giros
y cambios de sentido. Las incorporaciones se hacen en
ángulo recto y con señal de STOP. Otras veces mediante
inesperados semáforos y, en general, salpicadas cuando
apetece por pasos de cebra para peatones heroicos que
desafían a camiones lanzados a tumba abierta.

En Polonia, los semáforos son como en
Suiza y Alemania: antes de cambiarse el
rojo en verde pasan otra vez por el amarillo.
Así la gente está más prevenida para arrancar.

Para acabar de arreglar el asunto, debido al continuo
tránsito de vehículos muy pesados para la escasa
calidad de la solera sobre la que va el asfalto, los
carriles tienen horadados dos surcos
longitudinales
durante cientos de kilómetros. Ello
fuerza a circular permanentemente metido en ellos
porque intentar no hacerlo obliga a la dirección a
volverse a meter de nuevo.



El riesgo se multiplica si, como nos ha pasado varios
días, llueve mucho. Entonces se crea una piscina
doble
por la que debe uno circular levitando en un
eterno aquaplaning, como podéis ver en esta
foto en cada uno de los tres carriles posibles:



Tan inapropiados caminos nos sirvieron para alcanzar
una ciudad intermedia de servicios, Piotrkow
Trybunalski,
en donde hicimos un poco la
casa.
Lo de siempre: llenar todos los depósitos,
hacer la colada y llenar la despensa en el
Carrefour, donde tienen una tarta de
queso
que se parece peligrosamente a las ricas
quesadas del Valle del Pas.

Cuando nos las prometíamos felices tratando de
inmortalizar esta curiosa iglesia



a la entrada de Lodz, la Bilbao polaca sin mar,
nos apareció el párroco para prohibirnos, en el
francés que cuando él era joven era todavía la lengua
franca internacional, que siguiésemos con la faena.

Como los de Aquí hay tomate ya hacen
suficientemente de rabiar a la gente, le hicimos caso
y nos disculpamos.

Digo que se parece a Bilbao porque hay los
mismos palacetes de la clase dirigente industrial,
como en Neguri, Las Arenas o Sopelana. Y
hay también los mismos bloques de colmenas
constreñidas de cualquier punto de la margen izquierda
de la ría. Además se palpa que hay mucha pasta.
La fabricación textil, entre otras, aquí ha creado
mucha riqueza. Pero también han hecho mella las
reconversiones y el paro.

Toda la vida urbana gira en torno a la calle
peatonal más alargada del país,
ulica Piotrkowska,
trufada de templos para el ocio y el placer,



como una especie de quinta avenida neoyorquina donde
están reunidos la administración, la moda, las buenas
mesas, la música, el teatro, el comercio y la banca.
Es más, el plano de Lodz recuerda bastante a
Manhattan, un damero alargado de largas
avenidas y cortas calles.

Fuera de esta deslumbrante avenida, la vida se
convierte en gris, en bloques socialistas de
viviendas, en desidia, en oscuridad...

En un funcional aparcamiento cuya entrada peatonal
recaía hacia esta arteria nos cupo por los
pelos
la furgo (en algún cartel señalizador del
techo, de los flexibles que se mueven un poco, incluso
rozábamos). Como llevábamos la colada acabándose de
secar con el accesorio de semiapertura del portón,



el encargado de la entrada, pensando que por despiste
podríamos olvidarnos el coche abierto, vino muy
gentilmente a avisarnos, para evitar que nos robasen.

–Your car is open!

Luego se lo explicamos y lo comprendió todo. Como
veis, ni rastro de los ladrones que nos cuentan en la
tele.

Al acabar de pasarnoslo bien por la ciudad tomamos el
atajo hacia Varsovia por la nacional 72, adonde
llegamos a las cinco y media de la madrugada con esta
bellísima vista del Palacio de la Cultura y la
Ciencia,
(PKIN Palac Kultur i Nauki) buque
insignia de la arquitectura soviética en la capital.
Por cierto, ¿la Ciencia no estaba incluída en
la Cultura?



Por medio de un foro de polacos en España,
habíamos conseguido averiguar la dirección y gálibo de
este aparcamiento del 27 de la calle Nowogrodzka



en cuya 5ª planta había un rincón pefecto entre dos
muros para hacer vida en el centro de la ciudad a
menos de euro la hora. Es lo bueno de internet:
te enteras de las cosas y vas directamente al grano.

13

El distrito de negocios de Varsovia es
estilo Norteamérica



a base de capitalismo rabioso, como acojonando
sin conseguirlo (sigue siendo el más alto) al viejo
icono comunista.



Su mirador, situado en la planta trigésima se
alcanza en medio minuto justo. Se ve todo en 360º, la
ciudad y la gran llanura en la que está enclavada.



Un sitio con tan poco relieve es relativamente fácil
de invadir. Ellos lo tienen muy reciente: Hace sólo 67
años.

Le compramos un puñado de postales y sellos a una
simpática viejita
que tenía instalado arriba su
sencillo chiringuito de recuerdos. Esas cartas han
llegado exactamente hoy, veinte días después, a los
nuestros. Parece que Correos y la Polska
Pozta
van de la mano como hermanas.

Con mucha prisa se nos llegó la hora de comer en
Villa Foksal, un antiguo palacete reconvertido
en restaurante en una apartada calle homónima del
centro residencial, como si fuera el ensanche
barcelonés. Brigada joven, servicio atento, montaje
moderno y comida creativa. Precios normales.

Una hora de ida y otra de vuelta paseando nos quemaron
esas calorías por el bonito parque Lazienki,
que es como el Retiro madrileño en más grande,
un pulmón para Varsovia moteado de villas y de
estanques serenos, como éste que, sin ninguna
imaginación, se llama Palacio sobre el Agua.



Cuando pasábamos por uno de ellos nos llamaron la
atención unos vehículos militares de los que bajaba un
músico ataviado de terciopelo azul que corría hacia
algún lugar como con prisa.

Con curiosidad felina lo seguimos y aparecimos en una
explanada donde la policía municipal se apresuraba a
poner esas cintas de plástico para que la gente no
pasara de un lado a otro justo en el momento en que,
de no haber atravesado nosotros, nos hubiera tocado
dar un enorme rodeo para volver hacia la ciudad.



A los pocos minutos, la banda se formó, apareció un
ministro
con cohorte cuya cartera nadie nos supo
precisar o si nos lo dijeron no lo entendimos, y
comenzó un disparatado concierto en el que los
músicos de la formación ¡también hacían
coreografías! con marchas marciales y también
temas de bandas sonoras cinematográficas. El director
parecía una majorette.



Le hicimos con el móvil un pequeño video que en cuanto
aprenda a subirlo puedo enlazaroslo para que os riáis
un rato.

Estuvo divertido, pero antes de que acabaran, allí los
dejamos con otros afortunados y casuales espectadores
y continuamos el paseo volviendo hacia el centro por
Al. Ujazdowskie, la elegante avenida de las
embajadas
extranjeras acreditadas en la capital.
Aunque también vimos cosas chulas como esta tienda
exclusiva de ositos de peluche:



Antes de tomar nuestra ducha, ya cerca del
aparcamiento, intentamos coger del suelo, junto a unos
roñosos cartones, de ésos que parecen los de pasar la
noche los vagabundos, un grueso libro que parecía
abandonado. Las extrañas frases pero conocidos gestos
de un señor que estaba junto al maletero de un coche
cercano nos hizo desistir. Parece ser que era suyo...

La noche se debatió entre ver el escenario donde el
14 de mayo de 1955 se firmó entre los países del Este
y la Unión Soviética el famoso Pacto de
Varsovia,
la OTAN de la esfera
comunista durante la Guerra Fría, hoy palacio
del presidente de la república,



y una panorámica de la calle principal de la parte
nueva, la Ruta Real, que termina en el caserío
de la vieja, completamente destruida por los
bombardeos, pero fielmente reconstruida.



En ella nos entró el hambre y, a pesar de la mala
reputación que arrastran los negocios regentados por
judíos,
nos aventuramos a esta desconocida cocina
mediterránea en el Pod Samsonem (algo así como
Taberna de Sansón).

Alguna otra vez la hemos probado y realmente son
platos ricos (purés de garbanzos, panes ácimos, salsas
con yogur...), pero queríamos darles otra oportunidad,
sobre todo a los que impregnan su vida con esta
religión.

Teníamos la mala experiencia de haber sido invitados
hace un par de años junto a otras tres personas por un
matrimonio judío a un restaurante para celebrar el
cumpleaños de uno de ellos.

Recordemos los datos:

Primero: que estábamos invitados; segundo: que
el cumpleaños era de uno de los anfitriones.
Pues bien, llegada la hora de la cuenta, los judíos
sólo pagaron su parte y la de una de las invitadas,
también judía. El resto tuvimos que pagar las nuestras
con cara de póker.

Con la carga de esta mala experiencia nos metimos en
el sitio que aparentemente era un animado mesón de los
que cierran tarde. Aunque en la carta venían a la
derecha de los platos y bebidas expresadas las
cantidades en gramos y mililitros,
como si fuese
un laboratorio de química analítica, lo pasamos por
alto y disfrutamos de una comida sana y correcta.

