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Autor Tema: Crónica: "Diez días por Georgia"  (Leído 4677 veces)



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Crónica: "Diez días por Georgia"
« en: Mar, 18 Septiembre 2012, 13:49:25, pm »
He leido esta cronica en el foro aventura africa y la cuelgo aqui para que tambien la disfruteis


DÍA 1. POTI-GOMISMTA-BAKHMARO-KUTAISI. 300 KMS



Tras el día de asueto salí de Poti pertrechado para resistir dos semanas a solas con la moto. El calor del mar Negro me tenía ídem, había que ascender a las cumbres cuanto antes. Camino de Ozurgeti la cosa no mejoraba,



al contrario, la vegetación subtropical me rodeaba,



y más que camino del Cáucaso parecía estar en la jungla de Vietnam.



Aquí salgo yo, por aquel laberinto de caminuchos por donde las campesinas caminaban cargadas como mulas.



Acabé entrando a la ciudad alegremente, por el cementerio.



Y puede decirse que solo salí de las llanuras de Guria cuando franqueé las puertas del recinto de la central hidroeléctrica de Bzhuzhi, donde todavía guardan algún recuerdo de épocas pasadas.



Por fin, terreno montañoso y boscoso.



Y neblinoso. Esta fue la última foto antes de sumergirme en un mar de niebla que duró decenas de kilómetros.





Estaba completamente empapado cuando las nieblas se despejaron y aparecí en Gomismta,



un poblado de veraneo a 2000 metros de altura donde todas las casas están hechas de madera. Hay cientos de ellas.





En Gomismta coincidí con gente bastante amable que me explicó con precisión la ruta que me esperaba por delante.



Más tarde comprendí que, parcialmente, me describieron la ruta que cubre regularmente el autobús de línea.



Cuando vi el autocar circulando por allí arriba me quedé sorprendido, y cuando más tarde vi la parada de autobús desde donde había partido (a 1000 metros sobre el nivel del mar más abajo) no pude más que admirar el valor y la resistencia de aquellas gentes.

Mi plan obviaba la ruta del autocar, y subía imparable por caminos deshechos, prados y canchales hasta los 2500 metros de altura, donde me encontré con la barrera infranqueable de la nieve.



La foto del satélite coincidía con la realidad. Un nevero inmenso cortaba la ruta.



Tal vez había llegado demasiado pronto (principios de julio) y la nieve no se fundía hasta bien entrado el verano. Lanzarse cuesta abajo por el valle no era plausible, las distancias y los desniveles eran muy engañosos, y vislumbraba otros neveros que se interpondrían en mi camino posteriormente. Aún así intenté seguir por la derecha pero fue en vano, la destrucción del camino era tal que suerte tuve de poder darme la vuelta a tiempo y no precipitarme en una de las abundantes grietas.

De vuelta en Gomismta comenté la experiencia con algunos chavales y, efectivamente, me confirmaron que el camino todavía estaba colapsado por la nieve y que no había nada que hacer. Si quería llegar a Bakhmaro, mi objetivo más próximo, tendría que pasar al plan B.





Tomaría la ruta del autobús, la que bajaba del kilómetro 100 al 120 del perfil hasta Khabelashvielebi por una pista vertiginosa y deshecha por la erosión. Viajar en ese autocar sí que debía ser una aventura, y no lo que estaba haciendo yo.



Con la DRZ me movía cómodamente montaña arriba y abajo, lástima que la carburación a partir de cierta altura daba problemas, y la moto se ahogaba al abrir gas. Antes de salir para Georgia la había afinado, pero quedó claro desde la primera jornada que aún iba gorda.

Desde cerca de Khabelashvielebi empecé un nuevo ascenso bordeando el macizo que rodea el pico Sakornia.



A la altura de Gorikuli unos jubilados se empeñaron en invitarme a un trago en su choza, pero decliné la invitación. Me costó salir de allí, pues uno de ellos iba tan borracho que apenas podía caminar y tuve problemas para despegarle de la moto, que le servía de apoyo vital.

Acabé en un callejón sin salida en la aldea de Meriakeli, a 2300 metros de altura, donde los más viejos del lugar me convencieron de no seguir por la ruta que tenía prevista. Me redirigieron por otro track que llevaba guardado en el gps y lo cierto es que sus explicaciones coincidían al milímetro con la ruta del gps.

Volví a encontrarme con nieve, pero esta vez, por suerte, no cubría el camino.



Llegar a Bakhmaro me estaba costando más de lo provisto y apenas había comido. La niebla y la nieve me habían retrasado y parecía que nunca iba a poder salir de aquellas montañas. Dudaba de que el camino estuviera limpio más adelante, así que cuando vi a humanos por allí me detuve a preguntar si mi ruta era correcta.



Los paisanos me confirmaron que Bakhmaro lo tenía ya a tiro de piedra, sólo me quedaban unos 15 kms por un altiplano y luego bajar al valle. Insistieron en convidarme a merendar, a lo cual no me pude negar.



Primero bocadillo de atún, luego de pepino. Comí hasta queso, que no me gusta nada. Este gentil hombre era el que repartía las viandas y la mamancia:



De bebida iban bien surtidos. Me dieron chacha (orujo), vino blanco y cerveza.



Querían que me quedara más rato, pero si quería cumplir mi plan, no tenía más remedio que despedirme de aquellos generosos georgianos y seguir ruta, de lo contrario me sorprendería la noche no sabía dónde.



Casi habría sido más prudente quedarme a dormir la siesta en el prado, porque marché del lugar bastante entonado y los caminos no estaban para cometer el menor error. Como quiera que fuese seguí adelante cruzando más aldeas de barracas como Zotikeli



hasta plantarme finalmente en Bakhmaro, la población más famosa de la zona, pero también la más masificada y menos auténtica.





Hasta Bakhmaro llega el asfalto, sólo me quedaba buscar carretera y descender hacia Kutaisi, donde tenía previsto hacer noche. En la bajada, otra vez me vi envuelto por la niebla, esquivando vacas y coches sin luces.



Dejaba atrás las cumbres de Gomismta y Bakhmaro, lugares donde parece lucir siempre el sol, protegidos por una niebla permanente que les aísla del mundo. Será por eso que suben allí a veranear, no hay duda.

A Kutaisi llegué al anochecer, justo a tiempo para encontrar cama en Giorgi's homestay, una de las mejores pensiones donde me alojé en Georgia. Los precios son de risa, igual que los servicios que ofrecen, pero para motoristas sudorosos y polvorientos es más que suficiente.

La ciudad, como las demás, está en proceso de destrucción-reconstrucción, el estado habitual del país,



aunque tratándose de la segunda ciudad del estado, también ofrecía zonas muy cuidadas y con buen ambiente.



Caía la noche y no había tiempo para más. Cenorra, hidratación cervecera y al catre. Para ser el primer día no había estado nada mal.[/quote]



DÍA 2. KUTAISI-USHGULI-MESTIA. 220 KMS



La segunda jornada debía conducirme hasta el gran Cáucaso. Un desayuno poco apetecible hace presagiar un buen día, eso debí pensar yo a la vista de esta sopa de avena con leche, blurgs. Por contra a la holandesa con la que compartí mantel debieron darle lengua, porque me puso la cabeza como un bombo con su verborrea.



Di un garbeo por la plaza central de Kutaisi



y salí de la ciudad por caminos secundarios y terciarios siguiendo la ribera del Rioni.



Crucé el río a la altura de Zarati y seguí rumbo a Achara y Tsageri, esta vez por "carretera", o mejor dicho, ex-carretera. El asfalto ha desaparecido casi por completo en muchas vías, dejando al descubierto un piso de tierra, polvo, charcos, barro, baches, mesetas, agujeros y pegotes de alquitrán. Es casi peor que ir por una pista forestal, pues el estado del terreno varía permanentemente. Los coches y camiones van muy despacio, en zig zag, esquivando obstáculos.

Yo era el más rápido con diferencia pero adelantar a los escasos vehículos que me encontraba no era fácil, en primer lugar porque bastante trabajo tienen los conductores con ir haciendo slálom permanentemente como para mirar por el retrovisor a ver si viene alguien, segundo porque las nubes de polvo que levantan no te dejan ver, tercero porque no llevo bocina para avisarles de que voy, y finalmente, porque en este país nadie te cede el paso, debe estar considerado un signo de debilidad. En muchos casos incluso me cerraban el paso cuando estaba a punto de pasarles. Primero creía que tal vez era casualidad, pero después de unas cuantas situaciones similares ya vi que la cosa iba en serio, así que cuando se ponían bravos buscaba el momento para adelantar sin compasión,  levantando todo el polvo posible para cegarles un buen rato y quitarles las ganas de picarse conmigo.

Las gasolineras que llevaba introducidas en el gps existieron en su día, las ruinas que encontraba a mi paso así lo testimoniaban. La cosa empezaba a ser preocupante hasta que vislumbré en el fondo del valle la ciudad de Tsageri, donde sin duda encontraría combustible.



Este puertecillo de montaña es la tachuela que sale en el kilómetro 70 del perfil.



En Tsageri di con una gasolinera ruinosa pero no en ruinas.



No parecía estar operativa, pero los paisanos que estaban por allí me convencieron para que esperara unos minutos a que llegara el dueño. Al final apareció el boss y reposté "petrol", en semejantes circunstancias no eliges octanaje, te conformas con que huela a gasolina.



