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Autor Tema: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA  (Leído 7651 veces)



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TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« en: Jue, 16 Noviembre 2006, 21:52:53, pm »
Para evitar el atracón de digerir todo este muro de 33 ladrillos, os voy pasando las etapas poco a poco, como las telenovelas...

Y os vuelvo a pedir perdón por enrollarme.





Las estadísticas:

Vehículo: Mercedes-Benz Viano Marco Polo 3.2, versión 2004
Km totales: 9058
Duración: 33 días (del 2 MAR al 3 ABR 2005)
Países en tránsito: 11
Monedas utilizadas: 4 (EUR, CHF, HUF, CZK)
Poblaciones visitadas: 56
Presupuesto íntegro todo incluído 2 personas 33 días: 5200 € (78 € persona/día combustible, comidas, compras y extras)

Aunque va camino de haber sucedido hace dos años, éste ha sido por el momento el viaje más largo que hemos hecho con la Marco Polo, con la que todavía no superamos aquel otro de 2001 a Escandinavia de algo menos de 11000 km con el viejo Renault 21 TXE 2.0.

He conseguido reunir la viejas notas y fotografías tomadas durante aquellos días y me pongo ahora a pergeñar la redacción para que podáis hacer el recorrido virtualmente con nosotros.

1



Todo empezó a media tarde en cuanto acabó la compra grande en el supermercado del barrio. Que aquí se llaman El Árbol.

Es una de esas etapas tontas, sin gracia. Para el que nació fuera de Castilla, es probable que la sucesión de llanuras cerealistas sea una atracción. Pero para nosotros es un aburrimiento muy grande no ver montañas, no ver árboles por ningún sitio...

Me acuerdo de un viaje hace como quince años, entre Guipúzcoa y Salamanca, en un departamento de tren, de aquellos de ocho plazas... Enfrente iba un chaval de Ermua, de carrillos sonrosados y mirada noble que seguramente había viajado poco allende los prados y los valles de su comarca. Nada más pasar la estación de Alsasua, cuando ya empieza la Llanada Alavesa, y desde luego en cuanto rebasamos el desfiladero de Pancorbo, donde la tierra empieza a nivelarse y a no tener horizonte, sólo sabía decir a cada momento con ojos grandes y chisporroteantes de ilusión mirando las fincas por la ventanilla:

–¡Jo!, ¡Menudo campo de fútbol saldría de ese terreno...!

Una sola parada en la gasolinera de Villagonzalo, a las puertas de Burgos, nos transfirió de la A62 a la AP1, que entonces no era tan aristócrata y se llamaba A1 a secas. Lo mismo le pasaba a la A68, que ahora los despachos de Fomento denominan AP68, para recalcarnos, por si alguno no se había dado cuenta, la pe de pagar. Por ella circulábamos cuando nos entró el sueño a la altura de Haro. Y, haciendo caso de los consejos de la DGT, allí mismo, en el área de descanso, nos quedamos dormidos.

Por suerte, esa noche fue todo muy bien y no nos pasó lo que meses después, en la madrugada del 16 al 17 de octubre, nos ocurriría en una de las siguientes de la misma calzada, en Mallén:

Cuando, recién cenados en la furgo, estábamos partiéndonos de risa en lo mejor de los sketches de ¡Vaya Semanita!, que para los que sois de fuera de Euskadi es el programa de humor de la ETB2 que luego se produjo con algunas variaciones y escasa audiencia en TVE1 bajo la denominación Made in China, con algo menos de carga en la crítica política... pues cuando estábamos viendo eso, completamente solos en el área, sin coches de ningún tipo, a miles de metros del núcleo poblado más cercano... de repente... apareció una cara humana salida de la oscuridad en la ventanilla del copiloto, por fuera. Subió el rostro para mirar el interior y volvió a bajar. Nada más. Y nada menos...

Creo que fueron cinco los segundos que tardamos en arrancar y salir zumbando de allí. Acojonaos...

¿Un psicópata de alguna finca cercana? ¿Un ladrón de caravanas preparando el asalto? ¿Un reflejo de nosotros mismos al movernos? ¿Una ilusión óptica entre la luz del interior y la negrura de la calle?

Por el retrovisor no se veía a nadie, todo estaba vacío... nunca sabremos si fue verdad lo que vimos. No quisimos comprobarlo. Hay que estar allí para creerlo. Fue simple instinto de superviviencia... Cualquier día le escribiremos al Iker Jiménez, de Cuarto Milenio, para ver si sabe de casos similares...

Podéis imaginar por qué tardé tan poco en diseñar este brico...

2


Un abrupto despertar por una llamada telefónica para una cosa sin importancia del trabajo nos devuelve a la vida. Nos integran todavía más en ella unos cafés con leche y donuts® en el área de servicio de Sobradiel donde rellenamos el agua y la gasolina gastadas.

La chica de la estación  –cosas de los coches cuando están muy nuevos–  se encaprichó con que le enseñáramos un poco en detalle el camper. Era una forofa de este tipo de vida.

El día de hoy y el de mañana van a ser un poco densos: tenemos por delante lo que podíamos llamar unas jornadas gastronómicas que comenzamos almorzando con una rica degustación en Calldetenes, adonde llegamos por las AP2 y C25, Eix Transversal de Cataluña, in extremis, a las tres y cuarto de la tarde:



Lo que más nos gustó de este chef fue el Canelón de pollo y un postre impresionante llamado [sic] Chocolate con chocolate.

Cumpliendo con la cita previa que teníamos, nos pasamos por nuestra casa madre, Autosuministres Motor SA, el concesionario de Mercedes-Benz de Vic, donde habíamos comprado la furgo meses atrás.

Allí recogemos un montón de accesorios de Westfalia que teníamos todavía pendientes de instalar (mosquiteras, barras interiores, disco del navegador de ese año...) y, con la ilusión de un niño con zapatos nuevos, los vamos acoplando camino de Barcelona.

Tomamos como base de operaciones el aparcamiento subterráneo del número 1 de la calle Casanova, en el Ensanche, y nos dedicamos a sacarle el jugo a la ciudad, como tantas otras veces. Barcelona siempre es Barcelona. Para nosotros, probablemente, una de las mejores plazas para vivir.

En un escondido espacio sin prohibiciones junto al cuartel de la Guàrdia Urbana que hay en Montjuïc, con la tranquilidad de ver pasar cada pocos minutos un coche patrulla, nos dormimos sin sospechar siquiera lo que nos iba a pasar al día siguiente.

3


13:43 h. Después de una agradable mañana de librerías por el barrio gótico, cuando nos disponíamos a entrar en el aparcamiento subterráneo del Moll de la Fusta, en el Port Vell (junto a la estatua de Colón) con la tranquilidad de que su gálibo estaba limitado a 2 m y nuestra altura es de 1.98… ¡ rrraassss ¡… la barra metálica de preaviso nos da un zarpazo en el techo. Y eso que íbamos con pies de plomo…



¡ Atención, amigos !

No os podéis imaginar la de miles de euros que puede llegar a valer el tener a mano siempe la cámara fotográfica.

Tuvimos una rápida reacción al notar el golpe: paramos en seco, uno hizo señales a los coches que iban llegando por detrás para que utilizaran la otra entrada al recinto, y otro fotografió el pastel con todo tipo de ángulos y detalles.

La mala suerte quiso que la garita de los empleados estuviese justo a la otra punta del estacionamiento y tuve que correr  ¡ 400 m !  para avisar de lo que había pasado.

Entonces el empleado, que justo terminaba su turno a las 14:00, con una clara vocación de escaqueo y con muy malos modos se intentó hacer el sueco con todo tipo de excusas:

Llegó con su cómoda moto eléctrica (tipo campo de golf) mientras yo volvía a hacer la carrera en sentido inverso otra vez corriendo hacia la entrada donde estaba atascada la furgo. Decía el julai que aquella barra la habían medido los ingenieros y que no podía estar mal. Que tendríamos nosotros mal la altura, que a él no le metiéramos en problemas, que no pensaba pagar nada…

Tuvimos que tranquilizarlo nosotros a él explicándole que el problema consistía en que la barra estaba medida justo en el encuentro de la rampa con la parte plana del piso del aparcamiento y que por tanto no habían tenido en cuenta la longitud de los vehículos altos, que durante un par de metros siguen teniendo el eje trasero más alto que el delantero mientras pasan bajo el medidor. Y que para eso están las aseguradoras, maxime en ese negocio que era un parking municipal.

Como el hombre  –encima–  se puso violento, se desentendió del tema, y sus compañeros, recién entrados de turno tampoco querían colaborar, no hubo más remedio que avisar a la policía autónoma.

Los Mossos tardaron más de cuarenta minutos en llegar, les obligaron a dar sus datos y extender reglamentariamente la hoja de reclamaciones y levantaron un pequeño atestado de los hechos.

Y ahora llega la segunda odisea: ¿cómo presentar en la Oficina Municipal de Consumo nuestra reclamación un viernes por la tarde?

Primero localizarla en la ciudad. El navegador nos ayudó y allí fuimos, una vez metido el coche en el aparcamiento (levantando a mano la barra metálica),  ¡ pagando dos horas de estancia !  y volviendo a salir por la puerta contraria, en la que no hubo el menor problema de altura.

Cuando llegamos a la dichosa oficina, naturalmente, no abrían ya hasta el lunes.

Suerte el saber que por la Ley de Procedimiento Administrativo cualquier oficina pública de registro está obligada a cursar los escritos de los ciudadanos y redirigirlos hacia donde estén encabezados.

Así es que volvimos a localizar ahora la Subdelegación del Gobierno (lo que antes eran los Gobiernos Civiles) y allí registramos la reclamación, aportamos el tique y una factura expresa que habíamos conseguido que nos hicieran en el parking delante de la policía.

Casualmente la encargada que nos atendió era paisana nuestra y, entre chascarrillos sobre lo que se pueden complicar las vacaciones en un momento, nos hizo gratis todas las fotocopias y nos las compulsó para poder conservar nosotros los originales. Para que luego digan de las funcionarias de los ministerios...