La primera sorpresa fue cuando al bajar a los
baños
del local vimos que ¡había que pagar para
entrar
! La segunda cuando al pasar la tarjeta por
el datáfono para abonar la cuenta, el propio
camarero, como disimulando, añadió un diez por
ciento del importe
y me pedía imperiosamente que
pulsase la tecla verde OK.

Le tocó anular la operación, sacar la boleta de
truncado y volver a hacerla adecuadamente.

¿Por qué arrastrarán esa fama de peseteros?

En su descargo hay que decir que tanto aquí como en
casi todos los demás establecimientos traen siempre a
la mesa el terminal para que la tarjeta nunca se
pierda de vista.
Esto en España está todavía muy
por perfeccionar.

Después de pasar por varios escaparates llenos de
recuerdos religiosos, esta vez ya de la iglesia
católica de rito romano, preñados de pósters de
Ratzinger
y biografías de Wojtila (Aún nos corroe
la duda de si el bávaro de Marktl am Inn habrá
ido alguna vez en su juventud a desmelenarse en
la Oktoberfest...),



llegamos a un, cómo no, abierto 24 horas local de
cambio de moneda. Donde canjeamos algunos
zlotys por litas lituanas. Aunque la
mitad del tiempo y del dinero ya estaban agotados,
haríamos un último esfuerzo: llegar hasta
Vilna, una de las tres capitales
exsoviéticas bálticas, aunque fuese a costa de
nuestro descanso. Total, ya que estamos por la zona...
nunca más cerca.

Es como cuando se reforma el baño de casa... ya que se
está de obras... pues cambiamos también esto y lo
otro... y al final la cosa se va subiendo...

El cambio a la moneda lituana es muy simple:
comprar una lita vale 1.25 zlotys. Por
vender una, te dan un zloty. Ideal para hacer
las conversiones mentalmente. Bueno, también era fácil
calcular de euros a zlotys: un euro,
cuatro zlotys.
Y de euros a francos suizos,
o mejor dicho, de pesetas a francos suizos: el billete
de 10 CHF es aproximadamente como mil pelas; el
de 20 como el de 2000 y así hasta el de 100, que es
como nuestro antiguo de 10000.

Pagar apenas 15 € por más de 20 horas de
estacionamiento y repostar en la Statoil fue lo
último que hicimos en Varsovia, antes de tomar
la destartalada carretera nacional 8 hacia
Suwalki donde volvimos a rellenar.

Se atraviesan decenas de kilómetros de espesos bosques



donde no es difícil ver los últimos bisontes de
Europa, aunque cuando pasamos nosotros debian de estar
todos dormidos.

En uno de ellos volvimos a calmar el hambre antes de
llegar a la frontera lituana.

Nada más comprobar la documentación de la furgo, que
nos pidieron con la frase

Áutopapiérren

pronunciada así, como con dos acentos y erre
rusa,
como en las películas, pudimos empezar a
gozar de la sensación de haber visitado 31 países,
esta vez sin MP3 porque venir hasta aquí no estaba muy
claro en el guión.

Cerca de la frontera, en Trakenai,
Morfeo dijo basta y nos perchó en la esquina
más apartada del primer área de servicio de la autovía
A5, que por su modernidad y buen firme contrasta
fuertemente con Polonia.


14

Un escatológico sucedido a punto estuvo de
hacernos tomar una visión equivocada del país.

Ya se ha hablado en el Foro en los hilos dedicados al
WC químico que muchos de nosotros utilizamos la
doble bolsa del super acoplada a la forma de la
taza para recibir los regalitos menos líquidos de la
mañana.

Como parece natural y hasta el momento de depositarla
en el contenedor, muchas veces ponemos la bolsa, ya
sellada, fuera de la furgo, junto a una rueda.

Pues, he aquí que en esa inmensa explanada llena de
camiones, y por tanto con papeleras rebosantes de
restos de comida y bebida, entres otros objetos
semiaprovechables, una pareja de homeless de
unos cincuenta y cinco años mal llevados, seriamente
tocados por el drinking de a diario, se
apoltronaron en el bordillo de junto a nuestra
discreta esquina. Allí bulleron un buen rato de la
media mañana rebuscando entre bolsas recién
recolectadas cuyos exiguos contenidos fueron libando.
Ella, de complexión hombruna y tocada con gorro,
parecía recién naufragada en una remota isla. Él, ojo
avizor, divisaba nuevas presas en derredor... Hasta
que su sonar se topó con nuestra bolsa. Que con
mal estudiado disimulo rescató de junto a la furgo
ante nuestra silenciosa, anónima para ellos y
horrorizada expectativa. A cincuenta metros hacia el
sembrado la lanzó como por resorte apenas el detonador
le ahogó la nariz y con ella el gesto entero...

Mirad cómo se dice en lituano que el tabaco hace pupa
a la salud:



Dicho así parece la cosa más grave, ¿verdad?

En este nuevo país, que tiene algo menos de población
que la Comunidad de Madrid y algo más de superficie
que el doble de Cataluña, estamos desprovistos de todo
apoyo cartográfico, pero enseguida en la tienda de la
gasolinera, para estrenar las litas, vemos un
buen tomo en escala 1:200000 con precisos
planos
también de las zonas urbanas. Perfecto.

Litas también nos gastamos en el supermercado
de Kaunas, la segunda aglomeración lituana a
orillas del lago Kauno Marios. Doy fe de que se puede
comprar de todo en una tienda de un país desconocido
sin saber ni decir hola, ni cuánto
cuesta
, ni adiós. Así es que la gente ¡que
se anime!, que no pasa nada. Ni mafias ni delincuencia
ni ná de ná. Los manguis están aquí
en España.
Por allí no atan ni las bicis de
noche...

En las carreteras lituanas se conduce a la
sueca.
Me explico:

Las líneas longitudinales del borde de la calzada (las
de los arcenes) son discontínuas todo el rato. Ello
quiere decir que si notas que el coche que te sigue
se te pega mucho al culo con intención de
adelantarte, tú tienes que meterte un poco en el arcén
y facilitar. Si viene uno de frente, no importa.
También tiene que apartarse
a su otro arcén.

No saber esta peculiar costumbre, que se practica
continuamente, como digo, en Suecia, puede traer algún
encontronazo.

Antes de llegar a la capital del estado, vaciamos el
WC en la alcantarilla de un área de descanso y
merendamos frente al bosque, a los que hacen una
explotación muy racional para la obtención de madera,
que luego reforestan.

Como toda ciudad pequeña pero con una importancia
administrativa notable, Vilna tiene un aspecto
futurista



y una considerable densidad de edificios oficiales
(éste es el modesto palacio del jefe del
estado
),



representaciones diplomáticas, universidades, tiendas
de diseño para vestirse y amueblarse, y, desde luego,
goza de una gran animación, maxime esa noche,
que era sábado, con los abrevaderos a rebosar
excretando decibelios y absorbiendo hordas, todo
mezclado.

Como o no llegan a dos metros o están muy lejos del
centro, vamos descartando aparcamientos hasta tirar
la toalla:


–Aparcamos a pelo– convinimos.

Nos metemos por error en una calle de esas que tienen
su mitad más céntrica peatonal y el resto para coches
de residentes (Vilniaus Gatvé). Así es que, al ser sin
salida, allí estaba nuestro hueco, junto a los
bolardos del final, en cuanto cambiamos el sentido,
vigilado gratuitamente por la gente de las cercanas y
pobladas terrazas y a un paso de todo, como de esta
original catedral blanca.



De allí nos recorrimos con agrado toda la parte
antigua, nos cruzamos con una larga limousine
(la nueva clase millonaria rusa anda suelta...) que
llegaba a un hotel selecto, y cenamos por 14 € ¡los
dos
! (colegas: no lo dejéis más tiempo, el sueldo
os rinde en el Este más del doble...).

La chica del restaurante se llama Greta y es la
única que nos entiende en inglés. Es enrollada y nos
consigue buena parte de las monedas lituanas para
coleccionar. Tengo una hermana a la que le encanta que
le lleve las series de los países que visitamos.

La comida es rica, pero nos llama la atención que,
siendo las once menos cinco de la noche y teniendo
puesto en la puerta que cierran a las doce, la gente
ande con tanta prisa, como recogiendo. Nos dan el café
y nos traen la cuenta.

¡Qué atrevida es la ignorancia! Es que resulta que
Lituania tiene el huso horario GMT+2, o
sea, una hora más que en Europa Occidental, donde
tenemos GMT+1 (menos P, IRL y UK, que es GMT, hora de
Greenwich). Y, claro, ¡ya eran casi las doce! Aclarado
el malentendido nos fuimos tan contentos por lo bien
que nos habian tratado.

Con los bonitos espacios verdes de Kalny y Vingio,
pasamos el ecuador del viaje, el punto de
inflexión triste a partir del cual uno empieza a
volver hacia casa. Los días mandan y si nos
entretenemos más no llegaremos a tiempo. Es la tensión
del montañero que, al hollar la cumbre, casi no
disfruta de ella por la ventisca y la falta de oxígeno
y además tiene por delante lo más duro: el descenso.
Snif.

Empero este repliegue tiene todavía un poderoso
aliciente: intentar llegar hasta Rusia. El día
D ya había llegado. La hora H la fijamos hacia las 3
de la madrugada. Sería nuestro país número 32º (E, P,
GBZ, F, AND, UK, MC, I, CH, FL, A, D, B, NL, DK, S, N,
PL, L, MA, V, RSM, SLO, HR, IRL, SGP, AUS, H, SK, CZ,
LT y RUS, por ese orden).