Seguí marcha siempre cuesta arriba por la ex-carretera. El gasoil de los camiones huele tan mal que a veces percibes la peste que sueltan antes que la nube de polvo que levantan. La ruta está llena de riachuelos y fuentes donde parar a refrescarse y descansar un rato,



pero si te detienes demasiado tiempo, los coches que has adelantado vulven a ponerse delante y te toca tragar polvo hasta que los sobrepasas otra vez. O sea, mejor parar poco.



Andaba yo sediento y decidí efectuar una parada técnica en la aldea de Chvelieri. Estaba tomándome una cervezota en la calle principal cuando un cortejo silencioso de mujeres vestidas de negro empezó a descender por una calle transversal justo delante mío. Debía tratarse de un entierro y a mí me pareció de lo más inapropiado estar allí bebiendo contemplando la escena. Luego apareció la comitiva masculina



y pude entablar conversación en inglés con este simpático paisano que había pasado varios años trabajando en Dublín.



Me explicó que el difunto era un pariente suyo y que a continuación iban a celebrar un convite de despedida y que si quería podía agregarme al festín. No era una situación muy jubilosa para plantarme en casa de unos desconocidos y zamparme su comida, pero mi anfitrión insistió y yo, a dieta de barritas energéticas, no supe negarme. Dio instrucciones a otros parroquianos de que me vigilaran la moto y el equipaje y acto seguido me condujo hasta la casa donde iba a comenzar el ágape.





En la mesa de los hombres no faltaba de nada, más viandas no cabían. Comí con moderación, que nadie piense que me aproveché de aquel inesperado banquete. Probé los champiñones, el khachapuri, las ensaladas, patatas, vino, etcétera. Aún me quedaba un buen trecho hasta Mestia, así que pedí información sobre la ruta, agradecí una vez más la invitación, y volví al camino, por segundo día consecutivo, algo colocao a causa del vino georgiano.

Más me habría valido la pena quedarme en el convite funerario, pues unos kilómetros después, cerca de Zhakhunderi, empezó a llover y poco más tarde empezaron a caer rayos y truenos.

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=_lnorGvnqJo#[/youtube]

El aguacero era fuerte, y una pareja de jubilados que por allí pasaban me sugirieron refugiarme con ellos en el antiguo aserradero.



Allí metí la moto, con mucho cuidado de que las carcomidas tablas del suelo no cedieran y nos fuéramos todos al infierno.





Los rayos cada vez caían más cerca, circunstancia que parecía divertir a los vejetes. Mientras esperábamos a que pasara el chaparrón les convidé a chocolatinas, aunque con los pocos dientes que les quedaban no sé si hice lo correcto. Al final la lluvia cesó y pude continuar el viaje, ahora a través de caminos encharcados y aldeas semidesiertas. Por lo menos aquella tarde no tragaría más polvo,



todo lo contrario, era el turno del barro.



La tarde siguió plomiza y con llovizna a ratos, pero el cielo empezaba a despejarse y las primeras cumbres del gran Cáucaso se mostraron ante mis ojos.



Para celebrarlo, unos peones camineros muy dicharacheros me obsequiaron con unos largos tragos de vino,





que me permitieron mantener la tasa de alcohol en sangre en el nivel habitual de aquellos días por Georgia. Más animado, afronté la subida final hacia el puerto de Zagar a 2700 mts por un camino cada vez más estrecho y embarrado.



La pista era empinada y en ciertos momentos transcurría por dentro de un riachuelo, muy resbaladiza y exigente; seguramente la más bella de todo el recorrido caucásico.







En lo más alto del collado puse la moto a refrescar.



Después sólo quedaba dejarme caer por mejores caminos



hasta Ushguli, famosa por sus torres fortificadas





y por ser la localidad permanentemente habitada más alta de Europa (2100m).

La pista de Ushguli a Mestia tenía un cierto tráfico, es bastante la gente que se acerca a estas dos poblaciones en verano. Aquí reparé por primera vez en los UAZ 460, un todoterreno ruso muy popular por estos lares.



El día no daba para más. Apenas quedaba tiempo para vislumbrar entre las nubes el pico Ushba,



echarle un vistazo al rio Mulkhura



y buscarme una pensión en Mestia,



exactamente en lo más alto del pueblo.



Para llegar a Valodia's homestay había que subir por callejuelas embarradas, aparcar en el corral del vecino, saltar una empalizada, y luego caminar por un prado cuesta arriba un buen rato. Suerte que me ayudaron a transportar el equipaje.

Y con una buena cena y la vista del pico Tetnuldi en el horizonte acabó este segundo día.



DÍA 3. MESTIA-ADISHI-MESTIA. 150 KMS

El tercero era un día de alta montaña dedicado a explorar los contornos de los picos Ushba y Tetnuldi. Se trataba de una ruta "circular" con salida y llegada en Mestia, así que podía prescindir del maletón y disfrutar de una moto algo más ligera, cargada solo con las herramientas y alimentos más imprescindibles.



Por la mañana la ruta me llevó en dirección oeste, buscando la falda del Ushba. A la entrada del valle, en Dolasvipi, la policía me hace parar e informarles de mi destino. Les digo que voy a Mazeri, el último pueblo hasta donde llega el camino, aunque mi intención es seguir todo lo lejos que sea posible, más o menos hasta esta barrera de materiales sedimentarios, donde terminaba la pista.



Después solo quedaba la posiblidad de internarse por el bosque



siguiendo un sendero-riachuelo



que finalmente era engullido por la masa de árboles.

Desde el valle, las vistas de Ushba tampoco eran especialmente satisfactorias.



Oteé el horizonte,



y con otras montañas igualmente espectaculares en lontananza



decidí que era el momento adecuado de salir de allí hacia el este en busca del glaciar de Adishi.



Desando el camino, paso el control policial, y unos kilómetros más adelante me detengo a la sombra de una parada de autobús a tensar la cadena. Justo cuando estaba recogiendo las herramientas se para a mi lado el coche de la policía.

-PЯObLЭM?
-NIET PЯObLЭM, SPASIBA.

Se marchan. Frenan. Marcha atrás. Vuelven. Les ha gustado la moto, ay.



El rubio se conforma con unas fotos,



pero el gigante dice que quiere probarla.



Nada más salir casi se la pega. Mis reglajes blandos de suspensión no pueden con su tonelaje y la moto se retuerce como chicle en el primer viraje.



El tipo no se arredra y dice que ahora vuelve. Pasan dos o tres minutos y me temo lo peor. Estaba ya explicándole a su colega que subiéramos a la pick-up para ir a recoger lo que quedara de moto y policía cuando empezamos a oir el motor inconfundible de mi DRZ.



El agente estaba entero y la moto también, menos mal. Por lo revolucionado que llevaba el motor creo que no se atrevió a pasar de segunda en todo el rato. Mejor eso que estrellarse, el hombre fue prudente. Por mi parte, creo que fue el error más grave que cometí en todo el viaje, prestarle la moto. Si se llega a atizar un tortazo y me rompe la Suzuki podría haberme dejado sin excursión. Pero claro, si me niego y se pone borde podía haberme amargado el día también, qué dilema.

Solventados los problemas con la autoridad retorné a Mestia y tomé rumbo este, hacia Adishi y el glaciar que nace en las laderas del Tetnuldi (4850 m), una pirámide blanca que es la 10ª cumbre más elevada del Cácucaso.



A partir de Bogreshi el camino discurría permanentemente por un valle. Algunas puertas para el ganado interrumpían la pista, pero ninguna estaba cerrada con candados o cadenas. Aquí la circulación es libre.



En Adishi el camino se transformó en senda y estuve un tiempo callejeando en varias direcciones hasta dar con el rumbo correcto, o eso creía yo.



Unos hombres bajaban con sus caballerías arrastrando trineos por el sendero, así que paré el motor para no asustar a las bestias y esperé hasta que llegaron a mi altura. Les pregunté por la ruta hacia el glaciar y me explicaron que iba en dirección casi opuesta,



en realidad casi no tenía que subir, sólo seguir el valle hasta donde pudiera.



Por delante tenía un sendero que discurría a media ladera,



con poco desnivel y casi sin curvas,



pero trufado de agujeros, arroyos, escaloncillos enfangados, trampas de barro, senderos alternativos en paralelo y otros pequeños obstáculos que sumados a lo largo de 5 kilómetros fueron fatigándome paulatinamente.

Este fue el punto más lejano al que pude llegar,



que coincide con el extremo de la línea roja del mapa inferior.



Si hubiese llegado 100 años antes habría tenido el glaciar a tiro de piedra,



pero desgraciadamente, ha menguado.



Podía aproximarme, pero campo a través, porque la senda bajaba hacia el río para después cruzarlo y subir por las montañas a mi derecha. Si bajaba, no había retorno, pues la senda era demasiado empinada y estaba muy deteriorada. El río, si encontraba el vado podría cruzarlo (foto de archivo),



pero la rampa posterior hacia el collado Chkhutnieri sabía que era imposible desde aquel lado. Había que volver. Vislumbré a un grupo de senderistas que venían por el lecho del río hacia mi posición acompañados por un guía y un caballo. Decidí esperarles para intercambiar opiniones sobre la ruta. El guía se quedó bastante impresionado de ver una moto por allí y todavía más cuando le dije que iba solo. Como nuestros caminos coincidían, convinimos que yo iría delante para no espantar al animal. De paso, si me atascaba o me caía, podrían echarme una mano.