¿Os imagináis que además hubiésemos tenido que empezar a buscar fotocopiadoras por el barrio?

Meses después, enviadas desde casa las fotos del siniestro a través de la asistencia jurídica del seguro del coche, el aparcamiento, propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, reconoció su culpa y pagó al chapista 2000 € para dejarlo todo como nuevo.

La próxima vez que paséis por Barcelona, si sentís curiosidad, podréis ver que han cambiado ya la señal de 2 m por otra de 1.95 m. El gato escaldado no vuelve al agua...

Unas paradas en las áreas de servicio de Montcada y de descanso de La Roca del Vallés, en la AP7, nos sirvieron para lavar la ropa y repostar un poco de todo. Luego, ya en Gerona, en la localidad de Mont-Ras, purgamos todos los sinsabores del día en el cálido restaurante La Cuina de Can Pipes, donde dimos buena cuenta, por ejemplo, de unas Vieiras con cítricos o unas Albóndigas de pescado. De postre será difícil de olvidar la Copa de lichis con calabaza.



Antes de dormirnos del todo en el área de descanso llamada Village Catalan, que recrea unas masías en medio del bosque mediterráneo, un poco antes de Perpignan, en la A9 francesa, el oficial de la gendarmería (era un negrito con cara de poli americano) que pasaba patrullando nos peguntó:

– ¿Cuántos sois?
– Dos
– ¿Y no sois tres?
– No. Somos dos.


Así es que con este diálogo de besugos se nos fue dulcemente la consciencia por unas horas. No sé qué andarían buscando...





(continuará)





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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #1 en: Vie, 17 Noviembre 2006, 01:13:18, am »
4


La mañana empezó estrenando la lavadora Jata 582 de la que ya se ha hablado en este hilo, aprovechando que nos habíamos situado muy cerca de los WC del área.



En la siguiente, la de Loupian, comimos. Y en la de Montpellier nos hicimos con la Guía Roja Michelin de Francia del año en curso. No sólo es la Biblia gastronómica (fue la de este país la más antigua en publicarse, hace ahora casi 110 años), sino que resulta muy práctica por la cantidad de mapas urbanos e indicaciones turísticas que ofrece de cada localidad.



Después de darle de beber a la furgo en el Carrefour, nos metimos en el aparcamiento descubierto de Los Arces, bajo el imponente acueducto, para ver qué había de nuevo en la ciudad. Por aquí pasamos con frecuencia, un par de veces al año, y siempre hay cosas por descubrir.

Por ejemplo una surtidísima frutería llevada impecablemente por un francomagrebí en la que a buen precio hicimos la compra de frescos, o un bonito recorrido por la Promenade Peyrou, desde donde hay unas panorámicas estupendas de la ciudad.

Una vez de nuevo en la A7, cenados en el área de descanso de St Aunès y descansados en otras, pusimos el huevo finalmente en la de Montélimar, muy cerca de tres chavales que se preparaban también para dormir en una California T4.

La noche fue bastante fría y de ello se aprovechó un batallón de streptococcus que se nos quedó a vivir unos días en las vías superiores. Menos mal que en el armario pequeño solemos llevar una farmacia en miniatura.



5


Tras repostar en el propio área en donde habíamos dormido, nos acercamos un poco más hacia Chambéry y almorzamos en el aparcamiento del Lago, antes del túnel. Cuando estábamos en ello se acercó una furgoneta de gendarmes que de modo expeditivo sin mediar más aviso intentaron abrir sin éxito la manilla de la puerta del conductor.

Con flema británica, que es lo que peor sienta en casos así, abrí dos dedos la ventanilla y les pregunté qué querían. Luego ya nos obligaron a bajar y no hubo suerte: registraron lo que quisieron, porque en Francia, según nos explicaron, la legislación sí permite entrar en vehículos-vivienda. Pero al final hubo buen rollito y dos de ellos se pusieron a jugar con los mapas en la pantalla de la Jenny, que es como llamamos cariñosamente a nuestro navegador Pioneer AVIC X1 con voz de mujer.



Durante la visita a la ciudad de Chambéry nos acompaña una buena nevada toda la tarde. Aquí, justo empezaba:



Al final de la cual, con precaución (la Alta Saboya son plenos Alpes y estamos en invierno todavía), nos acercamos hasta escasos dos kilómetros antes de la frontera suiza, cenamos en el Mc Donald's de Etrembières y en su aparcamiento, por cuanto éramos clientes, pernoctamos sin más problema.

6


Una de las marcas de distribución a precio ventajoso en esta zona es la cadena Migros, que estaba justo enfrente de donde habíamos dormido. Os podéis figurar dónde nos acomodamos a desayunar (aunque casi era mediodía) al ver una humeante cafetería-obrador de bollos recién horneados al entrar al complejo.

Allí mismo hicimos la compra grande de alimentación, llamamos al agente de seguros para dar parte del siniestro del aparcamiento de Barcelona y, finalmente, junto a LIDL, lavamos a conciencia los bajos de la furgo para retirar la sal de la carretera. Creo que es muy importante para alargar la vida del recubrimiento anticorrosión hacer esto con regularidad cuando se circula en invierno.

En Anemasse nos sirvió un centro de bricolaje para jardinería (aquí los llaman Garden Center) para coger unas mangueras apropiadas para hacer más cómodos los vaciados del WC químico, como se explicó en el foro en este brico.

Tras el control rutinario en la aduana, compramos la pegatina de 2005 para circular por las autopistas (la vignette) y guardamos la Marco Polo en el céntrico parking cubierto ginebrino de Villereuse. El centro de la ciudad que vió nacer a Jean-Jacques Rousseau está plagado de cosas originales como este suelo de adoquines luminosos con saludos en los idiomas más variopintos,



o bonitas tiendas de decoración sólo para sueldos helvéticos.



Cenamos en el coche y enseguida enfilamos la autopista A1 hasta el área de serivico de Deittingen-Norte, que es la primera pasada la circunvación de Berna. Como habíamos hecho los deberes por el camino (repostar fluídos y deshacernos de las aguas grises y negras), pues dormimos como cuando llegas de una caminata por el monte: ponerse en horizontal y fundirse el fusible, todo a la vez.

De vecinos de sueño, una California con matrícula rusa.



(continuará)



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #2 en: Vie, 17 Noviembre 2006, 10:52:17, am »
Espero con impciencia la continuación ;)

Como siempre un relato que te traslada y te hce pensar que estas viajando desde la oficina.

Gracias por compartir tus vivencias ;)
Salu2



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #3 en: Vie, 17 Noviembre 2006, 11:01:13, am »
7


En el recorrido que media desde allí hasta Zurich aprovechamos al final de la mañana para atender nuestras necesidades de agua y gasolina. En la ciudad, es una buena opción el aparcamiento de varios sótanos de la calle Beethovenstrasse, abierto 24 horas y con gálibo suficiente, aunque pasan de hablar inglés. Cada día veo más necesario tomarme en serio esos cursos de alemán con cintas de casette (¡qué antiguo suena!) que andan abandonados por los estantes de casa. Hablar de filosofía es jodido, pero las cien expresiones más útiles al turista, creo que sí las podemos aprender poco a poco...

Se portaron muy simpáticamente las de la pastelería del comienzo de Badenerstrasse, donde recargamos la mochila de bombones más de lo que la OMS fija como dosis diaria recomendada. En la acera de enfrente hay una curiosa joyería que luce en el centro una imagen en plata de ¡ la Pilarica !  Parece que la emigración de los pasados años sesenta dejó algún poso aragonés.

Allí al lado, en la Langstrasse, hay un restaurante chino al que hemos ido otras veces. Nos gusta el trato y la comida. No tiene molduras-barrocas-multicolores-con-escenas-de-dragones,-lagos-fantásticos-y-tejados-cóncavos. No parece un chino. Además tiene horario non-stop y eso nos conviene a los que vivimos a nuestro ritmo en tierras lejanas. Pues allí que nos metimos a hacer comida-merienda.

Desde las cuatro de la tarde en Suiza ya es de noche. El día es muy frío. Así es que apetece meterse en nuestros ires y venires por la ciudad y sus deleites en uno de esos clónicos pero sin embargo acogedores Starbucks Coffee. Ricos cafés de cualquier variedad exótica y mejores tartas de queso o de chocolate.

En el parque Arboretum, a orillas del lago de Zurich, nos despedimos de la extensa y adinerada capital financiera del país para dirigirnos a la frontera de otro por el paso de Listenau adonde arribamos a medianoche. Pero, aunque compramos la pegatina de la vignette austriaca en la gasolinera Agip (los carburantes más caros en cualquier parte de Europa, confirmado), la estancia duró apenas quince minutos en cuanto traspasamos la desierta raya alemana de Bregenz para acabar durmiendo en el primer aparcamiento de la A96 en Wangen.


8


Bueno, pues aquí la cosa se pone seria. ¿Veis esos follones de coches atrapados en la nieve que tenemos casi todos los inviernos en España? Pues en la parte alpina de Baviera cae el triple de nieve, pero son el quíntuplo de prevenidos. Carreteras perfectamente limpias, aunque con más de un metro y medio de nieve alrededor;



áreas de servicio que se limpian a conciencia todas las mañanas; legiones de máquinas esparcidoras de sal viaria, palas pasando sin cesar; vehículos circulando a cien por hora con neumáticos de pinchos donde aquí haríamos trompos a 40 km/h... en fin... esto es Alemania.

Hay una ligera neblina a eso del mediodía que todavía no había levantado. Probablemente por ello, a unos dos kilómetros más adelante se ha producido un accidente que ocupa el arcén y parte del carril derecho de la autopista ocasionando una pequeña retención que se va aliviando poco a poco. De todo ello, a través del satélite y del sistema TMC, nos informa el navegador con la suficiente antelación: Imagen 1.



Cuando estamos a unos 500 metros, con los coches casi parados a la vista, indicamos la maniobra, aunque por el retrovisor no venía nadie, y nos cambiamos al carril izquierdo para avanzar más. Los coches del carril derecho estaban parados y los del izquierdo iban con cierta fluidez: Imágenes 2 y 3.