Un poco antes ya alcanzamos de nuevo Kaunas y
Marijampolé por la misma carretera de la ida.
En Kalvarija tomamos la comarcal 200, muy
secundaria pero en buen estado, hacia la frontera
rusa
de Vistytis, que es el punto donde más
perfectamente se acercan las tres fronteras (rusa,
polaca y lituana) y más fáciles de desarrollar son los
planes.



El plan A consiste en llegar hasta el puesto
fronterizo lituanorruso y aducir que sólo queremos
pasar a Zytkiejmy, en Polonia. Total son
sólo 12 km bordeando la ribera oeste del lago
Vistytis. Si los rusos se enrollan, a lo mejor
nos dejan. Nos ahorraríamos unos 300 € de visados,
molestias y papeleo interminable y habremos podido
visitar algún pueblo y ver el entorno.



Si el puesto fronterizo ya no está abierto por la
hora, o los rusos se ponen estrictos, o simplemente
está cortado, entraría en funcionamiento el plan
B:
entrar a Rusia de todos modos, pero
haciéndonos los despistados: todo el mundo sabe que se
llega más lejos en la vida así que yendo de listillo
averiguao. Fingiríamos ser unos pobres turistas
medio perdidos en la noche con toda su parafernalia:
gafitas de atrezzo, mapa abierto por la página,
cámara y cara de buenos. Para cuando nos pillaran, que
seguro que nos pillarían, ya estarían las fotos en la
tarjeta y todo sería fingir un rato. Luego
retrocederíamos hasta Kalvarija y
continuaríamos normalmente hasta Polonia.

El objetivo está cerca. Nos cruzamos por primera vez
con un coche desde la carretera general. Enseguida con
otros tres, esta vez rusos. Luego nadie hasta la
pequeña aldea lacustre de Vistytis, donde si te
metes en el agua ya estás en Rusia porque la
frontera es la ribera norte y este. Todo coincide como
habíamos visto en el mapa en la fase de gabinete:



una travesía con dos iglesias. En la segunda hay una
curva de 90º hacia el norte y allí precísamente debe
salir un ramal de unos 600 m hacia el puesto ruso, al
oeste.

Rebuscamos un poco dandole la vuelta al templo y una
calle desguazada, que tiene pinta de ser la que nos
interesa, en completo silencio y soledad, exhibe la
señal oxidada de sin salida.



Como ello no implica prohibición alguna, somos
ciudadanos comunitarios con derecho a la libre
circulación de personas y estamos en la Unión Europea,
allí nos metimos, no obstante, con el corazón a
mil.
Hasta el punto verde gordo.



Ya sabemos, por tanto, que por ahí no va a haber
frontera abierta. Luego ponemos inmediatamente en
marcha el plan B
con sus aditamentos. No hay
tiempo que perder.

A la derecha del pueblo se ven instalaciones militares
con algunos jeeps aparcados a la puerta. Muchos
focos y centenares de metros de vallas de
espino
de unos dos metros y medio de altura.

A pesar del silencioso funcionamiento de nuestro V6 y
del tono pardo de la carrocería, ladra a lo lejos un
perro y empieza a llover un poco. Sopesamos en un
instante la posibilidad de avanzar con el alumbrado de
posición para ser menos vistos y disponer de más
margen hasta que nos trinquen. Pero eso
arruinaría la teoría del frágil turista perdido en la
maraña viaria. Así es que optamos por ir bien a las
claras: con el de carretera, que se nos vea bien y,
además, veamos bien el escenario.

Pasamos unas arrumbadas garitas y una barrera metálica
levantada, entramos en la franja neutral y un
cartel que vemos por el retrovisor con la leyenda

LIETUVOS RESPUBLIKA
Vistytis

nos indica claramente que no rodamos por Lituania:
Prueba superada: ¡Estamos en Rusia y sin pagar un
duro!


Por si luego nos entran remordimientos de no haber
hecho la merced completa, nos acercamos hasta
las alambradas que impiden el tránsito hacia la
abandonada continuación de la carretera



que nos aparece de frente. Descendemos de la furgo



y nos lanzamos a por las pruebas. ¿De qué le
sirve a un español poner unos cuernos si luego no lo
cuenta en el bar?

Los segundos mismos corren en nuestra contra. A estas
alturas ya habrán saltado todas las alarmas en la
base. Iluminadas bien las alambradas, que, a
diferencia de Auschwitz, no están
electrificadas, ponemos las manos en la patria de
Putin.
Nos pasamos la burocracia por debajo de
un capote rosa y albero.
La tierra rusa está fría
y húmeda. Apenas unos disparos con la cámara. No da
tiempo a más...



La alegría nos dura poco porque un rumor de
motor suena a nuestras espaldas. Por si acaso, con el
corazón fuera de su sitio, temblando de miedo, nos
tiramos a la furgo, la cerramos y damos la
vuelta en un entrante visto al llegar para encarar la
salida. Aparecen unas luces hacia nosotros a toda
velocidad. ¿Serán los buenos o los malos? ¿Una mafia
que viene a por los siguientes pardillos o unos
furibundos policías a darnos unas hostias por
listos
?

El jeep militar lituano se detiene en su puesto
fronterizo y espera a que nos acerquemos nosotros.
Luego sacan una paletina con un punto rojo muy gordo
apuntando hacia nosotros y a su altura nos detenemos
con normalidad.

No entendemos nada de lo que nos dicen. No
parecen enfadados sino más bien que les hemos
jodido alguna partida de algo y que van a tener
que rellenar algún parte de incidencias esta noche. O
sea, trabajar.

En ejecución del plan previsto, sacamos un mapa de la
zona y apuntamos con un dedo tembloroso a la localidad
polaca que, atravesando Rusia, queda ahí al lado.
Niegan con la cabeza. Piden la documentación. El que
se bajó del coche le pregunta al otro algo así como si
España es comunitaria. El de dentro gruñe algo como
que sí. Nos devuelven los papeles y nos señalan medio
en inglés medio por señas que debemos rodear
por donde ya sabemos: por la aduana de
Budzisko: No veáis qué alivio.

La escena sería exactamente la misma con dos lituanos
y dos guardias civiles, pero en la valla de Melilla.

Antes de que pudieran arrepentirse, casi sin disfrutar
de la presa, pusimos las de Villadiego sin
mirar para atrás.

Son esos ratitos por los que merece la pena vivir.

Con todo el subidón encima nos gastamos
íntegramente las litas en gasolina barata (en
Polonia es algo más cara) en la última
Statoil antes de la frontera, en
Trakenai. Nos dimos prisa en salir del país por
si las moscas.

Esta vez la pantalla del aduanero está un poco girada
de más hacia la ventanilla y vemos a la perfección
nuestras fichas policiales al pasar la banda del DNI:
ningún problema.

Como lo que toca ahora es recorrer toda la costa norte
de la Polska Republika, Polen para los
alemanes, nos llega el resuello por ir avanzando hasta
la pequeña gasolinera, cerrada, de Kalinowo por
la que sólo sobre el papel son las carreteras de
primer orden 8 y 16.

Uno de esos WC de plástico verde clarito, que nos
persiguen durante todo el viaje, nos hace compañía en
la quietud de la noche.


« Última modificación: Sáb, 04 Noviembre 2006, 10:08:16, am por ooznak »



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #2 en: Mié, 25 Octubre 2006, 17:06:14, pm »
15

Es domingo. En la católica Polonia es un día
importante. La gente pasa con sus mejores
perejiles puestos. Los pueblos están de fiesta,
un poco deslucida por la persistente lluvia que cae
sin cesar. Encima se trata de una etapa muy larga, por
mala carretera. El peor día de conducción de
las vacaciones.

Vía Elk aterrizamos en la travesía de
Orzysz, un poco más al oeste, que tiene nada
menos que tres supermercados en una acera de veinte
metros.
Son pequeños, como los que regentan los
chinos en el centro de nuestras grandes ciudades con
horarios desquiciantes.

En los tres nos metimos a comprar sucesivamente. Somos
así de ecuánimes. Y en los tres había chavales
vestidos del día comprando alcohol barato y
chuches.
Al otro lado, dependientas
desconfiadas ojo avizor. Como en España.

Cuando llegamos por la nacional 16 al LIDL de
Mragowo a reponer el agua de beber, justo
cerraban. Así es que merendamos en el parking
mientras el caballeroso novio de la última cajera,
como llovía, pasaba a recogerla.

A sólo 20 km al norte está Rastenburg (hoy
Ketrzyn), donde el 20 de julio de hace 62 años
pudo haber cambiado el curso de la historia si
la bomba que le prepararon hubiera estallado de lleno
en el cuerpo de Adolf Hitler.

La cena y unas cuantas llamadas en itinerancia
a los nuestros tuvieron lugar en el fast food de
los aros,
en Ostroda. Como siga así la
cosa, van a tener más Mc Donald’s que en
Francia...

Es el capitalismo y la globalización feroces... pero
son muy prácticos.