El retorno a Adishi se me hizo pesado, la senda en sentido descendente resultó ser más peligrosa que a la ida, y el cansancio empezó a pasarme factura.



El paisaje de alta montaña era precioso, salpicado de neveros y torrentes por doquier.





Iba un poco fundido. En una cornisa que estaba pasando descabalgado perdí el equilibrio, solté el manillar y la moto quedó patas arriba en el prado inferior. Pensé que los senderistas andaban todavía lejos como para ayudarme a levantarla y además estaba perdiendo toda la gasolina, así que tuve que hacer un esfuerzo de los grandes para devolver la moto a su posición natural y volver a subir a la cornisa. Superé este y otros obstáculos menores, pero acabé saliéndome de la senda buena e hice más kilómetros que los caminantes, con los que prácticamente coincidí a la llegada a Adishi. O sea, más de una hora para cubrir 5 kms.





Las callejas de la aldea eran estrechísimas y laberínticas.



Y cosas del azar, voví a coincidir con los arrieros que me habían orientado horas antes. Hubo tiempo para comentar la ruta y para tomar alguna instantánea.



David, el de la foto superior, insistió en que me quedara a comer en su casa.



La generosidad de los georgianos no tiene límite. Al igual que tampoco tienen horarios marcados para las comidas, allí la mesa está siempre dispuesta. Aunque fueran las 5 de la tarde en un momento tenían preparado mantel y viandas para hartarse.



Con lo desfallecido que andaba yo aquel condumio a base de guiso de patatas, cebollas, ensaladas, pastelillos, pan y vino me supo a gloria. Aunque sé que David y sus amigos no van a leer esto, les doy las gracias otra vez desde aquí por llevarme a su casa y darme de comer, a pesar de no conocerme e ir más sucio y maloliente que un salvaje.

Con los numerosos brindis post-comida volví a Mestia más contento que unas pascuas. Eso de acabar la tarde alcoholizado comenzaba a ser peligrosamente habitual.

Apuré la hora escasa de sol que me quedaba y me fui a dar una vuelta por el camino que conduce al glaciar Chaladi. Un puente colgante de imposible acceso para motos me cortó el paso,



de modo que hubo que poner fin a las excursiones por aquel día.



Fin de la tercera jornada.

[/quote]

DÍA 4. MESTIA-AMBROLAURI. 210 KMS

Llegaba el momento de cambiar de región. De Svaneti pasaríamos a Racha, abandonando el gran Cáucaso para visitar una zona menos elevada pero igualmente accidentada.



Por si alguien tenía dudas, sí, en algún momento lavé la ropa de batalla.



Y por si alguien quiere alojarse en casa de Valodia Khergiani, aquí está la dirección,



 aunque ya le aviso de que la calle, como tal, no existe. Llegar hasta allí es como una gymkhana. Si lo consigues dormirás y comerás de lujo por poco dinero, pero ya digo que primero hay que pasar una prueba combinada de orientación y obstáculos.

La mañana estaba soleada y me brindó la posibilidad de sacar una foto decente con el Ushba al fondo.



 A continuación, tomé la pista hacia Ushguli, pero me desvié en Lalkhori para dirigirme a Khalde, y desde allí intentaría aproximarme a uno de los glaciares que bajan desde el Shkhara (5193 mts), el 3er pico más alto del Cáucaso, la cima más a la derecha de la foto inferior.



La ruta, bastante desolada y compleja, como todas las de aquí, alternando charcos, surcos, jungla, arenas movedizas, torrentes, etc.



Llegó un punto en que seguir era imposible, pues todo el suelo estaba enfangado. La pradera que antecedía al glaciar era en realidad un pantano, aunque las hierbas altas pudieran sugerir que se trataba de un bucólico prado. Si me llego a atascar en el barro, con la moto totalmente cargada, doy fe de que no salgo. Las trampas pequeñas hasta allí pude superarlas con mucho tiento y precaución, con algún enganchón puntual, pero intentar progresar por una marisma era excesivo.



 En el mapa inferior aparece mi ruta dibujada en rojo a la derecha.



Si hubiese encontrado el acceso al camino dibujado en naranja habría podido ascender al collado Chkhutnieri y "enlazar" con la ruta del día anterior desde Adishi, pero no di con dicho camino, estaría cegado por el barro o la vegetación, o tal vez fui yo el cegato. El caso es que no lo conseguí y no puedo más que conformarme con este vídeo ajeno que muestra desde el collado la zona que recorrí el día anterior y las vistas que me perdí por no subir el puerto.

https://www.youtube.com/watch?v=GIiM_5D_O9s#ws

Tocaba retirada.



 El premio de consolación fueron las vistas, siempre fantásticas, de aquel valle de Svaneti.



Atrás quedaron Khale



y algunos de sus escasos habitantes.



En Ushguli coincidí con unos traileros checos que había conocido el día anterior.







 Paré a saludarles y a tomar una birra. El único que hablaba inglés me auguró un viaje problemático por no saber ruso. El resto se lanzaron como bestias hambrientas sobre el khachapuri que sacó la mesonera minutos después. Podían haberme avisado de que iban a comer y que me pidiera algo para acompañarles, pero no fue así. Sabían perfectamente que viajaba solo y que un poco de camaradería no me iría nada mal, pero pasaron bastante, así que apuré la cerveza y me fui a hacer una visita al glaciar Shkhara, el último de mi lista.

Camino del glaciar, a un kilómetro escaso del bar, unos cerdos como estos



 estaban chapoteando en un charco gigantesco en medio de mi trayectoria. Los muy marranos no se apartaban así que me salí un par de metros del camino para rodearlos pasando por una inofensiva alfombra de hierba, con tan mala fortuna que me quedé clavado de golpe en el barro hasta la rodilla. La concentración que me había salvado de caer en trampas similares en la montaña me faltó en este caminillo local, y las pasé canutas para salir del lodo. Todos sabemos los kilos extra que pesa una moto llena de barro, y si a eso le sumamos otros kilos suplementarios de equipaje tenemos un cóctel muy asqueroso y pesado.

Salí negro, literalmente. Para colmo poco después me topé con un puente en reparación, no quedaba más que el esqueleto y no existía vado alguno tampoco. Tuve que regresar sobre mis pasos camino de Ushguli, pasar por el lado del bar donde los checos seguían papeando y seguir ruta hacia el puerto de Zagar.



 Me detuve en una de las numerosas cascadas que jalonan la ruta y con paciencia lavé la moto para aligerarla del barro acumulado, y ya de paso me lavé a mí mismo, que iba bueno.

Última foto en lo más alto del puerto,



 y a continuación, descenso vertiginoso hacia el valle de Tsana, la única población en muchos kilómetros.





 Ojito con las sorpresas. Estos agujeros eran bastante frecuentes.



 Progresivamente la ruta deja atrás las montañas nevadas y se interna por zonas más angostas, notables por su exuberante vegetación, el barro y las nubes de insectos.



Tuve que parar unos minutos a causa de unas obras de mantenimiento.



Allí estuvieron moviendo piedras y tronchando árboles largo rato mientras yo me tostaba al sol.



Finalmente me dieron pista libre. Casi abajo del puerto paré a charlar con unos ciclistas que seguían una ruta parecida a la mía. Estos sí que tienen mérito.



Reposté en Tsageri en mi gasolinera "de confianza" y seguí mi periplo por ex-carreteras en diferentes estados de destrucción. Cerca de Achara me detuve a refrescarme en esta caudalosa fuente,



que resultó ser en realidad un área de servicio en toda regla para las marshrutkas, que paran allí con el objeto de que los pasajeros echen un trago y llenen las cantimploras para el viaje.



A Ambrulauri llegué a media tarde.



 Un coche de policía me interceptó enseguida y el agente me preguntó dónde iba.

Khobakhidze Straße? Follow me.

Total, que me escoltaron hasta la guesthouse. Aunque la tenía perfectamente situada en el gps me dejé llevar. Generalmente muchas de estas casas tienen un aspecto lastimoso por fuera, esto es habitual en todo el país, pero por dentro están limpísimas y suelen ser bastante confortables. En este caso era yo el único huésped, si exceptuamos al gato que andaba por allí,





de modo que cené en compañía de los dueños, Nana y Valeryan. El menú, muy variado: pepino, remolacha, alubias, patatas fritas, albóndigas en salsa, etc. Se me olvidaba, aquí la comida por norma general arde, pero por si no es lo bastante picante, también te ofrecen pimienta y salsas corrosivas.



En cualquier caso, creo que no pude elegir mejor pensión para mi estancia en la region de Racha.[/quote]

Sigo contando, aunque aviso que no todos los días fueron igual de espectaculares. Ojo que esto es largo, espero no aburriros.

Día 5. AMBROLAURI-TKIBULI-CHIATURA-GORI. 260 KMS

La quinta jornada sería de media montaña, que a la postre es el tipo de terreno que permite más posibilidades para rodar con una moto de enduro. En el Cáucaso me vi limitado a rodar por puertos y valles con pocas ocasiones para la improvisación; en las montañas del sur de Racha, cubiertas por tupidos bosques de pinos, abetos y abedules, podría circular a placer por una variada red de caminos.