A los dos o tres segundos aparece como por encanto un potente Volkswagen Golf plateado matrícula LU E 4347 a unos 180 Km/h. Imposible que fuese a menos, porque recorrió en dos segundos unos cien metros.

Lo único que recuerdo como imagen viva es que instintivamente di un enorme volantazo acelerando a fondo para cambiarme al carril derecho de nuevo, como intentando evitar el alcance de una vaquilla en el tentadero, pero a la vez frenando inmediatamente para no comerme la fila de coches parados de ese carril. Por el retrovisor se veía el terrible chillido de un frenazo en seco y el coche patinando sobre el asfalto y soltando una humareda azul de pastillas de freno casi incandescentes: Imagen 4.

A la décima de segundo siguiente, por la ventanilla del conductor vimos rebasar el coche por el carril izquierdo, todavía patinando y envuelto en aroma a ferodo quemado: Imagen 5. Pensad en toda esa energía empotrada contra el culo de la furgo. Nos acabábamos de salvar por segunda vez de unas vacaciones jodidas.

Cuando por el azar de la retención volvimos a rebasar a ese coche porque momentáneamente quedó más lenta la cola de la izquierda que la de la derecha, se trataba de un  ¡ matrimonio de ancianos !  que mediante gestos no sabían ya cómo pedirnos disculpas... En fin... eso es lo que puede pasar en carreteras donde no existe el límite de velocidad genérico. Alemania también es eso.

Con el susto todavía en el cuerpo, nos salimos a comer en un Burger King de carretera (AutoKing), plantado dentro de un área de servicio donde repostamos. Como no aparecía el grifo del agua, tuvimos que cogerla de la toma del autolavado que estaba libre en ese momento. Y, sin más demora, continuar hasta el castillo de hadas más bonito del mundo. No me cabe la menor duda. El que se hizo construir el melancólico, atribulado y abúlico Luis II de Baviera. Algo parecido a nuestro austria menor Carlos II, el hechizado. ¿Recordáis la película Ludwig? Pues ése. Se trata del Schloss Neuschwanstein. La foto aérea de la derecha, que no es nuestra, seguro que os suena más. Seguía nevando a ratos intensamente y hubo que subir 2 km a pie desde el aparcamiento.



Esta otra, tomada desde dentro del bosque, cayó simpática y nos la publicó la versión impresa de la revista Digital Camera unos meses después, en el número 31 de Julio-Agosto.




Volver desde allí hacia Munich no fue nada fácil. Se trataba de carreteras secundarias, con el efecto de la sal de la mañana un poco retardado ya. Lo peor sucedía cada vez que un vehículo precedente se detenía en el centro de la calzada para iniciar el giro a la izquierda en alguna intersección, esperando a que cruzasen los vehículos del sentido contrario. Al intentar bajar la velocidad para rebasarlo con cuidado por la derecha, a pesar del ASR, la Marco Polo culea un poco por ser de propulsión. Hay que tener mucho cuidado con eso si no queremos tener sustos en la nieve cuando todavía no está como para montar cadenas.

La gente estaba saliendo de una función de teatro en la Rudolfplatz cuando aparcamos sin problemas en las proximidades. ¿Quién coloca una bestia de cinco metros junto a un teatro de Madrid en hora punta? La diferencia está en que aquí la gente (de todas las edades y trajes) se marchaba para casa con sus bicis, caminando o en tranporte público. Hacía mucho frío y la nieve se acumulaba contra los bordillos... Una verdadera lección de civismo y de sostenibilidad para los que dicen en España que las bicicletas son para el verano... o para los chavales... o para hacerse 40 km en carretera con los amigotes... y luego ir a trabajar o al gimnasio  ¡ en coche !  Algo falla en nuestra sociedad... Bueno, no insistiré en este tema, que me pongo malo...

Después de disfrutar de la ciudad, muy animada y epicúrea, como todas las urbes meridionales con respecto a las del norte de su mismo país, nos aventuramos por la helada autopista que conduce de nuevo a Austria por Salzburgo. Asustados por ser adelantados continuamente por camiones a velocidades de vértigo (y neumáticos de invierno), nos acomodamos en la primera área de descanso que tenía sitio libre. En este tramo son todas muy pequeñas y llenas de vehículos pesados. Además, la nieve acumulada y endurecida por la fuerte helada restringía todavía más las posibilidades.

El ruidito de nuestra calefacción estacionaria puesta a tope nos arrulló en Piding, un poco antes de la frontera austriaca.

9


Si no lo vemos, no lo creemos: Apenas hubo amanecido, de estar rodeados completamente por medio metro de nieve pasamos a un aparcamiento completamente expedito. Las máquinas y los operarios se afanaron en media hora con toda profesionalidad y eficiencia, de forma que en algo más de otra media ya estábamos situados en el sótano -5 del parking de la ribera norte del río Salzach, que da nombre al bonito enclave donde nació Mozart.



La gente no tiene empacho en jugar con ajedreces gigantes o en pasear unas calles para nuestro gusto demasiado prostituidas con recuerdos turísticos del músico. Aunque entre visitas a la catedral y al castillo,



no vienen mal unos ricos lazos hojaldrados de sabores diversos que venden las señoras en improvisados puestos a la intemperie.

Junto a la casa natal del genio, encontramos por casualidad otra maravilla: la cadena de restaurantes rápidos Nordsee.



A ver si me explico: imaginaos una mezcla entre la rapidez de una hamburguesería yankee, la calidad de una pescadería del mercado central de nuestra ciudad y el sabor de unos pescaítos fritos con oliva virgen extra en El Puerto de Santa María. Pues eso es Nordsee . Rápido, sano y rico. Los encontraréis por toda Alemania, en las mejores calles peatonales. Y en Austria.

Tras aquellos Calamares con patatas riquísimos, teníamos las fuerzas suficientes para avanzar hasta Linz, supermoderno centro con todas las facilidades.



En sus calles, para evitar patinar con el hielo, el ayuntamiento no echa sal, sino piedrecitas muy finas, entre gravilla y mármol molturado como el que se emplea para proyectar sobre los morteros monocapa (Cotegrán, Weber, Cemarksa...). Es muy curioso. Lo guardan en arcones de plástico por las equinas y, en el momento oportuno, lo palean por los sitios más peligrosos (rampas de minusválidos, pasos de cebra...).

El aparcamiento del Neues Rathaus nos sirvió muy bien para recorrer el centro, de rabioso capitalismo de escaparates junto a edificios públicos y religiosos que ya empiezan a anunciar la arquitectura de la Europa del Este.

Viena está todavía muy lejos. Así es que, nos cenamos lo que hay por la furgo en la autopista, y, tras repostar allí mismo, a orillas del Danubio, con unas bonitas vistas de la Abadía de Melk,



nos dormimos en soledad en la explanada congelada del comienzo de un sendero de ribera, evocando las voces de la famosa Escolanía del monasterio. Lo más parecido a la de El Escorial, pero con mucho más renombre si cabe. ¿Os acordáis del novicio de El nombre de la rosa, el fiel escudero de Sean Connery? Su nombre completo en la ficción era Adso de Melk. Llegó a ser monje de esta abadía y, ya en la vejez, cuenta el relato novelado en técnica flash-back por la pluma inimitable de Umberco Eco.


(continuará)



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #4 en: Vie, 17 Noviembre 2006, 13:04:50, pm »
Los adeptos esperamos. Por cierto, el diálogo de Perpignan me ha parecido alta literatura. Creo que valdría para esos certámenes de literatura hiperbreve que se estilan por ahí. Si abstraes el contexto, lo tiene todo  ;). Salud.



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #5 en: Vie, 17 Noviembre 2006, 13:05:40, pm »
Los adeptos esperamos. Por cierto, el diálogo de Perpignan me ha parecido alta literatura. Creo que valdría para esos certámenes de literatura hiperbreve que se estilan por ahí. Si abstraes el contexto, lo tiene todo. Salud.



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #6 en: Vie, 17 Noviembre 2006, 13:50:20, pm »
10


Como si se hubiera tratado de una premonición, justo al entrar en la abadía, tras desayunarnos los pasteles que más nos entraron por los ojos en la coqueta calle mayor del pueblo, por las ventanas abiertas de un salón de ensayos oímos las voces blancas de los niños cantores, en cortas frases musicales que se repetían y volvían a rectificarse bajo órdenes en alemán de algún maestro... La Operación Triunfo de los presbiterios... en directo.

Volvimos a lavar el coche en la gasolinera de BP y, a las puertas de Viena, vuelta a llenar de agua, otra vez en la toma de un lavado automático, porque no había grifo a la vista.

Dando por buena la idea de que una ciudad nueva se conoce mejor si de primeras dadas se le hace un tour panorámico, como esos autobuses turísticos de doble piso, hicimos lo propio antes de ser fagocitados por el más caro aparcamiento subterráneo de todos los tiempos. ¡ Ni en Amsterdam habíamos visto que se cobrara a 4 € la hora !  Eso sí: en el centro de los centros, junto a Weihburggasse, y con clientes de la talla de este bonito Hummer:



:-O

Entre palacio y palacio, calles peatonales tan preciosas como heladas,



nos metimos a cenar en un chino en una primera planta de Karntnerstrasse, a las tantas, cuando todo estaba ya cerrado. Muy majos. Me gusta la gente china porque son muy trabajadores.

El café con dulces, en este caso, el café vienés como Dios manda, nos lo tomamos en el Starbucks Coffee de la Ópera, inmejorablemente situado y a rebosar de gente interesante. Cosas de los viernes por la noche.



La ciudad no dejaba de dar de sí por todas partes: San Carlos Borromeo, la Rathaus...





pero nuestro hogar está a miles de kilómetros y aún hay que alejarse todavía más para luego volver dando un gran rodeo... hay que marcharse. Hungría nos espera.