Ya anochecido y hartos de conducir con el
limpiaparabrisas a todo trapo y con una molesta
filtración de agua que entra desde la óptica de
la tercera luz de freno hasta la cortinilla del
portón, pasamos de largo por Elblag, en la
carretera 7, y por otra, la 22, nos hacemos amigos por
unos minutos del maravilloso castillo de la orden
Teutónica que hay en Malbork.



Algo entrada la madrugada a través de una urbanización
pequeña intentamos llegar a la orilla derecha del
Vístula en Tchew (la antigua
Dirschau alemana), pero nos equivocamos un par
de veces de carretera secundaria y notamos que somos
seguidos discretamente por un misterioso fiat
al que conseguimos dar esquinazo y que no
volvió a aparecer. Seguramente era alguien de las
casas cercanas que pensaba que estábamos merodeando.

Aunque los libros más generalistas sobre la Segunda
Guerra Mundial suelen decir que el primer ataque
alemán a Polonia fue el bombardeo de
Danzig, en realidad no fue así. El primer
ataque se produjo aquí:



En el año 1939 la frontera entre ambos países la
conformaba el propio río:



Hacia oriente era Polonia, hacia el oeste,
Alemania. Además, este lugar, por la magnitud
de sus puentes, era un paso de elevado valor
estratégico para unir los territorios de la Prusia
Oriental,
también administrados por el III Reich.

Los polacos lo sabían y tenían atenazadas las
pilastras del paso ferroviario y carretero con cargas
explosivas que en cualquier momento podían ser
detonadas mediante un largo cable tendido por los
puentes primero y luego por el terraplén hasta
unas casetas junto a la estación, donde estaban los
mandos.



A Hitler le interesaba muchísimo que este paso no
quedara inutilizado. De hecho, en la estación de
Dirschau esperaba ese día un convoy blindado
lleno de soldados alemanes y piezas de artillería
listos para intervenir en la invasión.

Cuando, ya libres de la persecución del misterioso
fiat, la Marco Polo iluminó ese
terraplén al llegar, un chaval de nuestra edad, que
por los gestos acababa de aliviarse junto al coche
donde se resguardaba la novia, volvía al interior por
la puerta de atrás. Nuestra incómoda e inoportuna
presencia, que tratamos de minimizar alejándonos, no
evitó que el coche se marchara con otro rumbo. Nadie
se relaja así con una furgoneta tintada y extranjera a
las dos de la madrugada con quién sabe cuánta gente
dentro.

En realidad nuestra intención no iba más allá de pisar
in situ la misma tierra sobre la que el capitán
Bruno Dilley, al mando de una escuadrilla de la
poderosa Luftwaffe alemana compuesta por tres cazas
Stukas Junkers Ju87, descargó en picado y luego
en vuelo rasante a las 4:26 del primero de septiembre
de 1939, los proyectiles necesarios para cortar el
cable
y así evitar la destrucción de las obras
metálicas.

En un golpe de efecto, los ingenieros polacos
consiguen empalmar los cabos
del detonador y las
estructuras finalmente saltan por los aires a las
6:30, como se ve en esta imagen de época tomada desde
la ribera alemana.



A esa hora, el bombardeo de Danzig, sucedido a
las 4:47, ya había comenzado, pero el primer tanto se
apuntó aquí. Exactamente 21 minutos antes de lo que
comunmente se cree.

Apesadumbrados porque en este bonito mirador (la
prueba de que era hermoso se acababa de marchar. Las
parejitas suelen buscar sitios así para darse
calor) se  hubiera iniciado la más terrible de las
trifulcas de todos los tiempos entre los habitantes
del planeta, nos marchamos hacia el norte, una vez
cruzado el Vístula casi en su desembocadura por
este maravilloso puente con el tramado en
Celosía
(ejemplar raro, porque normalmente suelen
construirse por el sistema de Alma Llena o en
el de Cruz de San Andrés).



A las puertas de Gdansk (Danzig)
encontramos la más barata de las gasolinas de 98 de
todo el viaje. Exactamente 3.88 PLZ (0.97 €/l). Era de
las automáticas con tarjeta o con billetes. ¿Para
cuándo en España lectores de billetes de banco
más generalizados?

Nos paseamos por los canales de la ciudad,



por el muelle largo y conocemos los tristemente
célebres astilleros



y el lugar donde cayeron asesinados por la policía los
primeros manifestantes durante las huelgas



de 1980, impulsadas por el sindicato
Solidaridad,
dirigido por Lech Walesa,
quien llegaría a dirigir el país y a devolver
pacíficamente la democracia al estado.

Una enorme cruz diseñada y construida por los
propios trabajadores recuerda que estas tragedias
pueden volver a repetirse.

En la recepción del hotel Mercure se
enrollan bastante bien y nos autorizan a
aparcar 24 horas en el recinto descubierto del garaje
por mil pelillas: no está mal si se comprende
que es una ciudad casi peatonal, al estilo
Amsterdam (a la que se parece rabiosamente)



y que los parkings que hemos chequeado
son todos entre 1.80 y 1.95 m de altura permitida. Y
no cabemos.

Despertar al vigilante a las 4:00 no fue fácil:
tenemos nuestro corazoncito. Pero tuvo que abrirnos la
barrera manual.

16

La venganza estaba servida y a media mañana nos
despierta a nosotros el maniobrar de una
autocaravana portuguesa. Tienen mérito porque
Portugal está más lejos todavía de Gdansk.

Un rato después, nos explicarían que en octubre ya
están cerrados todos los campings de la zona y
que no les quedó más remedio que hacer lo que
nosotros.

De verdad que merece mucho la pena llegar hasta aquí.
Es un sitio mágico, como los reflejos amarillentos,
ocres, dorados, melosos que irradian las joyas de
ámbar
expuestas por cualquier escaparate, muy
especialmente los de la calle Mariacka.

Aunque pretendían cobrarnos por dejar las
chupas
en el perchero ¡dentro del
restaurante!, comimos muy bien, ya no tan económico
como en otros lugares de Polonia del sur, en
Pod Lososiem (Szeroka 54) donde destacó un
estupendo salmón del Báltico con verduritas torneadas.

También fue muy irónico el brindis que cinco
ancianitos de la mesa de al lado, todos varones
(¿militares retirados?), propusieron a los postres.

–Für Deutschland!– vociferaron.

Brindar por Alemania en voz alta no tiene mayor
importancia. El detalle está en que fue justamente
aquí, donde cayeron las oleadas de toneladas de bombas
incendiarias y de fragmentación más virulentas de la
guerra. Tantas, que la ciudad quedó arrasada.

Las primeras, dirigidas al polvorín del monte
Westerplatte,
frente a los actuales astilleros,
las impulsaron las baterías del navío acorazado nazi
Schleswig-Holstein veintiún minutos, como sabemos,
después de machacar el cable polaco en los puentes de
Dirschau. Exactamente a las 4:47 horas
del primero de septiembre de 1939.

Es como brindar por Israel en una taberna de la
franja de Gaza.
Más o menos.

Un paseo para bajar tanta grasilla nos llevó por toda
la ciudad, muy animada por la tarde. Una cafetería con
internet llevada por una pareja de chicas
hacendosas, unas postales echadas al correo... fueron
consumiendo los ratos.



En uno de los cuales dos policías, con gran corrillo
de turistas, se llevaban al coche patrulla a lo que
parecía un raterillo sorprendido in
fraganti,
el único atisbo de delincuencia
evidente que hemos visto en 25 días, si no se
considera delito el que en una pastelería de Garbary
Tkacka hubiera seis o siete avispas columpiándose
en una tarta de queso
¡dentro del escaparate
refrigerado!

El vigilante del hotel se empeñó y consiguió cobrarnos
35 PLZ en lugar de los 25 convenidos aduciendo que
pertenecíamos a otra tarifa por ser coche alto. La
ridícula diferencia de 2.25 € por todo el día no nos
pareció motivo suficiente para contrariarlo. Además,
le habíamos despertado la noche anterior...

Nos fuimos por los alrededores, nos perdimos
(literalmente) un rato por Sopot, pero al final
encontramos la Casa Derretida (Krzywy Domek), que por
dentro es un pequeño centro comercial con todo bien
derecho.



Lo último antes de marcharnos de Gdansk fue
visitar el citado Westerplatte donde los
militares sólo dejan ver el punto exacto donde
cayeron las bombas y el airoso monumento
conmemorativo.




En la Jet de Gdynia repostamos y en
Rumia malcenamos dentro del Mc
Drive.
Con todas esas energías llegamos hasta la
frontera alemana de Kolbaskowo, agotada la
chatarra de zlotys en la gasolinera antes de
pasar.

Apenas un rápido vistazo a las papelas les
bastó a los policías para dejarnos entrar en la
autopista A11, cuya prueba demuestra que no sólo en
Polonia hay carreteras catastróficas.
También aquí
tienen que invertir todavía mucho en asfalto nuevo.

Ya amanecido, nos paramos a dormir en la diminuta pero
bien aprovechada estación de servicio de
Hohengüstow.

Cuando ya teníamos colocado el set isotérmico de
parabrisas y ventanillas delanteras, el encargado nos
recolocó del aparcamiento de pesados (casi sin
camiones) al de ligeros: estamos ya en el país de
las cabezas cuadradas.
Cada cosa en su
sitio.

Pernocta número 222ª: Bonita cifra.