Salí de Ambrolauri por carretera dejando atrás infinidad de pequeños poblados,



no en vano Racha se distingue por ser la región georgiana con más población dispersa de todo el país. Una vez dejé la carretera seguí atravesando aldeas que se sucedían las unas a las otras, todas iguales, inmersas en los bosques de las colinas más bajas. Imposible distinguirlas; sin referencias de donde estabas ibas siguiendo la pista hasta el siguiente grupo de casas. Y así durante kilómetros y kilómetros.



Una vez se acabaron las aldeas llegamos al bosque propiamente dicho,



donde empezaba lo que podemos llamar "mi vida entre los surcos"



o "en la encrucijada".



La erosión, pero sobre todo los camiones que usan los leñadores



han redudido los caminos a surcos de diferentes profundidades, anchuras y texturas.



Depende del surco que elijas irás directo a una trampa de barro o a una barricada de árboles caídos, o tal vez te quedarás encajado entre las paredes del mismo surco porque las alforjas o los calapiés van rozando con el terreno, o quizá la maleza se enrede entre las ruedas y te quedes clavado en seco. Depende.



A medida que iba ganando altura los caminos estaban más abandonados



y llegó un punto en que la maleza lo invadía todo,



supongo que hacía años que no subían a talar árboles y la naturaleza recuperaba lo que era suyo.

Este par de gañanes fueron mis asesores geográficos aquella mañana.



Yo creo que sólo conocían la parte baja del bosque, pero cuando les preguntaba por tal o cual ruta sobre el mapa ellos siempre decían que era posible. Este fue un problema recurrente en Georgia, la gente daba por supuesto que podía pasar con la moto por cualquier sitio, e incluso me pedían hazañas dignas de un especialista.

La mejor ruta para cruzar la cordillera que corona el pico Satsalike, que era mi objetivo, la encontré yo solito, pero a base de subir por caminuchos muy comprometidos de 1ª y 2ª velocidad durante varios kilómetros. Cuanto más subía, más comido por la vegetación y la erosión estaba el camino.



Desgraciadamente llegó el momento de plantarse. Según el track que seguía, quedaba un gran trecho todavía para llegar al collado, y decidí no arriesgar más. Había entrado en la fase de circular campo a través cuesta arriba, atravesando vegetación muy alta y sobre un lecho irregular de pedruscos, intuyendo el camino con la única ayuda del gps a través de un mar de arbustos. Aquello era soportable un tiempo, pero llegué a mi límite. Bajar me costó trabajo, la moto apenas había dejado huella entre las hierbas y tuve que esforzarme para buscar la traza menos peligrosa cuesta abajo.

Me reuní de nuevo con mis asesores y tras informarles de mi fracaso les pregunté si era posible bordear la presa de Sahori por la ribera sur.



"Por supuesto que sí", me dijeron, "sin problema". En el croquis de abajo se ve lo lejos que llegué, además de los dos intentos frustrados de cruzar la cordillera.



Me tocó recular una vez más. Esta vez prescindí del consejo de los geógrafos locales para ganar la otra orilla del lago y me fue bastante bien.

Llegué por carretera a Tkibuli donde reposté fluidos después de una mañana frustrante en los bosques.



Mi ruta para llegar a Gori había quedado truncada. Debía recurrir al mapa, el gps y la intuición para retomar el track en Chiatura. Todos mis recursos eran bastante deficientes: el mapa de papel era de escala 1.250000 y con multitud de errores, el mapa del GPS era de esos gratis hechos por voluntarios, y mi intuición no andaba fina con el tute que llevaba entre pecho y espalda.

Recuerdo que seguí a un coche que se metió por una "carretera" en dirección a un pueblo llamado Gogni,



y a partir de ahí fueron todo pistas en diversos grados de destrucción las que me llevaron hasta este punto



donde no me importó lo más mínimo que comenzara un tramo de asfalto. El próximo destino, Chiatura,



previo paso por la columna de Katski





Arriba vive un anacoreta en pleno siglo XXI.



Iglesias hay unas cuantas en la misma zona,



generalmente encaladas y con muchos iconos.



En Chiatura anduve perdido en busca del camino a Shukruti



hasta que un paisano que me vio despistado me abordó, le expliqué mi problema y acto seguido me guió con su coche hasta las afueras de la ciudad y me señaló el cruce correcto. Gracias.

A partir de Chiatura me moví por una llanura, pero los caminos se hacían muy pesados; estaban muy deteriorados, con cierto tráfico y muchísimo polvo. La zona tenía una red viaria muy densa que se extendía entre una infinidad de pequeños pueblos, sin indicadores de ningún tipo, donde tú jugabas a elegir la ruta que pudiera ser menos cansina. Dependiendo de tu fortuna podías pillar algo de asfalto o piedras y polvo sin fin.



Adelantar a través de nubes de polvo, especialmente a los camiones, era por un lado un ejercicio de aguantar la respiración, y por otro lado casi un acto de fe, pues la visiblidad era prácticamente nula. Erré mucho tiempo por aquel laberinto, hasta que aparecí en un cruce que anunciaba rutas más civilizadas.



En el mismo cruce unos paisanos me invitaron a fanta y a comer toda la sandía que pudiera.



Les conté lo que andaba haciendo por allí y decidieron montar una cena en mi honor al grito de "Ignazio, restorán, restorán!".



Me llevaron a un chiringuito perdido en medio del bosque y allí nos pusieron mesa al lado de un río.



El camarero emergía entre los árboles cargado cada vez con más viandas. Pollo, khachapuri, berenjenas fritas, ensaladas, vino a porrillo..., la hostia.



Como vieron que tenía buen saque, pidieron más de todo, además de reservarme las entrañas del pollo para mí, que debe ser algo muy apreciado en el país. Mientras comíamos practicamos diferentes rituales para beber el vino, como por ejemplo cruzando los brazos y aguantando el vaso en alto con el comensal de al lado. La conversación derivó desde el fútbol y la geografía a temas más profundos como la política, la religión y el origen del mundo.

A punto de reventar ya, pidieron el cuerno.



Es costumbre soltar un discurso mientras sostienes el cuerno para después ofrecer un brindis a tus acompañantes.



Llegado mi turno yo les di las gracias por la invitación y la compañía tras un día tan frustrante en los bosques.



"Gaumarjos" (salud) es la palabra más repetida en estos saraos.

https://www.youtube.com/watch?v=ATcOVDlolbE#

Gracias desde aquí especialmente a Zviadi, que fue quien pagó la fiesta,



y en general a todos los demás por estar allí y animarme el día con su increíble hospitalidad.

Casi no podía moverme de lo que había comido, y los vapores etílicos me tenían algo desconcertado. Estábamos en los últimos momentos del atardecer y les comuniqué a mis anfitriones que quería llegar a Gori antes de que cayera la noche. Me costó un tiempo que levantáramos la sesión, como es habitual en estos casos. Luego seguimos con el cachondeo de que tenía que conducir la moto despacito para no pegármela. Al final, tras muchos besos y abrazos conseguí ponerme en marcha hacia Gori.

Habían pasado ya algunos kilómetros cuando mis amigos me adelantaron a toda velocidad con su furgoneta para esperarme después en el arcén. Paré a saludarles una vez más y a escuchar sus consejos de que no corriese en exceso. En esas estábamos cuando se detuvo a nuestro lado una furgoneta llena de policías a ver qué pasaba allí con la moto amarilla y tanta gente. Zviadi empezó a contarles la batallita en tono jocoso, momento que aproveché yo para despedirme rápidamente de todos los presentes y darme el piro, de lo contrario nos habrían dado las doce en el arcén.

Inevitablemente se me hizo de noche en la carretera, pero por suerte estaba toda asfaltada, y los últimos kilómetros antes de Gori fueron de autovía. Entré a la ciudad por unos barrios feísimos y oscuros, vaya panorama. Estaba intentando orientarme con el gps cuando se me acercó un chaval a lomos de un scooter. Le dije que buscaba algún sitio para pasar la noche y amablemente me guió a través de la ciudad hasta el hotel Victoria. El lugar era algo más finolis de lo que yo deseaba, pero por no dar más vueltas tras un día tan movidito, me quedé allí. Necesitaba un lugar tranquilo para descansar y digerir, como una pitón que acabara de zamparse un cerdo.[/quote]

PD. despues d este donde estas poniendo las miras del siguiente.  :ummm:  :ummm:  :ummm:

Bueno, no acabé todo el plan previsto, me gustaría volver y rematar la faena. Entre Georgia, Armenia y el noreste de Turquía hay montañas, praderas y lagos para hartarse.

DÍA 6. GORI-STEPANTSMINDA. 230 KMS

La sexta jornada me devolveria al gran Cáucaso, bordeando todo el tiempo la frontera con Osetia del sur.



Mi intención era abandonar Gori cuanto antes, pero mi ruta se vio frustrada pronto por una cantera que interrumpía el camino. Como las montañas que circundaban la ciudad no eran más que un mero trámite hacia mi principal objetivo, Stepantsminda, no quise perder tiempo intentando atravesar la cantera. Cogí la autovía, que estaba allí mismito, y marché rumbo a Kaspi, la siguiente ciudad de importancia, pasando primero por el lago Nadarbazevi.






Rodé después por una cresta de redondeadas colinas siempre en dirección este.



Algún hito con misteriosas inscripciones me permitía saber que estaba en algún "sitio", pues el camino cada vez se desdibujaba más y más, comido por las hierbas y el desuso.