Al salir hacia la autopista, recordando las escenas de El Tercer Hombre, vemos a lo lejos la Noria del Prater y también la Torre de Comunicaciones del Danubio (Donauturm) y, sobre todo, nos llama la atención una larguísima hilera de tractocamiones (las cabezas, sin los remolques) circulando entre Bratislava y Viena. Poco después veríamos la explicación: es más barato mover por sí mismos los propios camiones para exportación (Eslovaquia tiene una importante industria automovilística deslocalizada de países con mano de obra menos barata), que cargarlos en otros medios (plataformas de tren, por ejemplo). Es como si las Mercedes-Benz Vito fuesen rodando desde la fábrica de Vitoria hasta el puerto de Bilbao en vez de cargarlas en trailers.

La frontera de Hegyeshalom está ahí a la vuelta... sacamos nuestros forints en billetes pequeños, nuestros folios de expresiones en húngaro, una de las lenguas más crípticas que existen... y la documentación. Los polis, un encanto de amabilidad... nos preguntan algo que no sabemos qué es, les contestamos en alemán que es una autocaravana y una sonrisa mutua cierra el fugaz contrato. Estamos en nuestro país visitado vigésimo octavo.

Ahora a cumplir las normas: en Hungría también hay que pegar una vignette por el interior del parabrisas para circular sin que te multen por las autopistas. Además, estas Matrica, que es como se llaman aquí, llevan un holograma detectable por unas cámaras láser situadas tras los pórticos de señales de tráfico, como si fueran nuestros radares fijos. Y al que no la lleva... ¡zas!, foto y a pagar con propina en el siguiente control. En la primera estación de servicio, que como las polacas están abiertas incluso para comer 24 horas, compramos la pegatina válida para 5 días, que es la más sencilla, como en Austria. En Suiza habíamos pagado la del año entero porque no había otra.

A la altura de Lébény caemos rendidos.

11


El Mc Donald's de la circunvalación de Gyór nos sirve para malcomer rodeados de un montón de chavales que ya se preparaban para salir de marcha la noche del sábado.

Después de dar muchas vueltas por la parte nueva de Budapest, es decir, por Pest



(la parte más antigua y elevada es Buda),



encontramos completamente de casualidad en un callejón llamado Szep Utca, en pleno centro, un aparcamiento subterráneo de pocas plazas (unas veinte), pero muy moderno y atendido por un tío supermajo con el que no sólo nos entendimos bien en inglés sino que, viendo las proporciones de la furgo, aun siendo pequeño el lugar, nos la hizo meter ocupando dos plazas y entre dos columnas para que nadie nos molestara. Impresionante la amabilidad.

En la ciudad de los balnearios, todo es muy bello a la caída de la noche, una verdadera capital imperial, como Viena o Praga.



E invita a disfrutar de todos los placeres. El primero que se nos vino a la boca fue sentarnos a la mesa del restaurante Cyrano, justamente recomendado por algunas guías por lo innovador de la cocina y lo moderadísimo de sus facturas. Tan moderadas son que ni siquiera te las traen cuando las pagas: las arrugan y las tiran. Y además no te devuelven el cambio [sic] si abonas en efectivo. Habéis oído bien. No sé si será una jugadita a los turistas incautos o es que hay costumbre. En todo caso, se come bien y barato, en lo mejor de las calles comerciales de Pest. Desde luego, el mundo nunca te deja de sorprender, vayas donde vayas...

Primero unas panorámicas del nuevo ensanche con ese Parlamento, digamos neogótico;



y luego, aparcada la furgo en una pacífica calle residencial y empinada de Buda, un larguísimo paseo por el Bastión de los Pescadores y las calles de la ciudad alta, acabaron con la ya escasa temperatura de nuestros pies. El Gore-Tex tiene un límite. Y dimos el capítulo por terminado acostándonos en el parking de un motel muy tranquilo, junto al parque comercial de la autopista M1, de regreso hacia el Oeste, a la afueras de la capital.

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Gyór es una tranquila población del Poniente húngaro que habíamos pasado por alto en el camino a Budapest. Ahora toca parar en ella. El patio interior, con piso de arena, de una manzana céntrica, junto a un pequeño centro comercial, es usado por todo el mundo para aparcar en el centro. Así es que nosotros hacemos lo mismo. No tiene vigilancia, pero parece un lugar apacible. Hay ambiente relajado de domingo por la tarde. Las familias pasean con pereza por las calles peatonales arriba y abajo. Si no fuera por las cúpulas de las iglesias con forma de cebolla, podría ser una ciudad provinciana de Castilla.



Más tarde hubo que cenar. Nunca antes en un restaurante habíamos elegido tan a ciegas el menú. Igual que si estuviera en caracteres cirílicos o japoneses, así jugamos a la ruleta con la carta: esto, esto y eso. Y esto para beber. No entendíamos absolutamente nada. Ni al camarero, ni la televisión, ni lo que estaba escrito: Nada.

Al final vinieron un estofado con croquetas, un turco a la bruselesa con queso ahumado y calamares rebozados. Todo rico, abundante y a precio de risa. Dimos las gracias leyendo nuestra chuleta de húngaro y nos marchamos felices hacia un local que nos había seducido horas antes en la calle mayor: una pastelería-salón de té llena de señoras poniéndose tibias sin dejar de hablar... el ambiente era decimonónico, con camareros impecables y diligentes, con lámparas articulando las escaleras,



y con una auténtica piel de oso decorando la bajada a los servicios.



Hungría es un paraíso por descubrir. Definitivamente.

Los últimos forints nos los gastamos en la gasolinera previa a la frontera eslovaca de la carretera nacional 1. Allí, aparte de gasolina y bombones, nos compramos esta práctica manguera para aspirar líquidos por vasos comunicantes con purgador de canica:



O sea: uno mete la parte metálica en el líquido a trasvasar, aspira con la boca por el extremo libre, el líquido va llenando la manguera, y además no puede retroceder porque su peso obliga a la canica a cerrar la válvula. Así, siempre purgada, la podemos dirigir hacia donde nos interese con un dedo tapando el extremo libre, con tal de que esté un poco más bajo del nivel del recipiente de origen. Un invento sencillo y muy práctico.

Una fugacísima visita a Eslovaquia de apenas tres horas es lo siguiente que hicimos, casi sin ningún trámite: saludar en la frontera, pegar la matrica de las autopistas (abonada con tarjeta, porque no habíamos comprado divisas), repostar, aparcar en el centro de Bratislava, que es un lugar bastante cuidado con vistas preciosas (que en absoluto parece una capital de estado),







y continuar hacia la República Checa, casi sin fuerzas.

Vuelta a saludar en la frontera, vuelta a comprar la matrica checa y, puesta la cuña niveladora en el aparcamiento del área de servicio de Lanzhot, allí dijimos adiós a la vida entre dos remolques de trailer.



(continuará)



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #7 en: Sáb, 18 Noviembre 2006, 11:55:09, am »
Enhorabuena por el relato, Viano. Se disfruta desde varios puntos de vista, y eso no es poco.
Un saludo.



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #8 en: Sáb, 18 Noviembre 2006, 22:41:55, pm »
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Un camionero rumano, obnubilado por el sueño, se estaciona delante de nuestra furgo que, recordemos, estaba encajonada entre dos remolques. Y nos cierra el paso. Cuando nos despertamos hubo suerte de no tener prisa porque nos costó veinte minutos localizar a la policía que casi sólo hablaba ese sencillo idioma checo y explicarle lo que pasaba. ¿Quién podría olvidarse de la cara ojerosa y despeinada de aquel hombre cambiandose con desgana de sitio?

Repuesta el agua gastada del depósito, Slakov n Brna nos espera. En su término municipal y durante nueve terribles y, como hoy, gélidas horas



del 2 de diciembre de 1805, el emperador francés Napoleón Bonaparte ganó la más brillante, táctica y decisiva ocasión de su carrera militar contra la coalición austrorrusa comandada por el Zar Alejandro I: la Batalla de Austerlitz. El bonito monumento a la paz recuerda hoy ese episodio de nuestra historia reciente.

El frío no nos arredra porque en el pueblo hemos completado el estómago con una pizza al modo de Moravia o un Steak Samaritana en un simpático negocio familiar de los que atienden casi a cualquier hora.

Del campo de operaciones pasamos a Brno, la capital regional, que hace gala de inmensas barriadas de torres de estética de proletariado socialista donde las calles no tienen nombre.

Lo aclaro: son una especie de edificios altos con planta en forma de ele o de ce o de u, más o menos cerrados sobre sí mismos abrazando patios semiinteriores a veces ajardinados pero muy descuidados y comunitarios. El primer miembro de una dirección postal es el nombre de ese complejo de viviendas, y el segundo miembro, lo que sería el número de la calle, es en realidad el número de portal de ese grupo de edificios. ¿Me explico? Sin embargo, las calles que rodean esos bloques, y que los separan de los de alrededor, carecen de nombre. Es curioso y desconcertante cuando uno busca un negocio o una casa particular.

Luego en el centro de la ciudad ya todo se vuelve más normal.



Incluso los Mc Donald’s exiben originalidades, que a esa fecha no habían llegado a España, como los chicken-roll, de pollo y verduras mitad rollo kebab, mitad mejicano.

Dos policías jovencitos recién salidos de la academia coquetean ajenos a su servicio en un oscuro entrante junto a la catedral, como adolescentes con calentón, con dos rubias más aligeradas de prendas de lo que la noche de marzo aconseja en un clima tan continental.

Los escaparates exhiben ya sin pudor lo más granado de la artesanía del cristal de Bohemia,



o preciosos sillones de madera tallada como éste:



Vueltos a la furgo, que habíamos aparcado en una plaza del centro, repostamos gasolina y empezamos a buscar un sitio adecuado para dormir.

Acertamos a la segunda, porque la explanada arbolada que elegimos en primer lugar, resultó ser la parte de enfrente de un cuartel a juzgar por la visita que nos hizo un soldado con intercomunicadores colgando a escasos instantes de posarnos.

El sitio finalmente elegido fue el área de descanso de Chocerady en la autopista que lleva a Praga.