17

Una llamada de teléfono nos entristece: la lista de
espera para cenar
en lo alto de la
Fernsehturm de Berlín (la torre de la
televisión)



llega ya a los dos meses. Mala suerte. Otra vez será.

En la tienda de la gasolinera Aral compramos
por un euro unos prácticos bolsillos autoadhesivos
para los asientos de la furgo, aprovechando que son
exactamente de nuestro tono gris orión. Los
estantes de otros países son siempre un pozo sin fondo
de sorpresas.

En el berlinés barrio de Pankow, un LIDL
nos vende la comida del día y nos la ajustamos al
cuerpo en un recodo forrado de hiedras. Los
aparcamientos aquí cuidan mucho sus detalles.

La entrada a la que llaman la nueva capital de Europa
la hacemos por Greifswalderstrasse. A la altura del
225 nos aparece una lavandería en autoservicio de
monedas (waschsalon). Justo lo que necesitamos
para lavar cosas grandes que no caben bien en nuestra
lavadora (fundas nórdicas, vaqueros, chupas...) o
cuesta mucho que se sequen.

Si una vez conseguimos hacer la colada en una de
Odense (DK) con todo escrito en danés, el
alemán se convierte en una lengua intuitiva.

En serio: es muy sencillo porque basta meter
saldo en la caja central del local



y a continuación seleccionar todas las cosas que uno
desea hacer (coger detergente o suavizante, arrancar
la lavadora o secadora número tal, etc).

Después se introduce la ropa en la máquina deseada, se
espera a que lave y centrifugue (media hora)



y finalmente se cambia de aparato mediante unas cestas
con ruedas para llevarla a la secadora (otra media
hora).



Acabado todo, se dobla la ropa ya seca en unas
generosas encimeras
y a correr.

Tuvimos además la fortuna de que justo en un solar de
la finca de al lado tuvieran habilitado un pequeño
aparcamiento para clientes de las tiendas de
alrededor. Como ya era anochecido, pues sin problemas
para estacionar.

Además, estas lavanderías suelen tener horarios
enormes
(no todas abren de madrugada, pero sí de 7
a 23 o cosa así) y en las horas menos punta son más
económicas todavía: Así regulan el aforo.

El funcionamiento de los botones y los cajetines para
echar los productos en la lavadora son como en casa. Y
pueden estar cuatro o cinco personas más o menos a la
vez haciendo sus faenas. Hay videovigilancia y el
encargado sólo va un rato una vez al día a por la
recaudación.

Unas duchas y un estacionamiento en el céntrico
aparcamiento cubierto del Zoo, en Budapesterstrasse,
fueron los responsables de que nos relajáramos de
compras por los distintos ambientes de la ciudad.

Este aparcamiento es de 1.90, pero, como se veía que
tenía algo de margen, en torno a 1.95, nos aventuramos
bajando la suspensión neumática al extremo. Así
la Marco Polo se convierte en una furgo de
1.94. La encargada del parking, una verdadera
señorita Rottenmeier, la de Heidi, al principio
no quería. Pero luego llegaron los dos vigilantes
jurados y uno me hizo un gesto de complicidad para que
lo metiéramos en una de las decenas de plazas vacías
para minusválidos de la planta a nivel de la calle. No
era alemán, seguro.

Al salir, ¡menos mal que llevo las gomas autoadhesivas
en las cuatro esquinas de los paragolpes!, porque me
comí una viga de hierro de esas que protegen a
la máquina de los tickets. Y quedó en un simple
susto. Ni se nota. Ni parktronic ni leches...
como tengas mala pata, le pegas igual aunque te esté
pitando.

Cenamos a dos metros del Muro de Berlín, que
tocamos con nuestras propias manos (la última vez no
lo habíamos visto), lo que se conoce como East Side
Gallery,
un fragmento de unos 1500 m que han
dejado como museo.




Y nos costó encontrarlo porque en un primer momento el
petardo del navegador nos llevó a una calle que
se llamaba igual pero ¡a 9 km! de allí.



La pared es muchísimo más bajita de lo que parece en
las fotos y en la tele. Casi que se la salta
un gitano...
o un torero.

Dejados atrás la puerta de Brandenburgo



y el inmenso Tiergarten, nos fuimos a dormir a la
plaza de aparcamiento que más nos gustó en el del
Palacio de Charlotenburgo frente al cual al día
siguiente queríamos visitar



el busto egipcio de la reina Nefertiti.

18

Cuando estábamos a punto de vernos las caras, resulta
que por obras los fondos del Museo Egipcio se
han trasladado al Altes Museum, a la otra punta de la
ciudad. Esto nos pasa por no preparar los viajes. Otra
visita para la libreta de cosas pendientes...

Ya que estábamos allí bien aparcados, como ya habíamos
recorrido los infinitos jardines versallescos del
Schloss Charlottenburg,



pues nos dedicamos a verlo por dentro.

Es de ese tipo de edificios aburridos, enormes,
con valiosas cuberterías de plata por aquí y finísimas
porcelanas por allá. Pero por dos euros merece la pena
recorrerlo.



El plato fuerte del día nos esperaba en otro palacete,
el Cecilienhof, a unos kilómetros al suroeste
de Berlín, hoy reconvertido en hotel-restaurante. Algo
así como un Parador pequeño.

Estos langostinos con pasta fresca, entre otras
cosillas,



nos recrearon en la misma terraza donde las potencias
vencedoras en julio de 1945 terminaron de arreglar lo
que había empezado en el cable de los puentes de
Dirschau.

Fue la Conferencia de Potsdam, el pueblo en el
que estamos, la que, tras la celebrada en Yalta en la
península de Crimea, ordenó al final de la guerra las
nuevas fronteras, las indemnizaciones de guerra y la
desmilitarización de Alemania, perdedora del
conflicto, entre otras muchas estipulaciones.

En esos mismos jardines donde ahora comemos se dejaron
inmortalizar, de izquierda a derecha, Churchill
(UK), Truman (USA) y Stalin (URSS).




Para mayor gozo mundano, en el carillo aparcamiento
vemos este bonito ejemplar de Viano compacta
4matic de una familia suiza con esas
suspensiones subidas. Mmmm:



De allí con un poco de atasco (está claro que viajar
de día es un suplicio) hasta Leipzig, sede de
la Biblioteca Nacional. Aquí también trabajó, vivió y
murió ese músico inimitable, Bach. Está
enterrado en la iglesia de Santo Tomás.

La ciudad, como ocurre en otras muchas de
Alemania que fueron casi hechas desaparecer del
mapa por la guerra, es una mezcla de agresiva
modernidad rodeando pequeñas manzanas de monumentos
antiguos reconstruidos. Son las Traditionsinsel
(islotes históricos).




Tan agradables de ver como  todo lo que se fabrica en
su factoría Porsche.



Una vez más, comida yanqui en la estación
central, absolutamente digna de ver, aunque no se vaya
a viajar. Estamos en uno de los nudos
ferroviarios
más pujantes de Alemania.



Y luego el tiempo justo para tirar millas por las
A38/A9 hasta la salida 45 donde nos dio el sueño: en
Betzenstein. Dormimos en un antiguo ramal muy
arbolado de la carretera paralela habilitado como área
de aparcamiento.

19

Por la mañana un TIR dejó aparcado su remolque sin
mucho estrépito a nuestro lado. Y se marchó. Pasada
una hora volvió a por él.

Bien comidos en otro área camino de Sttutgart
por las A6/A81, la sede central de la
Mercedes-Benz
nos aguarda con los brazos abiertos,
en sentido figurado, porque por la hora lo único bueno
que pudimos hacer fue meternos a cenar en el Alte
Kanzlei
(Schillerplatz 5), atendidos por un chaval
de Marrakech que se expresaba perfectamente en
la lengua de Quevedo. Comida agradable, de fusión y
bien condimentada. El resto de mesas, como nos ha
pasado en casi todas partes, ya estaban tomándose las
copas.

Bellísimo y bien cuidado el centro monumental de la
ciudad, donde lo que más destaca de cuanto vimos son
el Palacio Nuevo y la Ópera.




Y otro montón de cosas como esta tienda de
animales
con cuyo nombre nos reímos un rato:



O los coches de la Polizei, que son Mercedes
Vito, ¡cómo no! :



O esta otra, una zapatería dedicada a tallas
grandes.
Lo del centro es un 52. Mi dedo
meñique hace de jalón comparativo:



Del aparcamiento de dos metros Züblin nos
subimos, sorteando como pudimos las obras del nuevo
tranvía (las pillamos todas), hasta la extensa vista
de la base de la torre de la televisión, con la fosa
en la que está emplazada la ciudad a nuestros pies.

Por las  A6/A5, dejando a un lado Baden-Baden,
alcanzamos el área de servicio de Urloffen. Las
lucecitas indirectas de su pequeño jardin nos
arrullaron por última vez.

20

La compra fue en el ALDI de Offenburg. A
punto estuve de quedarme una cizalla de despacho de
las que no sólo cortan papel en recto, sino que
también hacen esos taladros discontínuos como para que
una hoja pueda arrancarse después a mano, como en los
talonarios de cheques o en las libretas de facturas.