Tras unos kilómetros cresteando el camino era engullido en este embudo:



Lástima, estratégicamente no contaba con meterme en fregados tan pronto, y renuncié a descender por aquel tubo. Para llegar a Kaspi podía improvisar una ruta campo a través bajando por suaves lomas hacia la vega del Kura, pero el desnivel era considerable y la distancia respetable, así que opté por algo silvestre pero más breve, por aquí



hasta encontrar una cómoda trocha para el ganado



y conectar de nuevo con la autovía tras cruzar Chobalauri.



Esta era una buena incorporación a la autovía, en serio. Otras eran un mero agujero entre los arbustos, a menudo con un escalón importante entre el asfalto y la tierra.

Al final no llegué a Kaspi, me desvié antes y a través de carreteras secundarias enlacé con el plan original a la altura de Ereda,



donde reanudé la marcha offroad, ascendiendo progresivamente por cerros solitarios



hasta meterme de lleno una vez más en los bosques y en los surcos habituales del país.



Acabé llegando a las inmediaciones del lago Bazaleti.





Tenía pinta de que el track hacia el castillo de Ananuri diseñado en casa era factible. Solo debía superar Dusheti y seguir rumbo norte por caminos fáciles



hasta la zona más dudosa,



totalmente abandonada,



para finalmente alcanzar este riachuelo que apenas llevaba agua



y encontrar un vado decente para cruzar al otro lado.



El premio era llegar al cabo de pocos kilómetros a la fortaleza de Ananuri,





junto a la presa de Zhinvali,



y refrescar el gaznate en algún bar de carretera.



A partir de Ananuri la ruta era un paseo siguiendo la Georgian Military Road,



una carretera de montaña que pasa primero por las pistas de esquí de Gudauri, y poco antes de culminar el puerto de Jvari (2379 m), te deja al lado de este mirador,



un monumento de la época soviética dedicado a la amistad entre los pueblos de Georgia y Rusia,



Aquí se pueden ver mejor los símbolos representativos de ambas naciones:



Por su estado de abandono los Georgianos deben estar esperando que se desmorone por sí solo. El emplazamiento es privilegiado, y si no tienes miedo de que el suelo se desplome bajo tus pies, las vistas desde la plataforma son magníficas.



El monumento es parada obligatoria para muchos de los que transitan por allí. La carretera conecta con Rusia y son muchos los turistas de ese país que se acercan a contemplar aquel vestigio de un período cada vez más lejano y olvidado.



Este hotel cochambroso situado en los alrededores también daba testimonio de otros tiempos.



Los kilómetros a más altura carecían de asfalto



y la conducción se volvió más interesante y polvorienta.



Con la moto yo era el más rápido, pero adelantar, especialmente a los trailers, suponía sumergirte en densas nubes de polvo mientras los camioneros seguían caprichosas trayectorias en zigzag evitando charcos y agujeros.

El puerto tenía otros atractivos, como las formaciones calcáreas creadas por el agua a pie de carretera



y los túneles construídos para evitar que la nieve sepulte la ruta en invierno.



Como iba bien de tiempo me aventuré por el valle de Truso,



a donde se accedía a través de otro puerto.



Los Kamaz se atrevían con cualquier rampa, pero a un ritmo lentísimo.



En este valle el agua corre por todos lados,



y también ha dejado su huella sólida.



El chaval de la foto y otro me comentaron que no intentara llegar hasta Ketrisi, la siguiente aldea, pues un destacamento militar vigilaba la frontera hacia Osetia del sur y con seguridad no me dejarían pasar. Como era tarde y sabía que el valle no tenía salida decidí tomar una última foto



mientras esperaba que el Kamaz acabara de bajar el puerto. Les costó una eternidad.



Salí del valle y volví a la Georgian Military Road camino de Stepantsminda para buscar cobijo para la noche, el día no daba para más.[/quote]

DÍA 7. STEPANTSMINDA-GORI. 280 KMS

Aquella noche en Kazbegi cayó un estruendoso y prolongadísimo diluvio. La guesthouse de Lela y Rezo Gigauri resistió relativamente bien el envite, sólo unas sonoras goteras en el centro de mi habitación pusieron de manifiesto la torrencialidad del chubasco. De madrugada tuve que salir de la cama para cambiar la ropa de sitio antes de que se empapara totalmente, y una vez en pie, salí al patio para tapar con una bolsa de plástico el escape de la moto para evitar inundaciones indeseadas. Al amanecer, los caseros encendieron la chimenea de mi habitación a primera hora, cosa muy de agradecer en aquellas frescas y húmedas circunstancias.



La mañana salió fresca y encapotada, y mis esperanzas de ver el monte Kazbek en todo su esplendor, se fueron bien pronto al traste.



Al menos subiría hasta la iglesia de Tsminda Sameba, posiblemente, el lugar más emblemático del Cáucaso georgiano.



Me quedé descansando por las inmediaciones con la esperanza de que la niebla se levantara,



pero fue en vano, de modo que tiré una última foto



y marché hacia el segundo objetivo del día: el valle de Sno.



La carretera pronto se transformó en encharcado e inundado camino





que ascendía entre empinadas laderas igualmente repletas de torrentes y cascadas.



La ruta me llevaba hacia la aldea de Juta





donde el camino se volvió todavía más difuso y embarrado.

Parecía que las nubes se disiparían de un momento a otro en cualquier instante



y que tendría ocasión de ver los picachos que rodean el monte Chaukhi, pero no fue así. En su lugar me encontré con una barrera en el camino y a los inicialmente poco simpáticos soldados del destacamento militar que vigila la cercana frontera con Rusia. El menos amigable de todos salió rápido a por mí avisándome de que guardara la cámara inmediatamente. Otro militar menos severo me tomó los datos primero y me explicó después que los soldados rusos estaban justo al otro lado de la montaña, que se trataba de una zona sensible y que no podía pasar. Cuando estuvo seguro de que yo no consituía ninguna amenaza para la seguridad del país se mostró más afable y estuvimos charlando un buen rato. Al final me dijo que me levantaban la barrera y que podía seguir adelante, aunque decliné la invitación. Sabía que el valle no tenía salida después de unos 2 kilómetros y con la niebla permanente en las cumbres no iba a poder disfrutar del paisaje.

Me disponía a marcharme cuando un tercer soldado, casi un anciano, vino a mi encuentro. Debía ser el


« Última modificación: Mar, 18 Septiembre 2012, 14:09:53, pm por boticario »



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #1 en: Mar, 18 Septiembre 2012, 14:36:32, pm »

Me disponía a marcharme cuando un tercer soldado, casi un anciano, vino a mi encuentro. Debía ser el más veterano y también el más lenguaraz e informado del escuadrón. Me informó con precisión de las altimetrías de las cimas que nos rodeaban y me comentó también que el verano anterior dos motoristas habían fracasado al intentar cruzar al valle contiguo por el puerto de montaña X. Desgraciadamente la escasa información cartográfica de la que disponía me impidió situar correctamente dicho puerto, aunque supongo que sería el que conduce a Gudamakari. Acabamos hablando de espionaje; para él el Mosad disponía siempre de la mejor información y lo sabía absolutamente todo. Finalmente, me describió la reciente guerra con Rusia como un conflicto tan desproporcionado que le parecía increíble que un país tan pequeño como Georgia pudiera subsistir con un gigante armado como vecino.

Aquella conversación puso fin a las rutas caucásicas. El día anterior había decidido iniciar ya el retorno hacia mi base en Poti. Me estaba saturando del sabor de la cerveza local, de las exploraciones por valles sin salida y de abrir brecha en solitario por bosques y puertos de montaña por donde posiblemente nunca había transitado una motocicleta. Mis planes de viaje se habían ido cumpliendo casi en su totalidad, emoción y riesgo no habían faltado ningún día, pero si hubiese contado con el apoyo de un compañero habría podido llegar más lejos en los glaciares y en los pasos más difíciles. Comprendí que las rutas previstas más arriesgadas iban a tener siempre ese componente de frustración de "habría podido continuar si..." y que, para seguir en ese plan, ya había tenido suficiente. Podía haber empleado cuatro días más en visitar Shatili y Omalo, pero pensé que sería una repetición de lo ya visto y me faltó motivación para continuar. Creo que también me afectó pensar en el pesado viaje de retorno en coche y más concretamente en el periplo turco con sus exigentes agentes aduaneros y mastodónticos atascos. Como quiera que fuese, aquel día me propuse pernoctar por segunda vez en Gori, variando el recorrido de vuelta en la medida de lo posible para no aburrirme, tarea difícil teniendo en cuenta las limitaciones de la orografía y las fronteras.

En verde la ruta del día 6, y en magenta, las variaciones del 7.



El descenso hacia el centro del país pasaba obligatoriamente por la ya conocida Georgian Military Highway.





Esta vez me detuve en lo más alto del puerto de Jvari para echarle un vistazo a estas tumbas,



que resultaron ser de los prisioneros de guerra que construyeron buena parte de la infraestructura.



También le eché una ojeada de cerca a los túneles,



imponentes por fuera, tenebrosos por dentro.



Dan miedo. Salí al exterior y la visión del verde y la cerveza me subieron la moral.



Siguió un descenso larguísmo hasta Ananuri, donde me planteé improvisar una ruta que me permitiera evitar el vado de Bantsurtkari, pues difícilmente superaría el escalón cuesta arriba. Probé caminos y senderos de todo tipo,



sin grandes rampas pero siempre embarrados. Este río de barro me cerró el paso definitivamente.