La llamada de un amigo de Salamanca, que no sabía que estábamos tan lejos, enrabieta el ambiente: nos ofrecía un vuelo gratuito en globo aerostático para el día siguiente porque dos plazas habían anulado su reserva. ¡Qué pena más grande! En fin… todo no puede ser…

14


Otro abrupto despertar: la policía checa se acerca y nos obliga repitiendo sin parar:

–Hundred meters! Hundred meters!

a avanzar esa distancia dentro del área porque iban a montar un operativo de control de velocidad o algo así. Y estabamos puestos justo donde a ellos más falta les hacía.

Como dice el apotegma del célebre catedrático de derecho, ya fallecido, don Lamberto de Echeverría…

En cuestiones de criterio,
huelga toda discusión:
Siempre lleva la razón
el que está en el Ministerio.


Hacia las tres y media de la tarde estamos ya a las puertas de Praga, pero un gran complejo de mercados públicos de estética rusa en Chodov (balanzas de los años cincuenta, mostradores de azulejos, señoras con sobrepeso y delantal blanco, puestos de verduras sobre sucias cajas de madera apiladas…) llama nuestra atención.

El sitio coincide con un intercambiador de transportes y el gentío es continuo. Los aparcamientos vigilados son barrizales vallados con un señor a la puerta que te da un tique manuscrito a 15 CZK/hora, unos 0.40 €. Esto es la esencia del Este profundo. Mola.

En el centro de la capital, la cosa se estandariza y nos sumimos en el nivel -2 del subterráneo de la calle Ostrovni, muy cerca del celebérrimo Puente Carlos. Allí mismo, y puesto que no habíamos comido todavía, y los restaurantes abren a las 17:00 para servir ya las cenas, nos dispusimos a comer cuando ellos pensaban que íbamos a cenar. Divertido.



El sitio está muy bien situado, aterrazado sobre el río Moldava y frente a los arcos del puente. Se llama Mlynec y sirven un jugoso Cordero de Nueva Zelanda. De postre nos encantó la Sopa de frutos rojos.

Para qué contaros qué sucede con el cambio al pagar la cuenta… Sencillamente, ¡se lo quedan y no te lo traen! ¿Alguien ha visto cosa igual?

La ciudad, paradigma de los viajes de cuatro días-tres noches de vuelo+bus, está plagadita de hordas de viajes de estudios de instituto españoles e italianos. ¿Seríamos justos si los llamamos maleducados y arrabaleros? ¿Eran peores que los hooligans ingleses en Lloret de Mar? ¿Nos estamos haciendo viejos y somos demasiado críticos, o eran simplemente la embajada más vergonzosa que podemos enviar al extranjero? Bueno, ya sabéis de lo que hablo…

Todo esto pasaba en una de las más bellas plazas de Europa (la de la Ciudad Vieja), frente al reloj astronómico cuyos autómatas medievales nos bailaron las 22:30.



El Barrio Judío y un recorrido bastante largo subiendo a pie y volviendo a bajar de la catedral de San Vito



y de la fortaleza, desde cuyas ventanas fueron lanzados el 23 de mayo de 1618 dos gobernadores del Sacro Imperio Romano Germánico y un notario a manos de algunos aristócratas de Bohemia, fue lo que tocó a continuación.



Afortunadamente no se mataron porque cayeron en un montón de ¡estiércol! La Historia recuerda este hecho como la Defenestración de Praga (en realidad fue la 2ª de las tres que ha habido).

Es, salvando las muchas diferencias, como si en una visita al ayuntamiento de Bilbao de Aznar y Acebes, cuando mandaban, unos exaltados abertzales los tiran desde el balcón hasta la ría: Incruento, pero humillante.

Salimos del castillo en el crítico momento en que los militares estaban cerrando las puertas. El paseo por sí solo justifica el viaje hasta Praga.



Las caminatas, igual que el folgar, suelen dar hambre. Y esos cinco kilómetros largos de ida y vuelta tuvieron que verse compensados con unos cuantos perritos calientes auténticos en la zona de baretos de Plaza Wenceslao y en un globalizado local del KFC.

Sacamos el coche del aparcamiento subterráneo, nos gastamos las coronas en gasolina y chocolates (es un vicio muy malo…) y nos acercamos a la frontera alemana de Sajonia.

Si Extremadura y Castilla-La Mancha son los paraísos de los grandes y frecuentados puticlubs de carretera, la parte checa de la que conduce a Dresde, lo es de las casitas de madera con escaparate de cristal, tenue iluminación y bicho dentro. Como en el barrio rojo de Amsterdam.

Pena de camiones agobiando por detrás y cunetas llenas de nieve, que si no os habíamos hecho alguna foto curiosa…

En el carril para ligeros del check-point alemán, una pequeña avalancha de nieve había semisepultado la cabina de control, así es que nos tuvimos que poner por la de camiones. Una risa: porque al tío lo teníamos que mirar de abajo para arriba, como cuando te sale en un peaje el tique por la ranura alta.

En el aparcamiento privado de unas tiendas del pueblo de Schmiedeberg, a pocas horas del alba, nos echamos a dormir.

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Aprovechado el parón para repostar en la gasolinera del pueblo, continuamos hasta la siguiente, donde al echar agua  –y es la primera vez que nos sucede–  el encargado nos pregunta:

–¿Cuántos litros habéis puesto?
–Unos cinco– mentí.

Y aún así se iba refunfuñando.

Nos detuvimos a comer a los pies de esta bonita iglesia ¿ortodoxa? a la entrada de Dresde en cuanto lavamos la furgo en un autowasche de monedas.



Lo poco que dejaron en pie los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial (casi 135000 muertos por las bombas de los aliados la noche de 13 de febrero de 1945)



y lo que respetan cada varios años las peligrosas crecidas del río es escaso pero muy bonito. De hecho la llaman tanto la Florencia del Elba, como la Zona Cero del Este.

Desde la Ópera hasta el mosaico La Procesión de los Príncipes (de 102 metros),





hasta la catedral y el palacio Zwinger, todo merece una visita detallada.



El resto es todo muy moderno y funcional, como el centro comercial futurista Elbe Park, donde compramos accesorios para la furgo (cepillo para las alfombrillas, mangueras transparentes…) y cenamos al vuelo en una franquicia de nuestro querido Nordsee.

Desde allí llamamos a San Sebastián para fijar la reserva en Arzak para el próximo día 31. Nos dan mesa por los pelos. Suerte que no era para viernes ni sábado, porque si no hubiera sido imposible.

Luego nos marcamos una buena vuelta por el centro, aparcados junto al teatro de Ostra-allee. Y, a la sombra de la Frauenkirche, símbolo de la destrucción de la ciudad, y hoy completamente resurgida de sus cenizas según los planos originales, nos tomamos unos capuccini en la cafetería del hotel Hilton, lo único abierto a esas horas (flecha azul).



Cerca de Chemnitz, pasada su circunvalación por la A4, nos paramos a descansar en el área de Rabenstein.


(continuará)



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #9 en: Sáb, 18 Noviembre 2006, 22:48:14, pm »
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Tras hacer vida toda la mañana acampados en la Marco Polo hasta después de comer, nos hacemos clientes del Gardencenter de Jena (necesitábamos una goma gruesa para un brico de fontanería que perfeccionamos repostando agua en la gasolinera de Aral).

Fue precísamente en esta localidad donde el 14 de Octubre de 1806, de nuevo victorioso, Napoleón Bonaparte aplastó a las tropas prusianas de Federico Guillermo III. La conquista de Erfurt y Berlín fue un paseo triunfal desde esa fecha para los soldados franceses.

Nuestro encuentro en el sitio de la Batalla de Jena no iba a ser con ningún galo, sino con el doctor Félix M. Werner,



el insigne y polifacético neurofisiólogo, puntero en la investigación sobre la enfermedad de Alzheimer, y que fue letrista de algunas de las canciones del grupo Queen. Aunque vive y enseña en esta moderna ciudad universitaria, colabora habitualmente con la de Salamanca.

¿Qué mejor cicerone para mostrarnos la torre de la empresa óptica Zeiss o la Galería Goethe?





O, en el terreno de lo práctico, llevarnos al apropiado aparcamiento Rathaus, a conocer las calles a tiro hecho, o a sentarnos a la mesa del Ratszeise, un bonito restaurante ubicado en la planta baja del viejo ayuntamiento.

Allí aprendimos a decir en alemán un montón de cosas de las de comer, que por supuesto ya se nos han olvidado…

Una vez le acercamos hasta su casa en las afueras y tomamos algo de líquidos inflamables en la Shell para que se tranquilizara nuestro V6, otro recorrido, esta vez por Weimar, nos corresponde a pocos kilómetros.
 


La pequeña aglomeración contiene los lares donde vivieron Goethe y Schiller, en cuya Oda a la Alegría se basó Beethoven para componer el célebre final de la Novena sinfonía, hoy Himno de Europa.

Aquí también se redactó la Constitución Alemana que rigió entre la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del nazismo. Lo que se denominó República de Weimar.

La sobredosis de historia concentrada nos adormece no muy lejos de allí, al lado de Bad Hersfeld, en un área de descanso de la autopista A4.

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En cuanto hicimos la colada pusimos proa hacia Kassel. Pero nada más ver los logos de su IKEA nos metimos como sonámbulos a ver novedades. Si creéis que todas las tiendas son iguales… acertáis a medias. Aunque sólo sea en las comidas, ya hay cosas diferentes. Por cierto, la Lasaña de brócoli estaba de rechupete.

Gris, aséptica, ordenadamente industrial. Alemana simplemente. Así es la ciudad vista desde el mirador de Hércules. En el LIDL de al lado nos aprovisionamos para continuar hacia Hannover, la ciudad de las ferias y exposiciones por excelencia.



La verdad es que el día había tenido mucha carretera y pocos atractivos. Así es que nos acostamos no muy tarde en el aparcamiento libre del Zoológico que está en medio de un frondoso bosque que, a la sazón, tenía la carretera cortada en un punto. Lo cual nos benefició para no tener ruidos de tráfico durante la madrugada y parte de la mañana.