Y la comida en un área de la A5 con vistas al maletero
de un matrimonio cuya esposa, toda
empingorotada y con tacones, sucumbía a un
envidiable bocata sentada en el umbral del
maletero. Y además me recordaba a una catedrática de
bachillerato que fue compañera in illo tempore.

En la frontera suiza, como había cola, nos cambiamos
conductor y copiloto casi en marcha sin darnos cuenta
de que los coches de delante habían avanzado, vete tú
a saber por qué, rápidamente. Con lo que nos quedamos
pillados en pelotas. Es decir: sin cinturón,
con las botas desabrochadas y todo eso.

Remediado como pudimos, los ojos de seis policías de
aduanas ya estaban fijos en nosotros y tocó otra vez
interrogatorio sobre si llevávamos mercancías. Usada
la varita mágica de nuevo, no hubo registro.

Lo que sí hubo fue conato de avería en el cierre
centralizado
de la puerta corredera.

Los que tenéis esta furgo sabéis que si, pulsado el
mando a distancia, no se abre ninguna puerta en unos
40 segundos, todo se vuelve a bloquear de nuevo. Pues
bien, cuando cerrábamos las puertas con el mando no
había problema, pero si lo cerrábamos desde la
consola, el motor de cierre de la puerta lateral hacía
ese ruido como de quererse cerrar de nuevo cuando ya
está bien cerrado. Y lo hacía cíclicamente cada medio
minuto.

Puestos a cavilar, limpié todos los contactos
múltiples
que hay en el canto de la puerta y sus
correspondientes del marco, donde se ajustan. Y dejó
de suceder. Por lo que pienso, y os prevengo a los
demás, que la suciedad acumulada puede hacer que el
sistema entienda que la puerta no está cerrada del
todo o algo así. Y por eso falle. Digo yo...

Un poco de relajación en Basilea, donde
aparcamos (aquí no hay casi delincuencia) en la calle
Chrischona, a orillas del río Rhin, siempre tan
majestuoso, frontera norte del Imperio Romano,
y en seguida avanzar hacia Ginebra, que se nos
acaban los días.

Para el que no lo sepa, hay que decir que los
suizos tienen un exagerado concepto de
lo que aquí
en España el gobierno llama la colaboración
ciudadana.
O sea, chivarse de cosas que uno ve a
la policía.

No es la primera vez que oímos que un conductor que ve
a otro por la autopista demasiado deprisa, le toma la
matrícula, lo denuncia y van a juicio. Esto también lo
prevé la ley en nuestro país, pero poca gente lo pone
en práctica salvo que te toque algún interés
particular.

Los suizos no. Los suizos miran también por el interés
público, por el bien común. Es una sociedad avanzada.

En unas cosas, porque en otras también tiene sus
fallos. Por ejemplo, al repostar a las tres de la
mañana en la gasolinera BP de la localidad de
Perly, junto a la frontera francohelvética,
el lector de billetes que usé para repostar (el
de tarjetas lo tenían jodido), se tragó mis
¡20 francos! sin darme una gota de gasolina.


Pensé que había hecho algo mal, pero cuando fui a
dejar una nota por debajo de la puerta para que la
vieran al día siguiente, había otra de una señora a la
que le habían trincado otros ¡40 CHF!

Imagináos la escena: una furgo toda negra, no suiza,
con un tío trasteando en el lector de billetes y en
los botones a ver si funcionaba de una vez, sin otros
coches al lado, de madrugada, escribiendo apoyado en
la puerta de la gasolinera... No tardó ni minuto y
medio en llegar la policía derrapando a nuestro
lado y saliendo en plan Hombres de Harrison con
micrófonos de los que vienen de la oreja...

¿Son unos chivatos, o no?

Al final la poli se portó bien cuando mi torpe
francés les aclaró que era yo el que había sido
atracado por una multinacional.
Fueron majos y nos
indicaron un aparcamiento tranquilo en el Chemin de
Rouet para dormir hasta la mañana siguiente, momento
en que intentaríamos reclamar lo nuestro. Ventajas de
viajar en autocaravana.

Luego los vimos pasar, seguramente para cerciorarse de
que éramos turistas de verdad y que ya estábamos
dormidos.

21

Nos urgía no despertarnos muy tarde para aclarar lo de
la gasolinera, pero no nos dio otra opción una
manifestación
de algo así como padres e hijos
en pro de no sé qué
(alguna reivindicación
escolar, parecía) que empezó a proliferar a nuestro
alrededor cerca de media mañana.

En la BP fueron un encanto. Nos abonaron los
20 CHF
a la cuenta del repostaje que les hicimos
y además nos regalaron chocolate suizo por las
molestias. Vimos también que tenían en una lista otras
dos reclamaciones más de otros tantos
conejillos que cayeron en la trampa durante lo
que quedó de noche.

Tanto disgusto requería una compensación, así es que,
ya pasados al primer pueblo francés, St Julien,
las chicas de la pastelería de la carretera, que
chapurreaban castellano, nos vendieron muchas cosas
ricas: quiche, tarta de manzana,
brownie...

En el aparcamiento del peaje de Viry, mientras
vaciábamos el WC, una conductora, consciente de que es
bueno hacer estiramientos y distenderse en las paradas
se puso a hacer un montón de tonterías en plan
tai-chi,
como llamando la atención. No era normal.
La muchacha estaba un poco pallá. Y lo grave es
que el novio le seguía la corriente...

Por las A40/A42 llegamos a Miribel donde
entramos para evitar el consuetudinario atasco de los
accesos a Lyon. Nos sirvó para lavar la furgo
en el Leclerc, hacer la compra en un pequeño
Champion, más tranquilo que el hiper y
visitar el mirador del Corazón de María, que domina
todo el valle desde lo alto.

Teníamos previsto pasar unas horas para ver lo nuevo
en la ciudad desde la última visita, pero en el
aparcamiento que solemos emplear, prácticamente el
único céntrico con dos metros, no hubo suerte. Consta
de un sótano limitado a 1.80 y una terraza a nivel de
calle de 2.40. Muchos conductores por comodidad dejan
los turismos bajos en la terraza, llenándola, en vez
de ponerlos en el sótano. Con ello, cuando pasa una
furgo y da toda la vuelta a la terraza tiene o que
esperar a que surja un hueco (cosa rara en hora punta)
o volver a salir del parking fastidiando casi
un euro sólo por probar. Que es lo que nos pasó a
nosotros. Pero como al llegar a la garita de salida
había una moneda de dos euros caída en el suelo, justo
a mano, pues entrar en aquel aparcamiento fue una
pequeña ganancia.


La ciudad estaba imposible, así es que tomamos la
determinación de continuar. Al salir por la avenida
de Carlomagno
os hice de tapadillo (para no
irritar a ningún proxeneta) esta foto-testimonio:



Podéis ver un uso alternativo a nuestros vehículos que
se hace en la segunda ciudad de Francia, aunque en los
Bois de Vincennes y de Boulogne de París también lo
hemos visto en menor medida.

Consiste en que las putas viven en los
vehículos,
unas a continuación de otras. Si están
listas para recibir, ponen una vela encendida
en el interior del salpicadero. Si están fuera de
servicio o completamente entregadas a él, la tienen
apagada.
Así de fácil. Lástima no haberla hecho
por la noche...

En Lyon, de todas formas, la gente tiene muchas
otras formas de divertirse además de ésa:



Nos damos la gran paliza a conducir hasta
Toulouse parando únicamente largo rato en el
área de St Aunès a cenar, en la A9.

En el aparcamiento de la Île du Ramier, un
verdadero lugar furgoperfecto en la capital del
Midi, dimos la primera cabezada completamente
exhaustos. Concluía la etapa más larga.

22

En este aparcamiento hay un cercano centro de
formación de kayak, así es que mañana de
domingo significó mucho movimiento de chavales y
fibras de vidrio, de remolques-estantería e ir
y venir de palas.

En la megazona comercial de Muret, donde
están todos los hipers, el IKEA y los centros de ocio
del sur de la ciudad, rellenamos de agua y cambiamos
por tercera vez consecutiva la lámpara H7 de la luz
de cruce izquierda.
Es curioso: desde que salió de
fábrica sólo se me ha fundido esta bombilla y tres
veces. El resto son las originales.

Y sorprende más que dure tanto la otra porque suelo
llevar el alumbrado de cruce también de día para ser
mejor visto (carrocería oscura). Ya me enteraré.

Lo que milagrosamente sigue durando es la bombona
original de gas.
¡Dos años sin cambiarla! Ya casi
ni me lo creo.

En el área de descanso de Comminges comemos a
la sombra de un trailer porque aquí el sol ya
vuelve a picar. Sólo a última hora arribamos a
Biarritz. Un poco de descanso al cuerpo y, con
todo ya cerrado, tenemos que recurrir a la taberna, de
estilo euskaldún, La Cantina (Maréchal Joffre
2) que es la única que queda abierta a estas horas.
Como el otoño está de rabiosa actualidad, se impuso
probar la tortilla de hongos: Riquísima.

Junto al faro está la hélice del carguero Frans
Hals,




que cuando era remolcado desde Murmansk (RUS) hacia el
puerto de Bilbao para su desguace, quedó a la deriva
por la rotura de los cabrestantes de los que pendía en
una tempestad y naufragó en la playa de
Biarritz el 20 de noviembre de 1996.