Di vueltas por prados y bosques en el entorno de Pkhundavi pero fui incapaz de abrirme paso hacia Mgliani.



No quedaba más remedio que bajar otra vez hasta las orillas del río Aragvi



y, a través de caminos más accesibles,



retomar la ruta asfática hasta Dusheti. Cerca de esa ciudad, en una fuente junto a la carretera, conocí a un tal Omari, quien me avisó de andarme con ojo si pasaba cerca de los campamentos de refugiados de los osetios en las proximidades de Gori. Lo que sucedió fue que, kilómetros más tarde, después de pasar Iltoza y buscando un sitio para cruzar el río Ksani, justo cuando iba a bastante velocidad, un nutrido grupo de policías me cortó el paso en plena carretera a unos escasos metros del puente: Conflict area. No trespassing. Según mi mapa, la frontera con Osetia del Sur estaba unos 10 kilómetros más al norte todavía, pero los límites debían haber cambiado o bien se trataba de un error cartográfico. Los agentes me rodearon para examinar de cerca la moto y tras las explicaciones pertinentes todo quedó aclarado. Sus instrucciones eran claras: tenía que volver atrás y salir haciendo un caballito. Increíble.

Poco después me encontré a un veterano motard,



intentando arrancar de manera poco ortodoxa su vieja Dnepr. ¡Vaya escándalo cuando lo consiguió!



El resto de la ruta fue fácil. Volví al lago Nadarbazevi, y una vez allí busqué parte de la ruta que había dejado pendiente el día anterior. El camino estaba sepultado por campos de cereales, pero a lo lejos vi que un Lada 124 circulaba a todo gas siguiendo un camino entre los trigales, así que fui tras él.



Eran unos chavales haciendo el cafre con el coche, y al final el camino no tenía salida, pero como las colinas permitían circular campo a través, acabé empalmando con el track que llevaba en el gps y, en un ambiente crepuscular de sombras muy alargadas, hallé el camino correcto hasta Gori, donde finalizaría la séptima jornada.



La guinda la puso la cena en el Orbi's Restaurant, donde un DJ amenizaba la cena alternando música de Julio Iglesias con techno pop. Luego llegó una cantante de refuerzo para subir de intensidad el ambiente a base de karaoke a un volumen demencial. Su interpretación en lengua vernácula de los éxitos de Ricchi e Poveri a toda mecha me dejó patidifuso y fue la señal definitiva de que no había nada más que esperar de aquel día.[/quote]



Voy con el antepenúltimo día.

DÍA 8. GORI-TBILISI. 230 KMS

Salió todo al revés. Quería seguir un rumbo siempre hacia el oeste pero terminé yendo hacia el este, acabando en la capital, Tblisi. Le tengo aversión a las grandes urbes y nada más lejos de mis planes que meterme con la moto en una ciudad de 1,5 millones de habitantes, pero así fue.



Me las prometía muy felices, ya que disponía de un track medianamente fiable para cruzar la cordillera que separa Gori de Tsalka. Con suerte, ese día llegaría a Bakuriani o Borjomi...

Sin tiempo para visitar el museo de Stalin, salí de Gori por la avenida que lleva el nombre del dictador



y nada más cruzar el puente sobre el Mtkvari surgió el primer problema: la carretera hacia Khidistavi era de dirección única, prohibida para mí, y no había manera lógica de incorporararse. Suerte que el primer paisano al que pregunté se ofreció a guiarme con su coche por un laberinto de callejas hasta dar con el acceso correcto. Fue todo asfalto hasta Ormotsi, donde empezaba lo bueno, decenas de kilómetros a través de profundos bosques subiendo y bajando por caminos con inumerables variantes.



Si esto sucedía en un claro del bosque, generalmente una de las alternativas estaba bloqueada por un charco gigante, otra estaba repleta de barro, y finalmente una tercera circunvalaba con éxito todas esas humedades. Si la ruta iba por la ladera de la montaña no había más opción que seguir un surco bien hondo durante largo rato y apechugar con el barro, el agua o los troncos que fueran surgiendo.



En algunos casos las alternativas habían surgido para salvar rampas de mucho desnivel, muy desgastadas por los camiones y la erosión natural. Menos mal, porque bajé por algunos sitios muy comprometidos, y esas alternativas me permitieron, no sin problemas, volver sobre mis pasos cuando me hizo falta. Para entender la dificultad de las zonas, baste decir que me crucé con un camión que llevaba las cadenas puestas.

La cosa no pintaba bien. Los caminos estaban muy deshechos, los pueblos que aparecían en el mapa sencillamente no existían o eran a lo sumo una casa y un corral deshabitados, las distancias se prolongaban, la desolación lo dominaba todo, y los pocos vestigios de civilización tampoco eran muy alegres que digamos:



El ataque serio a la cordillera no llegó a producirse. Antes había que cruzar este río:



y cuando llegó el momento de vadearlo, surgieron las dudas. Pateé el lecho del río con detenimiento buscando el lugar más propicio para pasar al otro lado, pero no lo vi claro. El temor a naufragar en lugar desolado pudo más que las ganas de saber qué me esperaba más adelante y di la vuelta. Entonces fue cuando me arrepentí de haber bajado por según qué cuestas, pero con esfuerzo y mucha concentración salí adelante.

Regresé a Khidistavi y, mapa en mano, improvisé otra ruta para cruzar la sierra de Trialeti hacia el sur. Desde Kavtiskhevi parecía posible llegar hasta Manglisi siguiendo una "carretera" de color amarillo. No recordaba haber visto ninguna carretera por allí en las imágenes de satélite que había repasado inumerables veces mientras planeba el viaje, pero en el mapa se veía muy claro, hasta tenían numeración oficial.

La ruta hasta Kavtiskhevi era totalmente llana, atravesando pueblitos y aldeas desperdigados a lo largo de carreteras y caminos de toda índole. En una gasolinera desvencijada reposté gasolina de bidón, la única vez en todo el viaje. Tampoco puse mucha, sólo la justa para garantizarme la autonomía necesaria para llegar hasta Manglisi.

Pasé Tsinarekhi y puse rumbo por segunda vez aquel día hacia la cordillera,



previa parada en la desierta iglesia de Maghalaant,



radiante por fuera,



tétrica por dentro.



Este coche me hizo pensar que la carretera realmente llevaba a alguna parte. Qué ingenuo.



En realidad conducía hasta el pequeño monasterio de Kvatakhevi, pero nada más. El camino se transformó en senda y aún tuve arrestos de internarme por el tupido bosque en busca de un camino cercano que aparecía en el gps, pero fue en vano.



Podía haber acudido al monasterio para que los monjes me orientaran, pero ni lo intenté. Si aquel valle tenía escapatoria era la que yo había intentado, y en moto no podía llegarse más lejos de lo que yo lo había hecho. Asumí que aquel día estaba ya perdido, y que si no quería repetir trayecto, me veía empujado a llegar a Tbilisi para bordear la cordillera por el este. Reculé, y cuando sólo llevaba recorridos unos 4 kilómetros desde el monasterio, caí en la tentación de explorar una pista que salía por mi izquierda. Total, la capital era fácilmente accesible por carretera, podía emplear las pocas horas de luz que quedaban en probar suerte por allí.

La pista era muy estrecha y enseguida empezó a ascender. El primer trecho parecía estar en uso, luego el camino empezó a empeorar y parecía morir en una casucha. Eché pie a tierra para replantearme por dónde seguir y fue entonces cuando vi a un par de leñadores descansando en una colina un poco más abajo. Intenté comunicarme por señas y a gritos con ellos para dilucidar si estaba siguiendo el camino principal pero no hubo manera. Di la vuelta y conseguí llegar hasta su posición. Allí saqué el mapa y les pedí consejo para llegar hasta Botisi, la población a donde debía conducirme la "carretera" según mi mapa. El leñador que estaba menos alcoholizado de los dos me dijo algo así como que había tenido suerte de conocerle, pues si alguien conocía bien aquel territorio, ese era él.

El territorio, por cierto, era un continuum de montañas y bosques por donde era imposible intuir la presencia de camino alguno.



El hombre me explicó la ruta correcta con profusión de detalles, la mayor parte de los cuales, evidentemente, no entendí. Volví a internarme en el bosque por los típicos caminos que ya conocía,



generalmente a la sombra, embarrados, y al límite de la desaparición por falta de uso. Enseguida desaparecieron las marcas de neumáticos, en su lugar me pareció ver alguna huella de oso bien marcada en el barro. Cuando el camino ya no podía estar más borrado, me encontré con una pequeña empalizada que me cortaba la marcha. Justo delante, un caballo y su jinete, quien estaba dando los últimos toques a los troncos de la barrera. El hombre se quedó un tanto perplejo al verme allí con la moto. Me explicó que Botisi estaba cerca, pero que después lo iba a tener crudo.

"Daroga niet!", (¡Carretera no!).

Saber algo más de ruso me habría servido de mucho en aquella situación, aunque los gestos y la expresión de la cara de mi interlocutor bastaron para comprender que posiblemente no tenía muchas posibilidades de llegar a mi objetivo. Con poca convicción pasé al otro lado de la cerca y seguí hasta vislumbrar una casa y un camión abajo en el valle.