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En el centro había algunas horteradas como ésta,



de la que salían turistas ávidos de experimentar sentirse Gerente de Urbanismo de Marbella por unos minutos.

Nosotros habíamos guardado el buga en el aparcamiento de Goethestrasse para estar a tiro de piedra de todo.

La visita se articuló con dos comidas: la del mediodía en el enésimo Nordsee; y la de la noche en un chino con las servilletas dobladas con escrupulosos pliegues de papiroflexia. Entre medias, a disfrutar de lo que se daba.

Hasta que tuvimos que abrirnos paso rumbo a las afueras de Münster, la modélica capital histórica de la región de Westfalia que da nombre, entre otras muchas cosas, a los brillantes carroceros de nuestros campers.

El nuestro pernoctó sin nadie que le hiciera compañía, con la luna casi llena, inundado de luz blanquecina, en un pelado bosque de robles de formas inquietantes. Al fondo, el fragor apagado de la autopista A1.



(continuará)



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #10 en: Sáb, 18 Noviembre 2006, 22:55:25, pm »
19


Antes de entrar en la propia ciudad, hechas las labores del hogar, repusimos el agua gastada en la gasolinera y nos dirigimos directamente al aparcamiento descubierto de la catedral.



La relativa cercanía al mar del Norte y la falta de obstáculos orográficos beneficia el clima de Renania. De hecho nos sentamos a comer en la terraza del Mc Donald’s sin ningún problema. Legiones de estudiantes, toneladas de bicicletas, muchas de ellas sin atar en ningún sitio, ni siquiera a sí mismas, casitas encantadoras…



Y una bombonería de escándalo en el 24 de Salzstraße. Se llama Grotemeyer.

Mañana tenemos programada una visita a la fábrica de las Viano Marco Polo, las Sprinter James Cook y las Ford Nugget en Westfalia Van Conversion, que es como se llaman oficialmente los chicos que nos hacen las furgos más habitables.

Así es que, rápidamente nos vamos a reconocer el terreno hacia Rheda-Wiedenbrück por la carretera 64. Repostamos, vemos el entorno de la inmensa factoría para no dar palos de ciego por la mañana y nos vamos a cenar al comedor del hotel Reuter donde por encima de la Brocheta de conejo o la Tarta de mango destacó la amabilidad de las chicas que nos atendieron.

Cuando ya nos alejábamos despacito con el coche después de salir, la voz a gritos de una de ellas que decía:

–Ihre jacket! Ihre jacket!

nos hizo comprender que nos habíamos dejado una chupa en el respaldo de la silla.

En un rincón tranquilo del aparcamiento de camiones para proveedores de piezas, protegidos del ruido de la autopista por sus propias pantallas rugosas, dormimos hasta primera hora de la mañana con la emoción de ver al detalle dentro de un rato cómo se habrían fabricado cada pieza sobre las que ahora reposábamos.

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Hecha la compra en el súper y lavado y repostado el vehículo, lo primero que llama la atención a la puerta de la fábrica a las nueve de la mañana es la inmensa campa donde se acumulan las unidades ya listas para ser devueltas a los concesionarios que las encargaron.

–Ahí debió de estar la nuestra–  pensamos como quien vuelve al colegio de su infancia para recorrer las viejas aulas…
 
Al fondo las Marco Polo. En primer plano las James Cook.



Entramos tímidamente por la puerta de empleados y en las primeras oficinas nos hacemos entender en inglés con una amable recepcionista que nos emplaza para dos horas después.

–La visita (exclusiva para nosotros dos) será a las once.

Un botones de dieciocho años justos, serio, responsable, con pecas en la cara y un correctísimo inglés modulado en voz grave, nos mete en su Mercedes Vaneo (el feísimo modelo, de catastróficas ventas en España) y nos da una vuelta por los alrededores. La fábrica ocupa muchas manzanas y está dividida en varias secciones.

El plano de toda la zona y otros detalles ya se explicaron en este hilo, que podéis repasar.

Nuestro interés, sobre todo, era aprovechar ese tiempo para escudriñar el Centro de Clientes (Kundencenter),



donde se exponen todos los accesorios en directo y se puede comprar con toda simplicidad cualquier referencia. O aclarar esa duda infernal sobre la que en nuestra ciudad nadie ha oído hablar.

Que quieres, por ejemplo, cortinas de ducha para el portón trasero… allí las tienen. Hechas y listas para ver o comprar.

Comprobamos con vergüenza ajena que las alfombrillas para toda la parte del maletero de la Marco Polo que en varias Mercedes nos habían dicho que ¡no existían!, aquí simplemente las cogieron de la primera estantería del almacén y las probamos perfectamente en la furgo.

El mismo chaval nos condujo de nuevo en plan taxi hasta la planta principal y allí ya nos esperaba un abuelete alemán de inglés mejorable que empezó directamente a enseñarnos la factoría.

En cuanto salimos de la oficina de recepción, donde como sillones de sala de espera hay  –atención–  ¡el asiento-cama de la Marco Polo! sobre un soporte que imita los carriles del suelo, lo primero que vimos fue una cola de Vianos recién traídos de Vitoria con todo hecho menos lo que ellos iban a carrozar. Curioso ver así las furgos.

Por supuesto, nada de fotos. Ni con el móvil ni nada. Imposible hacer la pirula. Lo siento. No hubo picaresca que valiera.

La cadena de montaje se divide en estaciones. En cada una se monta un grupo de sistemas y cada varios minutos la fila avanza hasta el siguiente estadio.

Apilados a los costados hay cajas de componentes que van entrando por puertas laterales mediante los modos logísticos Just-in-time (JIT) y Just-in-sequence (JIS), de forma que haya siempre lo necesario para instalar perfectamente todos los opcionales que la furgoneta concreta que se está montando en cada estación requiera por sus códigos de pedido.

Impresionante.

Fotos en color de los principales defectos enviados por los clientes o descubiertos por los operarios (humedades, roturas, fugas, pandeos…) cuelgan en los carteles de anuncios de cada operario para ser evitados en el futuro y perfeccionar el ensamblaje. ¡Qué gente más metódica!

Es alucinante cómo un robot coge todo el conjunto de muebles ropero-nevera-fregadero de una sola pieza y lo mete en el habitáculo haciendo giros imposibles.

Microfilmé con la retina todo lo que pude de lo que se ve por detrás de los muebles antes de entrar en el vehículo para poder saber cómo van instaladas las cosas. Porque me esperan muchas intervenciones por ahí dentro…  No tuve la suerte de disponer de estas fotos que se pusieron por el Foro con las tripas de los de la California T5 a la vista.



Nos encantó ver los moldes de madera del techo elevable donde un fino chorrito de fibra de vidrio líquida va conformando la silueta final. Todo artesanal.

El encargado de la estación que monta los bajos del asiento del copiloto nos regaló unas impresiones con las funciones de los cinco fusibles que en ningún concesionario (por supuesto, no vienen en las instrucciones) nos habían sabido aclarar. Resulta que son los de los encendedores piezoeléctricos de los fogones (1 y 2) y del cargador de baterías (3 al 5)



Otro tanto gozamos en las cadenas de la Ford Nugget y de la Sprinter James Cook, (verdaderamente enormes) aunque con menos intensidad porque no eran nuestros modelos.

Tras otra pasada por el Kundencenter para recoger unos catálogos, camino de Düsseldorf, comimos en un área de la autopista con el techo levantado, para más tarde empezar recorriendo los barrios periféricos y finalmente acomodarnos en la ciudad en un aparcamiento cuyo vigilante hablaba bastante bien la lengua de Cervantes.

Cenar en el Nordsee local, golosinear en otro Starbucks Coffee  y pulsar el buen ambientillo que había por las calles,





fue lo siguiente antes de recorrer el Hofgarten y salir hacia el Sur. No había tiempo que perder.

En Aquisgrán (Aachen), donde la nochebuena del año 800 fue coronado por el papa León III el Emperador Carlomagno, cuyos restos se custodian tras estos muros,



no hicimos más que un corto reconocimiento de las zonas peatonales del centro y volver a sacar el Viano del aparcamiento. Lo programado era alcanzar la histórica villa de Maastrich, ya en Holanda.

Allí, después de mucho buscar, porque no es fácil, encontramos una esquina rodeada de setos en la urbanización Amby.

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Conscientes de que aquí, en Mastrique, a orillas del Mosa, se firmó el 7 de febrero de 1992 el Tratado de la Unión Europea por el que se consagra la unidad política del continente, nos imbuimos de ese espíritu de ciudadanía común y nos lanzamos a sus calles, dejado el coche en la plaza del mercado.



Aunque en la oficina de turismo cobran por los folletos normales, en la tiendas son agradables y compramos un montón de cosas de comer y de vestir.



En el bufé de los grandes almacenes Grote Staat nos ponemos finos y  –craso error–  tomamos una A25 atascada hasta las trancas. Aunque al final conseguimos llegar a la localidad belga de Lieja, en cuya calle Sur la Fontaine hacemos una gran colada en la lavandería (con un yonqui tirado a la puerta) de enfrente del aparcamiento vigilado tipo silo, todavía bajo los cómicos efectos del baile por soleares que se marcó el de la garita en cuanto supo nuestra nacionalidad. Es increíble cuánto identifican España con Andalucía fuera de nuestras lindes. De todas formas el tipo tenía pinta de no tomar las comidas con agua.

Después de ver por fuera, en la misma clave institucionalista, la Comisión Europea de Bruselas, nos relajamos por la inmensa capital que desde la última vez hemos encontrado más limpia y con grandes obras terminadas.

Aparcar es jodido. Así es que optamos por el parking del hotel Bedford, no muy retirado de la Grande Place, especialmente bonita esa noche de frío y neblina.



En el escaparate de esta librería de viejo, como reclamo, lomos de volúmenes ensartados con tornillos y tuercas.