Allí mismo, como en la segunda etapa, volvemos a
contemplar desde el acantilado el intenso
oleaje de la noche hasta dormirnos.

En ese crítico momento, la furgo lleva matriculada
dos años justos. Se volatilizó la garantía.


23


Hoy nos levantamos más tarde de las tres. Sin prisa,
sin gendarmes que te molesten, sin vecinos ruidosos.
Sólo el mar y el mecer de los árboles. Y sin embargo
en pleno casco urbano de Biarritz.

Estamos ya cerca de casa. Vamos a ver un poco el
entorno del pirineo occidental en ambas vertientes.
Las cosas que nos hemos ido dejando otras veces.

Nos vamos a Ascain, no lejos de San Juan de
Luz
montaña arriba. Pan y gâteaux basques
(una especie muy rica de bizcocho amazapanado)
frente a La Poste. Después, como no hay nadie,
nos duchamos en la pequeña área de descanso que hay
antes de llegar al gran aparcamiento del
ferrocarril de La Rhune.



Por primera vez en dos años cocinando se nos cae
parcialmente un cazo lleno de agua caliente (todavía
no hervía por suerte) dentro de la furgo. La causa: no
haber nivelado bien la suspensión antes de ponerse al
tajo (es un parking muy inclinado).

Los alambres de los hornillos de la Marco Polo
no son antideslizantes... mucho ojo, compañeros, sobre
todo los que tengáis pekes.

Como no llegó la sangre al río, nos enteramos
para el día siguiente de los horarios del ferrocarril
de cremallera. Resulta que los lunes cierran. Y
hoy lo es.

Lo más chocante de los precios de esta atracción es el
que pagan los perros por acompañar a sus dueños.



Entramos por primera vez en España desde hace
veinte días por Bera de Bidasoa, a conocer el
caserón de la familia Baroja. Allí vivió don
Pío y escribió sus obras. Y allí siguió viviendo a
temporadas su preclaro sobrino Julio Caro Baroja.



En el ultramarinos de Ángela nos surtimos de
mermeladas caseras. Al entrar, la hija nos dice:

–¡Qué tiempo!, ¿eh?–  por aquello del buen
otoño que estamos teniendo.

Al salir, la madre nos dice:

–¡Qué tiempo!, ¿eh?

Claramente aquí en otoño suele llover más otros años.

En la gasolinera del pueblo, que es muy agradable de
pasear,



al costado de la N121a, la Pamplona-Behovia,  nos
intentan llenar el depósito de gasóleo.
Menos mal
que lo vi a tiempo...

Otra pasadita por Biarritz para aprovechar que
todavía no hemos cumplido los cuarenta nos hizo
terminar el día en el lado francés de nuevo, pero en
otro lugar furgoperfecto.

Al final de esta estrecha vereda, en la aldea de
Sare,



hay una cascada nada más pasar un pontejo. A la
revuelta hay un merendero semiescondido que da sobre
la cabecera del pequeño salto de agua.



Ahí se nos cerraron los ojos escuchando sólo el
chisporroteo de los chorros. Un sitio magnífico en
pleno Pirineo.

24

Sabíamos por el día anterior que el tren que asciende
hasta la cumbre de La Rhune (905 m) tiene dos
salidas fijas:
a las 10:00 y a las 15:00. Pero si
hay público suficiente, sale todas las horas
enteras.




Así es que, sin haber comido todavía y sin esperanza
de que hubiese viaje a las dos, nos acercamos a menos
cinco al aparcamiento para prepararnos para la hora
siguiente.

Allí nos posamos al lado de la que luego
resultaría ser la furgo de inamai,



pero, como habíamos visto que estaba el convoy
preparado para salir y lleno de gente,



apenas nos dio tiempo de coger la cartera, los
prismáticos y las llaves y salir corriendo. Luego
miraríamos al bajar si era un forero o no.

La experiencia de escalar con un tren de éstos es muy
bonita. Van muy despacio, inclinados a muchas
milésimas,
el viento te azota en según qué zonas.
Y desde luego las vistas son impresionantes.

A mitad de camino, el tren que desciende se cruza con
el que sube. El conductor del que asciende se apea y
hace manualmente el cambio de agujas.
Adicionalmente, el de nuestro trayecto echó
también una meadita sin importarle tener ciento
y pico espectadores.



Al bajar en el tren siguiente, sin saberlo entre tanta
gente, viajaban también inamai con su chica y
una cría pequeña. Incluso en la parte de abajo
compramos casi juntos en la tienda de alimentación sin
conocernos.

Luego al marcharnos, su furgo seguía allí sin mover;
vimos entonces el caracol



y pensamos que se habrían quedado arriba hasta el tren
siguiente y no les esperamos. Sólo les dejamos un
saludo en una nota.

¡Qué pena! ¡Habíamos estado al lado, casi casi!

Para otra vez será.

Volvimos a pasar a España, esta vez ya
definitivamente.

El satélite nos informó de que había mucha
retención en la autopista
de Hendaya, así es que
lo más sencillo era ingresar otra vez por Bera,
donde volvimos a repostar además de gasolina todo el
depósito de agua. Cuando estaba casi lleno, se nos
acerca un camionero un poco despistado:

–Este agua llevan los Mercedes para la
refrigeración o así del motor, ¿no?


No sé si le aclaré del todo lo de que en ese cacharro
se podía vivir muchos días sin volver a casa, pero
quedó más convencido que antes.

El Alcampo de Irún nos los pateamos un
rato y le dimos un poco de lustre al coche en el
autolavado, más que nada por no llegar con mucho barro
al aparcamiento de Arzak, en Donosti,
donde nos dieron muy bien de cenar todo esto:



Siempre es una gozada volver a la mesa de Juan Mari
por varias razones:

–Porque te hacen sentir como en casa. El trato
es familiar a rabiar, humano, personalizado y
encantador. Se acuerdan hasta de lo que tomaste la
última vez. Les da igual que lleves corbata todos los
días o que eches un euro en la hucha de vez en cuando
para darte un día el homenaje vestido con camiseta.

–Porque se come maravillosamente bien. Lo mejor
de la cocina vasca unido a lo mejor de la creatividad.

–Porque para lo impresionante que es, puede decirse
que es barato.
De hecho es el tres estrellas
Michelín
más barato del mundo. Por eso ya hemos
repetido tres veces. Cuesta lo mismo que cenar ocho
veces en un McDonalds. ¿Quién no lo cambia?

Unas risas con un amigo en Lasarte después de
cenar y, a eso de las cinco, nos plantamos en el
parque provincial de Garaio con la intención de
comprobar si siguen las restricciones.

Pues para el que no lo sepa todavía: ni rastro
del chaval que vigilaba por las noches, ni rastro de
los hombrecillos
rojos®,
y ni
rastro de los gitanos.



Estuvimos en absoluta soledad toda la madrugada y
toda la mañana
en el aparcamiento del final.

25

Bueno, pues el último día de esta pequeña odisea
voluntaria estuvo lleno de kilómetros también. De casi
un tirón, salvo el repostaje en el Leclerc
de Miranda de Ebro.

Mucha lluvia en el puerto de Somosierra al
entrar en la Comunidad de Madrid y mucho atasco en el
nudo de Manoteras.

Pasamos la tarde de librerías por el centro una vez
que dejamos la furgo bien estacionada en el
aparcamiento de Barquillo, en la calle San Marcos.

Lo mejor, volver a patear el multiétnico barrio de
Lavapiés
o la casa donde vivió Miguel de Cervantes



y comer un arroz en el Ventorrillo
Murciano,
una diminuta pero afamada arrocería
levantina en el 20 de la calle de los Tres Peces. En
la paella, la profundidad del arroz es exactamente
de un grano.


En su consecuencia es un plato evanescente,
técnicamente perfecto. Como lo tomamos negro con
chipirones, pues doblemente rico. El trato,
inmejorable.

Más vulgar y triste fue el regreso a casa, ya
en la madrugada del 19 de octubre, por esa ruta tan
conocida, tan monótona, tan de tantas veces. Pero la
vida es así. Hay que volver.

Una cosa que solemos hacer al concluir cada viaje,
aunque no sea largo, es guardar la furgo repostada
y limpia.
Así siempre se la encuentra uno en
orden de marcha el el garaje, preparada para
cualquier salida. Así es que la última visita fue el
Leclerc de Salamanca.

Si alguien ha llegado hasta aquí leyendo, sólo puedo
agradecerle el interés. Y a todos pediros disculpas
por ser prolijo y excesivamente subjetivo.





Saludos.
« Última modificación: Sáb, 04 Noviembre 2006, 10:11:45, am por ooznak »



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #3 en: Mié, 25 Octubre 2006, 18:27:20, pm »
OSTIAS  OSTIAS OSTIAS  :o  :o ....Viano voy por el punto cuatro pero no queria esperar hasta el final para felicitarte por el viage y sobre todo por....ummmmm....es que llamarle post es insultar a su creador y a cualquier lector que se precie, tal vez dossier, documental....ya te digo, creo que el mejor elogio que se te puede hacer es decir que tu trabajo se bien merece unos folios y tinta de impresora para degustarlo con tranquilidad y pasando pagina a pagina.
Por otra parte te aseguro que la primera parte bien podria servir de prologo para el resto de viages pasados y futoros y con todo el material hacercarte a un editor...."el mundo en carretera" o algo parecido.