Si había un camión, debía haber salida. Lo extraño era que el único camino en uso era el que conducía hasta mi posición, el resto parecían haber desaparecido bajo la vegetación. La bajada fue vertiginosa, pues la pista era tan empinada que estaba completamente abarrancada. Descendí con cierta indecisión: quería solventar el misterio de si el valle tenía salida, pero si me veía obligado a subir por allí lo iba a pasar mal.

Al llegar abajo me recibieron un anciano, una mujer y un niño. Me explicaron que aquella casa era en realidad Botisi. El camión estaba medio desguazado, debió llegar hasta allí hacía décadas, cuando los caminos todavía estaban transitables. Seguramente la vía de comunicación que utilizaban aquellas personas era la que yo había seguido, a pie o a caballo. Me sentí tan desolado como Charlton Heston en la escena final de El Planeta de los Simios al descubrir la Estatua de la Libertad enterrada en la arena. Cuando pregunté si podía seguir hasta Mokhisi, el siguiente pueblo, el anciano, que llevaba alguna copa de más encima, se mostró optimista, pero fui incapaz de entender sus indicaciones. El niño, que sabía alguna palabra en inglés, me explicó que me iba a encontrar un camino bloqueado por la vegetación y árboles caídos y que era inútil intentarlo. O eso entendí yo.



Se confirmaba lo que había visto desde las alturas: no se distinguía camino ni a derecha ni izquierda, parecía haber llegado a un valle prácticamente incomunicado. Quedaban un par de horas de luz y no me pareció sensato insistir por aquella vía. Una vez más tocaba retroceder. Me despedí de aquella buena gente y afronté con la máxima concentración el ascenso del camino-barranco por donde unos minutos antes había bajado. Algúnos surcos y escaloncillos me obligaron a descabalgar y empujar la moto cuesta arriba, y no sin pasar algunos apuros y sudores conseguí plantarme en el camino bueno.

Tuve que desmontar la empalizada y volver a reconstruirla chapuceramente.



Más adelante encontré al jinete que me había orientado antes, quien se mostró algo decepcionado por mi abandono. Después pasé a despedirme de los leñadores, que seguían tirados a la bartola en el mismo sitio donde los había dejado. Insistieron en que fuéramos a su casa a echar un trago (más) pero les dije que tenía prisa por llegar a Tblisi y que otra vez sería.

Ya por carretera tuve tiempo de darme un garbeo por Mtskheta para más tarde cruzarme Tblisi casi de punta a punta en busca de la única guesthouse que llevaba guardada en el gps. Por supuesto no quedaban habitaciones libres, así que saqué Laris en un cajero (también dispensaban dólares) y me busqué un hotel no excesivamente caro en el extrarradio. En Tblisi, además de sobrevivir a un tráfico densísimo, por fin vi algunas motos modernas de gran cubicaje, aunque muy pocas, porque Georgia no es un país donde abunden los vehículos de dos ruedas. Para acabar, cené algo en el restaurante del hotel, masticando y escuchando a Modern Talking (versión '98, ojo) a un volumen parecido al de una mascletà valenciana. El concepto de resturante-discoteca les pirra.

DÍA 9. TBLISI-BAKURIANI. 210 KMS

Tuve que improvisar una ruta para salir de Tbilisi en dirección oeste buscando los caminos más atractivos que me llevaran hasta Manglisi para, una vez allí, reanudar el viaje tal como lo había planeado originalmente.

Inicialmente hubo que cruzar buena parte de la ciudad



y luego internarse por los suburbios hasta salir a campo abierto.



Enseguida volví a reencontrarme con los caminos a punto de desaparecer tragados por la hierba y la sensación de no estar nunca seguro de si conducirían a algún sitio o morirían sin salida.



Tras unos 70 kilómetros de incertidumbre al final llegué a un singular paraje de colinas cubiertas con espadas gigantes y estatuas de guerreros mutilados dispersas por varios montículos.





Algunos de los visitantes que por allí campaban me explicaron que en ese lugar, llamado Didgori, los ejércitos georgianos derrotaron a los persas en el siglo XII y que dicha victoria condujo a la reconquista de Tbilisi. De cerca las espadas todavía resultaban más impresionantes y, en general, el lugar inspiraba un sentimiento ciertamente estremecedor.



Tras dar un paseo por el campo de batalla proseguí mi ruta por otras lomas siempre verdes



y con vistas menos inquietantes.



Sabía que en el Cáucaso Menor tendría ocasión de rodar por montañas suaves y sin apenas arbolado. Y así fue;  un agradable contraste con los bosques y los glaciares de las jornadas precedentes.



Me detuve en Manglisi para aprovisionarme de cerveza y khachapuri. En la licorería un grupo de gente estaba comprando litronas, eran a Irakli y sus amigos, quienes me animaron a acompañarles hasta el río Algeti para compartir un trago.



En los alrededores la gente se lo pasaba pipa dejándose arrastrar por la corriente



mientras nosotros le dábamos un buen tiento a la cerveza. Irakli me ilustró acerca de la reserva natural del Algeti



y más tarde me hizo de guía de la catedral de Manglisi.





Él y sus amigos insistieron en que me quedara en el pueblo ya que por la noche montarían una barbacoa a la que yo estaba invitado. Me habría encantado asistir, pero me pareció que era demasiado pronto para descansar aquel día y les hice entender que prefería continuar viaje hacia Bakuriani. Tenía interés en pasar a la región de Samtskhe-Javakheti y llegar a una zona de lagos que me esperaba más adelante, pero todavía no había cubierto ni la mitad del trayecto planeado.

En el mapa la línea azul corresponde a la infructuosa ruta del día anterior, la de color magenta a la del día en curso, y la línea de color granate a un atajo que cruzaba las montañas Trialeti pero que el día anterior fui incapaz de encontrar, básicamente porque no constaba en el mapa (!!!!).



Desde Manglisi hasta Imera la ruta fue asfáltica, a partir de ahí volví a las pistas de tierra donde la gente se desplazaba con anticuados turismos



o camiones como el de la foto. Atención a las cadenas que llevaba colgando del paragolpes.



Durante decenas de kilómetros rodé por un altiplano cubierto de zonas de pastura y salpicado por lagos como el de Bareti



e inmumerables aldeas como Tsintskaro, Santa, Bashkoi, Karakomi...



Cometí un error con el gps y sin querer me metí en Tedjisi, una modesta aldea,



y me fui dirección norte a través de una llanura surcada por pequeños riachuelos. El caballo de la foto inferior me jugó una mala pasada, pues estaba atado con una cuerda, y se cruzó en mi camino justo cuando yo acabé de cruzar el río. Me fue de un pelo liarme con la cuerda y caer al suelo.



Seguí un trecho a través de la pradera hasta que otro riachuelo de riberas escarpadas hizo que me replanteara la ruta: me había equivocado y en realidad estaba siguiendo el teórico final de etapa del frustrante día anterior. Sin tiempo para explorarlo, volví atrás y bordeé el pantano de Tsalka para seguir atravesando planicies verdes



y aldeas donde todavía pervive algún monumento de la época soviética.



La planicie ascendía progresivamente hacia los 2000 metros de altura, bajaba la temperatura, arreciaba el viento y el cielo se iba cubriendo de nubes.





Llegué a una zona habitada por pastores nómadas donde no era extraño ver nutridos rebaños de ovejas o cabras pastando por empinadas laderas, en este caso por las de un volcán extinto.





Otros animales menos amistosos merodeaban cerca de los campamentos de los ganaderos: los ovcharkas, enormes perros pastores con temperamento similar al de los dobermans, utilizados como vigilantes en las prisiones rusas, para matar lobos o cazar osos.



Si el camino pasaba cerca de las tiendas el ataque estaba garantizado, pues son animales muy territoriales y salían disparados a por mí. Me dio la impresión de que a veces trabajaban en equipo intentando maniobras envolventes para cercarme. Afortunadamente pude zafarme de todas sus embestidas, pero reconozco que su aspecto era atemorizador y me hicieron pasar un mal rato.

La pista cada vez subía más, y el lago Tabatskuri se fue quedando atrás.



Poco después de pasar una destartalada ermita en medio de la nada



a pista de tierra se transformó en incómoda vía empedrada.



El camino fue elevándose sobre los pastos y los ríos



hasta culminar en el puerto de Tskhratskaro (2400 m) en cuya cima, al amor de la lumbre en una barraca, me esperaba la policía. Me soprendió que en una zona alejada de cualquier frontera fueran tan rigurosos con el control de viajeros, pero se tomaron su tiempo en ficharme e interrogarme y tardé unos cuantos minutos en salir de allí.



Para acabar el día sólo me quedaba descender hasta Bakuriani, resort de montaña que fue favorito de la aristocracia rusa, los esquiadores soviéticos y, actualmente, destino de fin de semana de los georgianos.



En Bakuriani coincidí con tres endureros de Tbilisi que estaban allí de vacaciones. Enseguida me preguntaron si llevaba cámaras de recambio para comprarme una de 21". Fuimos al taller de neumáticos local y comprendí cual era su problema: el neumático había girado sobre la llanta y habían degollado la válvula de una KTM 690, el problema era que ni podían reparala ni tenían repuesto. Otra vez me ofrecieron dinero por mi cámara, pero lógicamente no acepté. Me costó un rato convencerlos de que, viajando solo, yo la necesitaba mucho más que ellos. Supongo que no querían desperdiciar ni un solo día de sus vacaciones esperando que les llegara un envío desde la capital.