El único kebab (aquí hay muchísimos) que había abierto por las callejuelas de la parte antigua, cerca de la estatua del niño meando (Manneken Pis),



nos dio de cenar antes de ver qué tal había quedado la anunciada reforma en profundidad del símbolo de la ciudad: el Atomium.



Pasados a Francia, antes de llegar a Valenciennes, levantamos el techo en un área y nos dimos las buenas noches.


(continuará)



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #11 en: Sáb, 18 Noviembre 2006, 22:58:22, pm »
22


El ruidito infame de una cortadora de césped y un control policial dentro del aparcamiento nos hicieron decidir rápidamente por el desayuno. En estas reacciones de la vida diaria uno necesita muchas veces de algún catalizador…

El Auchan (Alcampo) de la ciudad nos sirvió para lavar el coche y repostar dulces. Luego, en la gasolinera de Graincourt lo rellenamos de agua y guías turísticas de las regiones del norte del país.

Tras comer muy tarde en otra parada de la autopista, casi al ocaso, nos acercamos hasta el fotogénico Chateâu de Chantilly.

Una de las cosas más recientes por las que es famoso este lugar fue el pantagruélico y desaforado bodorrio que celebró Ronaldo con la bien alimentada Daniella Cicarelli.

Aunque no le valió de mucho a juzgar por la famosa folladita debajo del agua en la que la han pillado hace poco en este video:



Otro descanso en la concurrida área de Chennevières nos dejó a tiro de piedra de París en donde entramos por el barrio de St Dennis, el del Estadio.

Plantamos la Marco Polo en el sitio que quisimos frente a École Militaire, desde donde seguramente mejor se ven los espectáculos nocturnos de iluminación a colores o chiribitas del poste eléctrico más famoso del globo (No, no tiene nada de Photoshop).



Y con esta vista cenamos en la furgo. Pocas veces en la vida se come tan barato y con tan buen decorado…

El dormir lo fijamos en el enorme Bois de Vincennes, un poco apartados de la zona de puterío para estar más tranquilos.

Al igual que sucede en la avenida Carlomagno de Lyon, las cuquis viven en este bosque en sus furgonetas blancas y, si están libres para recibir, ponen una vela encendida en el lado interno del parabrisas. Si están entregadas a la faena o por el contrario no la tienen ni la quieren, pues la apagan. Así de fácil.

Nosotros hicimos lo mismo: apagamos… y nos pusimos los tapones en los oídos.

23


De buena mañana, y por  lo mismo, con horribles retenciones en lo que equivale allí por ejemplo a la M30 madrileña (Boulevard Périphérique), y aunque no las pudimos ver directamente porque no teníamos ni categoría suficiente ni cita previa, nos acercamos a la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, en el barrio de Sèvres. Allí se conservan las unidades del sistema métrico decimal materializadas en lingotes de platino e iridio. Tienen la barra de un metro, la pesa de un kilogramo etc, que sirven como referente patrón en todo el planeta.

La conservadora que nos atendió nos explicó, mientras nos obsequiaba con unos libros de la Oficina, que sólo dejan ver estas joyas en estrictas circunstancias a científicos o personalidades. Si a alguno le gusta el tema, el libro, en versión electrónica, lo tenéis pulsando aquí.

Como no somos nada de todo eso, nos marchamos, agradecidos, de París hacia el Sur.

En el Auchan de Villebone, rellenamos de gasofa y le damos un poco de vidilla a la lavadora. Luego nos ensuciamos por dentro ingiriendo esas ¿comidas? que empiezan por Mac.

Francia vista de paso, cuando vas o vuelves de sitios lejanos, siempre se nos ha hecho cuesta arriba. Es demasiado plana y extensa. Ya se ha dicho antes que lo que nos gusta es la arruga herciniana o alpina. Es más bonita. Por eso pasan sin pena ni gloria un montón de lugares como Châteauroux, adonde llegamos por las A10, A71 y A20; el área de descanso de Avionneurs, motivo de esparcimiento por un rato; o Limoges, la capital de las finas porcelanas artísticas.

En la Marco Polo hay de todo lo que se pueda necesitar en un periplo largo. Incluso una cortadora de pelo. Así es que le damos un repaso a nuestros occipitales y parietales para que luzcan bien aseados. Luego una cena aparcados frente al palacio del equivalente a nuestras diputaciones provinciales o forales, realmente bello,



y corriendo a conocer el lago Uzurat, camino del cual encontramos y ayudamos en la curva de entrada a la autopista a un tío borracho con el coche cruzado porque se acababa de estrellar contra el pretil bionda. Suerte que el TIR que venía detrás iba despacio y no se lo comió con patatas.

Cada día, a base de miles de kilómetros de experiencia, nos damos cuenta de que la principal causa de los accidentes es el no respetar las limitaciones de velocidad. Yo mismo hago memoria de los accidentes (ninguno grave) que he tenido con coches y bicicletas y en todos ha intervenido el ir más deprisa de lo que se debía.

Y este chico quedó malparado seguramente por no ir a los 30 km/h que marcaba el enlace. Aparte del cebollón que llevaba.

Tomado su batido de 98 octanos en la A20, la furgo nos acercó un poco más al Midi francés, concretamente a una vieja curva abandonada de la N140, en Cuzance, junto a la salida de Brive-la-Gaillarde. Allí pusimos los garbanzos a remojo.

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Tras poner a punto algo de ropa limpia en donde habíamos dormido, nos reincorporamos a la A20 para comer en el bufé del Autogrill del área de las Causses du Lot.

Cualquier término orográfico francés que tenga la palabra causses, quiere decir que es una zona de mesetas (600-800 m de altitud) de suelos calizos. Por aquí, cerca del Macizo Central, hay muchas así. Aprovechad por lo menos la próxima edición del Tour en la tele para comprobarlo. A mí no me entusiasma nada ver retransmisiones de deportes, pero si hay vistas de helicóptero me engancho. Son como las vistas de satélite de Google Earth, pero en vivo.

Hablando de deportes y de bufés, en el establecimiento había todo un equipo de rugby recién bajado de su autobús de concentración dispuesto a arrasar con los víveres que se le pusieran por delante…

Luego esquivamos (¡benditos avisos del navegador!) el monumental atasco de la travesía de Montauban, cuyo Leclerc nos vino bien para la compra y el repostaje.

Y de allí a Toulouse, capital del Midi, meca de la arquitectura de ladrillo rojo cara vista, al estilo del mudéjar aragonés. Un poco de esparcimiento por el bosque de la Île du Ramier, a orillas del Garona, y a dormir allí mismo al arrullo de la corriente, que mañana el día es fuertecillo.



(continuará)



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #12 en: Sáb, 18 Noviembre 2006, 23:01:59, pm »
25


La cita previa la teníamos desde semanas antes. Con nuestro e-mail de confirmación impreso en la mano, a la hora convenida, las 09:15, nos presentamos a la puerta de la Factoría Airbus, junto al aeropuerto de Colomiers-Blagnac. La empresa que se encarga de las visitas programadas, por si alguien también es forofo de la ingeniería, es Taxiway.



Los que viváis cerca de la frontera francesa, ya no tenéis excusa si no os habéis subido al Concorde o no habéis visto cómo se ensamblan las piezas de este gigante.



Es la típica excursión inolvidable de un día…

Con la incredulidad satisfecha de cómo una cosa de 540 Tm, o sea, algo más de doscientas Marco Polo juntas, puede volar con hasta 853 pasajeros dentro, nos volvemos a las orillas del río a comer tranquilitos, pero un poco preocupados por las cosas que revolotean por ahí arriba...

Aparcados luego por la zona de la avenue de la Gloire, en el ensanche, nos dedicamos a internet en un ciber, a la compra en un super Casino y a una visita en profundidad del tramo urbano del Canal du Midi en el barrio de Rangueil.



Un anochecer lluvioso nos retiró al hogar de nuevo en las riberas de la Île du Ramier, magnífico lugar furgoperfecto, donde los haya, hasta que después de cenar allí nos aventuramos por la N20, directos hacia la vertiente septentrional del pirineo por Foix y El Castelet.

Un poco antes de llegar a Ax-les-Thermes, nos acostamos en un entrante ancho de la carretera en cierto tramo boscoso.



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Es celebérrima esta pequeña estación balnearia, además de por el Casino y las pistas, por la piscina cuadrada altomedieval, llamada de los Leprosos por sus propiedades curativas (Bassin des Ladres), que queda a 20 m de la carretera, desde donde puede verse siempre a gente, sobre todo esquiadores, con los pies metidos, especialmente en invierno, en las aguas sulfurosas medicinales que surgen a 77ºC, las más cálidas de la cordillera.

Pues allí que los metimos nosotros también. No somos los de la foto.





La peña no es masoca. Por eso, aunque la surgencia del manantial, por la esquina Suroeste, sale como para cocer macarrones, el público se sienta por la parte opuesta del graderío. Y da un gustito…

Como andábamos mal de tiempo y ya conocíamos los caballos salvajes del puerto del Pas de la Casa, entramos en Andorra por el nada económico túnel d’Envalira, echamos gasolina en Soldeu y lavamos el coche en Encamp. Finalmente nos resguardamos en la parte para vehículos grandes del parking municipal del hipermoderno balneario de Caldea,



en Escaldes-Engordany, la segunda ciudad del principado.

Mientras la gente, sobre todo parejitas muy jóvenes (ahora está de moda ir de balnearios) se solazan en los jacuzzi colgantes y cada hora en punto comienza un espectáculo de luces y música (momento que recoge la foto desde el restaurante acristalado),



uno puede degustar en el laureado Aquarius (una estrella) cosas como la Pera en texturas o una de las cartas de aguas más pioneras, cuando en España eso era ciencia-ficción.

En la aduana española nos tocó discutir con un número de la Guardia Civil con poca empatía:

–No puede Vd registrar el vehículo porque es autocaravana-vivienda.
–Entonces todos los comandos terroristas y narcotraficantes se comprarían autocaravanas.
–Pues si no lo hacen no será porque no puedan…


Al final, como llevábamos por ahí escondida una cosa que no nos interesaba que viera, le abrimos el portón y se quedó más tranquilo.