Saludos y mi mas sincera enhorabuena....
                                                         
                  ....y envidia cochina

     Bueno continuo leyendo......
luces leds interior : https://www.furgovw.org/index.php?topic=146658.15
Respuesta #19 y #20



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #4 en: Mié, 25 Octubre 2006, 18:35:11, pm »
leído

Me has amenizado la última hora de curro.

No veas que envidia te tengo ;)
Salu2



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #5 en: Mié, 25 Octubre 2006, 18:45:27, pm »
  Llevo media hora leyendo y sólo he hecho un tercio!!. Mañana continúo, que me arden los ojos.
Lo leido hasta ahora me ha parecido muy interesante y entretenido.

Saludos
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Turismo en Santander[/size



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #6 en: Mié, 25 Octubre 2006, 19:26:16, pm »
Muy interesante y ameno.

Gracias, ;)

Habibi
Bye bye Telefónica!!



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #7 en: Mié, 25 Octubre 2006, 20:47:01, pm »
¡¡¡Me lo he leído todo!!! :o ;D
Muy interesante. Invita a viajar :D



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #8 en: Mié, 25 Octubre 2006, 21:14:25, pm »
Sres.,
demos la bienvenida a la Vianopedia (Enciclopedia ilustrada de los viajes).
Ya fuera de broma, tengo que decirte que este Post apunta a Literatura con mayúsculas, enhorabuena.
Salu2
™WΞN*ЯØLLØ™



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #9 en: Mié, 25 Octubre 2006, 23:44:12, pm »
Viano, voy por el noveno día de una tacada. Impresionante el viaje y el currro que te has pegado para compartirlo. Gracias.
Mañana lo termino.

Un saludo,



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #10 en: Jue, 26 Octubre 2006, 01:03:49, am »
bueno , mañana sigo , llevo desde las 11:30, y me voy descojonandome yo solo con la anecdota de la "bolsita-bomba" del dia 14 XDDDDDD ., ahí me he quedaó!.
Mola el VIAJE , y la redaccion.



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #11 en: Jue, 26 Octubre 2006, 01:20:28, am »
Que de tiempo teneis para leer mamoncetes... Viano yo NO he podido leerlo, no tengo tiempo. Pero desde luego, si un día tuviese que irme hasta Rusia, creo que sería dificil encontrar mejor guía.
Sólo felicitarte por compartir con todos nosotros esos sueños que a muchos nos gustaría hacer realidad, y que gracias a ti podemos compartir de una manera tan directa. GRACIAS!
Un Saludo.
S, R y GS



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #12 en: Jue, 26 Octubre 2006, 09:36:53, am »
¡que buena pinta tiene esta crónica! He capturado la página (27 Mb de nada  ;D ) para poder leerla en casa con tranquilidad, ya veremos si puedo leerla "del tirón" para ganarme el premio o tendrá que ser por capitulos..... de todas formas lo que he ojeado por encima promete.  :) ;)

un saludo, josejuan



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #13 en: Jue, 26 Octubre 2006, 11:07:39, am »
Excelente crónica del viaje. Enhorabuena otra vez. La grabaremos en disco para llevarla en nuestras aventuras europeas. Confieso que anoche también me venció el sueño hacia la 1.00 h y acabo de terminar de leerla. El episodio de las tres camareras, en efecto, merece una novela. Creo que la foto del restaurante valdría de portada. Vibrante el relato del primer episodio de la 2ª G.M. Gracias. Salud.



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #14 en: Jue, 26 Octubre 2006, 11:53:52, am »
Hace una hora y 48 minutos que he abierto el foro y exceptuando un par de interrupciones cortas (estoy en el curro), no he parado hasta terminar el relato.
Enhorabuena por vuestra forma de viajar y de saber contarlo.

Saludos
Binder



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #15 en: Jue, 26 Octubre 2006, 14:44:33, pm »
voy por el 14, desde luego es con difrencia el mejor relato de viajes que he leido....si es casi como ir en la maco polo !!

gracias viano por compartir el viaje, a ver si luego me lo acabo...

saludetes

PD: la proxima vez que te arrimes por Bilbao avisa hombre!!!





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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #16 en: Jue, 26 Octubre 2006, 14:57:40, pm »
Me parece un poco escueto y entras poco en el detalle  ;D ;D ;D ;D

Ahora en serio, Viano, muy logrado. Muy entretenido y con tu estilo característico. Vamos que cerrando un poco los ojos me veo moviéndome por esos parajes  ;).

Un saludo




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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #17 en: Jue, 26 Octubre 2006, 14:59:07, pm »
Aquí si que nos pueden preguntar eso de...¿Qué sabe usted de Rusia?  ;D ;D ;D ;D



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #18 en: Jue, 26 Octubre 2006, 16:10:26, pm »
Aquí si que nos pueden preguntar eso de...¿Qué sabe usted de Rusia? 

Pobre muchacha... No hurgues en la herida... que si no, potencias el topicazo de que todas las rubias guapas son tontas... Y fíjate las polacas lo pillinas que son...     ;-)



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #19 en: Jue, 26 Octubre 2006, 19:34:58, pm »
Bueno acabado!...jeje, con el pasaje de la bolsa sorpresa me pareció estar leyendo la escena de aquella nariz aguileña entrando en la culpable voca aun con olor a queso en "la vida del buscon" de Quevedo.

Reitero mis felicitaciones Viano....Gracias
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Respuesta #19 y #20



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #20 en: Jue, 26 Octubre 2006, 22:31:35, pm »
Viano,solo una cosa  GRACIAS....



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #21 en: Jue, 26 Octubre 2006, 22:53:08, pm »
Aquí si que nos pueden preguntar eso de...¿Qué sabe usted de Rusia?

Pobre muchacha... No hurgues en la herida... que si no, potencias el topicazo de que todas las rubias guapas son tontas... Y fíjate las polacas lo pillinas que son...     ;-)

Y tanto que son pillas...



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #22 en: Jue, 26 Octubre 2006, 23:16:14, pm »
La leche, esto da para una trilogia.... y.. no, no he sido capaz de leerlo del tiron, pero a cachitos si heeee.
Felicidades por ese magnifico viaje, me encanta tu forma y punto de vista a la hora de describir las cosas.
Lo dicho enhorabuena.
Un saludo



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #23 en: Vie, 27 Octubre 2006, 00:09:14, am »
Solo puedo decir: O Rei Viano...




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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #24 en: Vie, 27 Octubre 2006, 08:58:58, am »
Con esta crónica hemos viajado todos, ahora si que navegamos en la red  ;D



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #25 en: Vie, 27 Octubre 2006, 12:27:51, pm »
lo que todavía alucino que tu furgo sea gasolina y V6,....Con la de km que le haces,.....

En fin, mágnifico relato. Se lo enviado a varias personas vía correo. Da gusto leerte ;)
Salu2



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #26 en: Dom, 29 Octubre 2006, 12:56:55, pm »
lo que todavía alucino que tu furgo sea gasolina

En Suiza ya ves que me habría salido más caro el que fuera diésel...

No, en serio: ya he explicado alguna vez que la cogí V6 sobre todo porque la más grande de gasóleo que se vendía entonces (la 2.2) sólo desarrollaba 150 CV en lugar de los 218 y esa ddiferencia me iba a venir muy bien para el peso que le iba a meter después y otros sistemas que merman la potencia (el 2º compresor de aire para la parte trasera, el cambio automático...)

Hombre, la vida no está para ir tirando los 14 l/100 km, pero tampoco gusta que un coche de este segmento tenga que ir renqueando por llevar justa la potencia.

Ésas fueron las razones, básicamente.



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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #27 en: Lun, 30 Octubre 2006, 09:53:44, am »
  Wuu,menudo relato  :o :o
  Eres muy polifacético ,al que se le da el coco,se le da para todo  :).
 Me ha gustado leerlo,no he podido de un tirón por falta de tiempo.
 
 Como al que le gustan las novelas de un autor determinado ,estoy esperando el siguiente.

 Saludos


 P.D. La h7 que te da problemas ,coincide con el lado donde tienes la batería o electrónica de la viano( relés que gestionan las luces) ?.Podría ser por la insignificante perdida de tensión del cable ,el motivo por el que el otro lado sobrevive.
 En la c15 fundía las luces de freno hasta que puse la 3ª.Motivo,pues ya no le llegaba la tensión de ebullición  ;D al tener que repartirla.



Desconectado viano

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Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #28 en: Lun, 30 Octubre 2006, 10:36:45, am »
Podría ser por la insignificante perdida de tensión del cable


Todos los días son de aprender... No sabía que eso podía influir... Gracias, Giusebt.



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  • Mitsu Montero Sahel
Re: HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO.
« Respuesta #29 en: Lun, 30 Octubre 2006, 12:51:16, pm »
Me descubro ante el relato y ante la clase de historia europea que nos has dado, Viano.
Para que luego digan que las clases de historia son aburridas; los aburridos son algunos profesores.
¿Por que los que me tocaron a mi, excepto uno, no serian como tu,Viano?. Si hubiera sido asi, seguramente mi vida academica hubiera sido mas larga.
ASTURIAS, PARAISO NATURAL   
Aunque tu mujer haya cometido cien faltas no la golpees ni con una flor.
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