Y así acabé el penúltimo día de viaje. Si todo salía bien al día siguiente llegaría a mi base en Poti. Sólo de pensar en el calor asfixiante que me esperaba a la orilla del Mar Negro ya me ponía igualmente negro.


Voy con el final.

DÍA 10- BAKURIANI-POTI. 300 Kms

Para el último día podía haberme atrevido con una exigente etapa por el sur de Javakheti bordeando la frontera con Turquía a través de un extenso y desolado altiplano, pero tenía muchas dudas sobre su viabilidad. No me apetecía enfrascarme en nuevas refriegas con los perros pastores, ni sufrir por culpa de la deficiente carburación en altura o tener que recular por la nieve acumulada en el camino. En resumen, me faltó ánimo para afrontar la que seguramente era la etapa más salvaje de mi proyecto. En su lugar opté por una etapa de perfil muy conservador, con 90 kilómetros iniciales sobre asfalto y el resto por lugares medianamente civilizados o ya conocidos.



La pista que lleva hasta el puerto de Goderdzi fue de lo más exigente del día, debido a las nubes de polvo que levantaban los numerosos camiones que por allí transitaban a paso de tortuga. Sin duda en invierno los problemas deben ser muy diferentes con la nieve y el barro, pero en pleno verano me tocó respirar tierra durante buena parte de la mañana.



Tras respostar poco antes de Khichauri volví a ascender por terreno familiar hasta Gomismta,



la primera de las aldeas de alta montaña que conocí en este viaje por el Cáucaso.



Diez días más tarde, cerraba el círculo. Ya no quedaba más que descender al Mar Negro cruzando la barrera de niebla permanente que rodea Gomismta y seguir la costa en dirección norte hasta Poti. Pasé el resto de la tarde con la gente que frecuentaba el lavadero de coches situado frente a mi hotel. Tomamos algo de beber mientras me lavaban la moto, operación que les llevó muchos minutos a causa de la porquería acumulada y el celo que puso el empleado, pero he de reconocer que me la dejaron casi más limpia que nueva.

Llegaba el momento de recoger el material y decir adiós a Georgia después de 2400 kms en moto y 10 días de intenso disfrute gracias a sus imponentes paisajes y sus hospitalarios habitantes. Necesitaría otros 6 días para recorrer 4500 aburridos kilómetros de coche hasta llegar a casa, vaya contraste.



Algunos datos rápidos que puedan ser de interés.

Neumáticos: Blando delante (Bridgestone M203, lo tenía a mano por casa y sabía que podía aguantar) y duro detrás (Mitas C-02, este lo compré exprofeso). Aguantaron los 2400 kms del viaje y otros 800 kms posteriores. He de aclarar que no fui muy rápido, así que tampoco les di mucha zurra. El Bridgestone lo desmonté con un 10% de vida aún. El Mitas sigue montado y le queda tanta vida como riesgos quieras asumir con sus tacos redondeados imposibles de gastar. Ambas ruedas fueron una buena opción, pues cumplieron sus expectativas de vida y se comportaron bien en los momentos críticos sobre barro o en los caminos destrozados.

Roturas: el tercer día rompí la cuna del gps. Por suerte el trocito de cuna que quedó sano era suficiente para soportar mínimamente el receptor y bastó con llevar el gps siempre encintado con esparadrapo para que no saliera volando. En la misma caída se abolló seriamente el radiador izquierdo. Una vez en España la bomba del agua se rompió 700 kms más tarde (la DRZ tenía entonces 14000 kms).

Motor: bien, excepto por la carburación, demasiado gorda a partir de los 2000 metros de altura y los subsiguientes ahogos al abrir gas. A veces usé gasolina de 93 octanos. Una vez en casa, cuando quise arrancar la moto, fue imposible. El motor giraba y aunque había chispa, no arrancaba. Limpié los resíduos del depósito (pocos) y los de la cubeta del carburador (¡muchísimos, nunca había visto tanta porquería!) además de soplar los chiclés y arrancó. Para el próximo viaje debo pensar en instalar el tornillo largo de regulación de riqueza y ver la manera de colocar un buen filtro de papel para la gasolina. Otra cosa que eché en falta fue el pito, muy útil en las pistas con tráfico de turismos y camiones.

Cartografía: para el gps los mapas de OpenStreetMap, gratuitos y bastante aceptables. Los mapas convencionales fueron los de Geoland, de escala bastante reducida y con deficiencias.



Recorrido: cumplí con el 80% de lo que había planeado. Ya expliqué que desisití de hacer la etapa más dura por el sur de Javakheti y las dos jornadas caucásicas por Shatili y Omalo. Recientemente supe que a finales de agosto hubo una escaramuza entre mujaidines de Daguestán y el ejército Georgiano en la garganta de Lopota, a unos escasos 20 kms de la ruta que planeé hacia Omalo.

https://en.wikipedia.org/wiki/Lopota_Gorge_hostage_crisis

Hubo secuestro de civiles y ensalada de tiros con 13 muertos en total. Es una lástima, buena parte de las fronteras son inseguras por culpa de los conflictos con Rusia, o están prácticamente cerradas, que es lo que sucede con las repúblicas independentistas de Osetia del Sur y Abjasia.



El trazo azul sobre el mapa representa la ruta real; en verde y rojo lo que no llegué a hacer.



Sólo vi una pequeña porción del Gran Cáucaso, pero es que en las circunstancias políticas actuales las partes accesibles son relativamente escasas. Por contra, el Cáucaso Menor es territorio totalmente seguro y con muchas más posiblidades para el offroad. En realidad todo el país es terreno propicio para la moto de enduro a causa de lo accidentado del relieve, la ausencia de prohibiciones para circular y la tolerancia del paisanaje. Otro factor positivo muy a tener en cuenta es el respetable tamaño de los botellines de cerveza y la abundancia de puestos de bebidas. En contra está el abandono de parte de los caminos, en vías de desaparición por falta de uso.

En resumen, el viaje fue exitoso. A pesar de la deficiente información cartográfica, los caminos imposibles, los controles policiales y las dificultades con el idioma, no puedo decir que no acabara todos los días sintiéndome satisfecho de lo acontecido a lo largo del recorrido. La población local se mostró siempre amable, y no sería justo acabar este relato sin subrayar su gran generosidad con el viajero. Debemos preguntanos si en occidente nosotros nos mostramos tan abiertos y solícitos con el extraño. Seguro que no.

FIN


« Última modificación: Mar, 18 Septiembre 2012, 14:43:54, pm por boticario »



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #2 en: Mar, 18 Septiembre 2012, 18:16:21, pm »
Impresionante el viaje!!! buena crónica y bonitas fotos!!! Por cierto, ole tus hu... por hacer ese pedazo de viaje tu solo!!
Navara D22 rally raid + hard top carryboy - Ruedas 31" - llantas bullface 8x16" - Emisora 27Mhz - GPS 7" - Faros Hella Rally 1000 - Baúl+cajonera - Snorkel - Barras de torsión OME + Gemelas misutonida (+5) - Amortiguadores OME +5 - Cabrestante CTA12000 - Gato hi-lift...



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #3 en: Mar, 18 Septiembre 2012, 18:33:58, pm »
Boticario, gracias por darnos a conocer este peazo de viaje.

Llevo desde esta mañana y a ratos intentando terminar de leer la crónica y al final he podido hacerlo..............IMPRESIONANTE.  !Qué aventura! con mayúsculas

saludos.

T3 Syncro Multivan "La Lola".........
https://foro4x4.com/foro/index.php/topic,29047.0.html



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #4 en: Mar, 18 Septiembre 2012, 18:42:14, pm »
Ya me la había leído esta mañana, pero creo que la volveré a ver esta noche con mas tranquilidad.

Una gran aventura.... ;D ;D

Una magnifica crónica ... ;) ;)

Me entran ganas de coger el coche y salir pitando.

Mil gracias por hacernos disfrutar detrás de las pantallas y abrirnos nuevos horizontes  :D :D



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #5 en: Mar, 18 Septiembre 2012, 20:44:25, pm »
 Boticario en el encabezamiento dices: "He leido esta cronica en el foro aventura africa y la cuelgo aqui para que tambien la disfruteis."
  Lo que entiendo que no eres tu, pero... ¿parece ser que si....? Es que como nunca te he visto en persona, no se si tue eres el "personaje" o no...
   Saludos



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #6 en: Mar, 18 Septiembre 2012, 20:48:53, pm »
ojala fuese yo pero no yo soy un maduro barrigon cervecero que sueña , pero solo eso sueña



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #7 en: Mar, 18 Septiembre 2012, 20:55:06, pm »
Según lo mires, ahora estamos de moda los maduros. Por otro lado, el que no sueña lo tiene mal y gracias a eso vamos escapando....¿no?  ;) ;D ;D
  Buena cronica y aunque soy el menos indicado, no desesperes, algún día haremos algo "casi" como ese tio. Mientras..... seguiremos alimentando los abdominales y soñando...  ;D
   Saludos



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #8 en: Mar, 18 Septiembre 2012, 21:59:14, pm »
fantástico, alucinante, gracias boticario, esto es todo un detallazo por tu parte :D

P.D. no dejeis de soñar ;) algún día...



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Re: Crónica: "Diez días por Georgia"
« Respuesta #9 en: Mié, 19 Septiembre 2012, 01:50:06, am »
excelente 2 personas seria perfecto  gracias