Dejada atrás La Seu d’Urgell, en el mirador que hay en las grandes pendientes de Guardiola del Berguedà, con una luna preciosa, regulamos por primera vez la posición de la cama mediante la corrección de la suspensión neumática y nos quedamos fritos.

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Como resulta que es lunes de pascua, festivo en Cataluña, entre otros lugares, hay bastante tráfico desde la montaña hacia las ciudades. Se acaba el puente.

Mientras nos desperezamos en la intimidad de los cristales tintados, con este espectáculo rocoso por el lado del precipicio,



a escasos metros, en el arcén, los hombrecillos azules® se montan el chiringuito autonómico recaudatorio y coercitivo. Os podéis figurar: iban cayendo como moscas. Y en un sitio ideal con grandes pendientes (la gente bajaba a tumba abierta), a la salida de una curva precedida de rectas y con área de descanso para ir administrando el control cómodamente. Y en un día así les sobraba público.

Comidos en el puerto de Vallfogona, con buenas vistas, nos encaminamos a Olot donde aparte de lavar el coche nos dimos la caminata hasta el volcán, cuyo cráter es un bucólico prado.



Antes de marcharnos, utilizamos la tristemente célebre farmacia cuya titular, Maria Angels Feliu Bassols, fue secuestrada durante 492 días entre 20 de noviembre de 1992 y el 27 de febrero de 1994. Se trata del cautiverio conocido más largo padecido por una persona en España sin móvil terrorista.

Camino de Vic, bebimos las fresquísimas aguas de la fuente del Santuario de La Salut, y en la capital de La Plana cenamos en una de esas pizzerías franquiciadas de las que cierran tarde, como los VIPS, El Racó, frente a la estación de ferrocarril.

Aunque nos lo advirtieron, no les hicimos caso: el Flan del postre pesaba ¡500 g! y nos costó acabarlo…

En el aparcamiento del LIDL se acabó todo hasta el día siguiente.



(continuará)



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #13 en: Sáb, 18 Noviembre 2006, 23:04:47, pm »
28


Despedí a mi media naranja en el tren de cercanías (se iba a hacer unas compras a Barcelona) y, puntual a la cita, me presenté a las ocho en el concesionario de Mercedes.

Como ya estaban avisados (les llamamos desde Salzburgo para encargar el cristal retrovisor izquierdo que se nos había gelifractado), pues todo empezó según programa.

Para cuando os pase esta desgracia tan habitual que ya se ha comentado entre otros en este hilo, podéis vosotros mismos cambiarlo como se explica.

Luego la cosa se complicó un poco. Como en cadena. Fijáos qué pasó:

Hace unos meses ocurrió que una de las luces de matrícula del portón se inundaba de agua. Así es que me la sustituyeron y me aplicaron una medida se servicio creada por Mercedes para estos casos: hacer dos taladros inferiores a la moldura cromada que aloja estas lámparas para que al lavar el coche tenga buen drenaje y no vuelva a reproducirse el problema.

Así lo hicieron, pero, como me tocó de chapista (o planchista, como se dice por allí) el tonto de la promoción, pues al desmontar la moldura por dentro del portón me partió un embellecedor y me rasgó la lámina anticondensación. Como les obligué a reparar el daño (porque ellos ya me lo dejaban así…) y no había repuesto, pues este día que estoy relatando era el elegido para desfacer aquel entuerto.

¡Qué bonito hubiera sido que la cadena de desastres acabara ahí! Pero no. La vida es más complicada…

Cuando ya me las prometía felices con todo renovado, ¡zas!, el experto empleado de la Marca se carga el cortinero del portón por apretar de donde no debía al encajar las grapas…

El tío decía que no importaba…. Y como de nuevo no volvía a haber recambio… y el problema amenazaba con llegar al día del Juicio Final por la tarde… me puse serio y les hice desmontar la misma pieza a una Marco Polo de la exposición y ponérselo a la mía. Luego ellos ya se las arreglarían… ¿Creéis que el que tiene ahora esa furgoneta nueva, lleva la pieza renovada o la mía rota?

No quiero ni pensar en las cosas que nos hacen, que no vemos, y que llevamos por ahí dentro descojonadas sin saberlo. ¡Qué grandes profesionales hay en España!

Llegué con atascos a Barcelona justo a tiempo para reunirnos de nuevo a comer en un menú del día de la calle Casanova y divertirnos por la ciudad.

Cuando la enorme tromba de agua que cayó por la tarde nos lo permitió, avanzamos hasta el área de descanso de Villafranca del Penedès, tras el peaje de la AP7, donde cenamos.

Luego, ya en la AP2, en el área de L’Alt Camp, en el término de La Bisbal del Penedès, bajo los techitos metálicos y estrenando el set isotérmico de cinco piezas para los cristales delanteros recién adquirido en Vic, nos retiramos de un día tan duro.

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Hicimos la compra en el Sabeco de Fraga y repostamos en la gasolinera de la salida de Zaragoza, hacia donde proseguimos con algún alto para comer en Pina de Ebro. Allí los hombrecillos verdes® estaban, con modales Rambo, interceptando un turismo en el peaje.

Sin detenernos en la Caesaraugusta romana, volvimos hacia el Norte. Esta vez hasta Pamplona, donde echamos unas risas con la gente que conocemos. Muy bien rematado ha quedado el aparcamiento subterráneo de la plaza del Castillo. Y las meriendas en la pastelería Belagua de la calle Estafeta siguen como acostumbran. Nos gusta volver allí.

Como la noche acompaña, recorremos el valle de Berastegui a ratos por la autovía A15 y a ratos por las carreteras locales, como la que lleva a Areso.

Al final acabamos en San Sebastián, con la inmensidad del Cantábrico en las ventanas, aparcados en el Paseo Nuevo, a los pies del monte Urgull.

30


Limpiamos el WC químico en la alcantarilla sobre la que estratégicamente nos habíamos situado y nos entregamos al poteo por la Parte Vieja, paradigma de los paradigmas del concepto de tapa. Eso sí: a precio de plato.

¿Mi preferida? El Saquito de gambas con queso. Para el que no la haya probado, es una bolsa de delgada pasta filo rellena de crema de queso con el marisco y atada para que no se abra con hilo de puerro. Se fríe fuerte un instante y se toma crujiente de un bocado. Que es difícil de olvidar.

Como no podemos olvidarnos de la degustación que cenamos en casa de Arzak después de dejar preparada la furgo, limpia y repostada en Anoeta.

Carabineros con morcilla, Merluza al cacao, o las Frutas pomposas, un postre que imita a un volcán en erupción. ¿Qué decir de esta casa que no se haya dicho ya?

Como las vacaciones aún tienen unos días más, nos alargamos hasta Biarritz y Bayona para acabar durmiendo en la autopista a la altura de Labenne.

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En el Intermarché de Labouhyère, en plenas Landas, compramos lo que nos comemos un rato después en otro aparcamiento y lo que el motor de la furgo se traga hasta Burdeos.

Guardada en el modernísimo parking excavado en la plaza de la Bolsa, a orillas del ancho Garona, nos lanzamos a vivir la ciudad, que se afana sin conseguirlo en imitar a París.

Muy bien conseguida la reforma urbana que ha implantado el nuevo tranvía.

Junto al Grand Théâtre,



la pizzería Casuccia, donde son un encanto, sirve un postre de vainilla llamado Dame blanche muy de recomendar. Y otras muchas cosas que nos dieron fuerzas para la noche de ese viernes que acabó con una visita al gran recinto ferial de Lac desde el que regresamos a la autopista. En el área de Cestas, con el techo elevado, plantamos finalmente el campamento.

32


Allí mismo desayunamos y comimos. Luego la tarde transcurrió conociendo el bosque de Chiberta, en Anglet.

Mientras cenábamos de fast-food en Biarritz conocemos la noticia que recorre las redacciones del mundo entero: el papa Karol Wojtyla ha muerto en los palacios apostólicos del Vaticano a las 21:37.

Será difícil superar alguna vez los 127 países que visitó (más que todos sus predecesores juntos), pero no nos importaría imitarlo un poco en esa faceta.

Camino del puerto de Etxegarate, tras rellenar tanques en el Eroski de Donostia, nos vamos acercando tristes para casa. El final está cerca. En el ensanchamiento superior de la calzada sentido Burgos nos acostamos bien entrada la madrugada.

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A la hora que llegamos al centro comercial El Boulevard de Vitoria no se cocía nada más que algo de kebab. Y es lo que comimos. Luego más rutina por las AP1 y A62 descansando un buen rato en Cigales, en la provincia de Valladolid.

Al llegar a Salamanca, como casi siempre, lavar y repostar la furgo en el Leclerc. Y en este caso, un hecho luctuoso más:

El viejo Renault 21 TXE 2.0, completamente desreformado, es decir, vueltos a instalar todos sus asientos y elementos originales que fueron sustituidos



para hacerlo camper por varios años como expliqué en este brico, sale por última vez del garaje de casa para dejar sitio a la Marco Polo.

Mañana se hará cargo de él su nuevo dueño.

Snif.  :’-(



La vida es un conjunto de etapas y capítulos. Hoy se cierra uno y empieza otro. Y acaba el 33º y último de este relato.



Gracias por el interés.





Saludos.



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #14 en: Lun, 20 Noviembre 2006, 13:05:56, pm »
Felicidades y gracias por esta nueva entrega. Salud.



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Re: TREINTA Y TRES DÍAS POR HUNGRÍA
« Respuesta #15 en: Mar, 02 Enero 2007, 02:25:57, am »
Contestando a todos los que me lo habéis pedido, aquí os pongo los enlaces de lectura e impresión fácil:




Para imprimir todo el viaje como texto en formato seguido, pulsa aquí.

Si tu conexión a internet no es muy rápida, también puedes ver las etapas una a una:

1|2|3|4|5|6|7|8|9|10|11|12|13|14|15|16|17|18|19|20|21|22|23|24|25|26|27|28|29|30|31|32|33