He leido esta cronica en el foro aventura africa y la cuelgo aqui para que tambien la disfruteis
DÍA 1. POTI-GOMISMTA-BAKHMARO-KUTAISI. 300 KMS
Tras el día de asueto salí de Poti pertrechado para resistir dos semanas a solas con la moto. El calor del mar Negro me tenía ídem, había que ascender a las cumbres cuanto antes. Camino de Ozurgeti la cosa no mejoraba,
al contrario, la vegetación subtropical me rodeaba,
y más que camino del Cáucaso parecía estar en la jungla de Vietnam.
Aquí salgo yo, por aquel laberinto de caminuchos por donde las campesinas caminaban cargadas como mulas.
Acabé entrando a la ciudad alegremente, por el cementerio.
Y puede decirse que solo salí de las llanuras de Guria cuando franqueé las puertas del recinto de la central hidroeléctrica de Bzhuzhi, donde todavía guardan algún recuerdo de épocas pasadas.
Por fin, terreno montañoso y boscoso.
Y neblinoso. Esta fue la última foto antes de sumergirme en un mar de niebla que duró decenas de kilómetros.
Estaba completamente empapado cuando las nieblas se despejaron y aparecí en Gomismta,
un poblado de veraneo a 2000 metros de altura donde todas las casas están hechas de madera. Hay cientos de ellas.
En Gomismta coincidí con gente bastante amable que me explicó con precisión la ruta que me esperaba por delante.
Más tarde comprendí que, parcialmente, me describieron la ruta que cubre regularmente el autobús de línea.
Cuando vi el autocar circulando por allí arriba me quedé sorprendido, y cuando más tarde vi la parada de autobús desde donde había partido (a 1000 metros sobre el nivel del mar más abajo) no pude más que admirar el valor y la resistencia de aquellas gentes.
Mi plan obviaba la ruta del autocar, y subía imparable por caminos deshechos, prados y canchales hasta los 2500 metros de altura, donde me encontré con la barrera infranqueable de la nieve.
La foto del satélite coincidía con la realidad. Un nevero inmenso cortaba la ruta.
Tal vez había llegado demasiado pronto (principios de julio) y la nieve no se fundía hasta bien entrado el verano. Lanzarse cuesta abajo por el valle no era plausible, las distancias y los desniveles eran muy engañosos, y vislumbraba otros neveros que se interpondrían en mi camino posteriormente. Aún así intenté seguir por la derecha pero fue en vano, la destrucción del camino era tal que suerte tuve de poder darme la vuelta a tiempo y no precipitarme en una de las abundantes grietas.
De vuelta en Gomismta comenté la experiencia con algunos chavales y, efectivamente, me confirmaron que el camino todavía estaba colapsado por la nieve y que no había nada que hacer. Si quería llegar a Bakhmaro, mi objetivo más próximo, tendría que pasar al plan B.
Tomaría la ruta del autobús, la que bajaba del kilómetro 100 al 120 del perfil hasta Khabelashvielebi por una pista vertiginosa y deshecha por la erosión. Viajar en ese autocar sí que debía ser una aventura, y no lo que estaba haciendo yo.
Con la DRZ me movía cómodamente montaña arriba y abajo, lástima que la carburación a partir de cierta altura daba problemas, y la moto se ahogaba al abrir gas. Antes de salir para Georgia la había afinado, pero quedó claro desde la primera jornada que aún iba gorda.
Desde cerca de Khabelashvielebi empecé un nuevo ascenso bordeando el macizo que rodea el pico Sakornia.
A la altura de Gorikuli unos jubilados se empeñaron en invitarme a un trago en su choza, pero decliné la invitación. Me costó salir de allí, pues uno de ellos iba tan borracho que apenas podía caminar y tuve problemas para despegarle de la moto, que le servía de apoyo vital.
Acabé en un callejón sin salida en la aldea de Meriakeli, a 2300 metros de altura, donde los más viejos del lugar me convencieron de no seguir por la ruta que tenía prevista. Me redirigieron por otro track que llevaba guardado en el gps y lo cierto es que sus explicaciones coincidían al milímetro con la ruta del gps.
Volví a encontrarme con nieve, pero esta vez, por suerte, no cubría el camino.
Llegar a Bakhmaro me estaba costando más de lo provisto y apenas había comido. La niebla y la nieve me habían retrasado y parecía que nunca iba a poder salir de aquellas montañas. Dudaba de que el camino estuviera limpio más adelante, así que cuando vi a humanos por allí me detuve a preguntar si mi ruta era correcta.
Los paisanos me confirmaron que Bakhmaro lo tenía ya a tiro de piedra, sólo me quedaban unos 15 kms por un altiplano y luego bajar al valle. Insistieron en convidarme a merendar, a lo cual no me pude negar.
Primero bocadillo de atún, luego de pepino. Comí hasta queso, que no me gusta nada. Este gentil hombre era el que repartía las viandas y la mamancia:
De bebida iban bien surtidos. Me dieron chacha (orujo), vino blanco y cerveza.
Querían que me quedara más rato, pero si quería cumplir mi plan, no tenía más remedio que despedirme de aquellos generosos georgianos y seguir ruta, de lo contrario me sorprendería la noche no sabía dónde.
Casi habría sido más prudente quedarme a dormir la siesta en el prado, porque marché del lugar bastante entonado y los caminos no estaban para cometer el menor error. Como quiera que fuese seguí adelante cruzando más aldeas de barracas como Zotikeli
hasta plantarme finalmente en Bakhmaro, la población más famosa de la zona, pero también la más masificada y menos auténtica.
Hasta Bakhmaro llega el asfalto, sólo me quedaba buscar carretera y descender hacia Kutaisi, donde tenía previsto hacer noche. En la bajada, otra vez me vi envuelto por la niebla, esquivando vacas y coches sin luces.
Dejaba atrás las cumbres de Gomismta y Bakhmaro, lugares donde parece lucir siempre el sol, protegidos por una niebla permanente que les aísla del mundo. Será por eso que suben allí a veranear, no hay duda.
A Kutaisi llegué al anochecer, justo a tiempo para encontrar cama en Giorgi's homestay, una de las mejores pensiones donde me alojé en Georgia. Los precios son de risa, igual que los servicios que ofrecen, pero para motoristas sudorosos y polvorientos es más que suficiente.
La ciudad, como las demás, está en proceso de destrucción-reconstrucción, el estado habitual del país,
aunque tratándose de la segunda ciudad del estado, también ofrecía zonas muy cuidadas y con buen ambiente.
Caía la noche y no había tiempo para más. Cenorra, hidratación cervecera y al catre. Para ser el primer día no había estado nada mal.[/quote]
DÍA 2. KUTAISI-USHGULI-MESTIA. 220 KMS
La segunda jornada debía conducirme hasta el gran Cáucaso. Un desayuno poco apetecible hace presagiar un buen día, eso debí pensar yo a la vista de esta sopa de avena con leche, blurgs. Por contra a la holandesa con la que compartí mantel debieron darle lengua, porque me puso la cabeza como un bombo con su verborrea.
Di un garbeo por la plaza central de Kutaisi
y salí de la ciudad por caminos secundarios y terciarios siguiendo la ribera del Rioni.
Crucé el río a la altura de Zarati y seguí rumbo a Achara y Tsageri, esta vez por "carretera", o mejor dicho, ex-carretera. El asfalto ha desaparecido casi por completo en muchas vías, dejando al descubierto un piso de tierra, polvo, charcos, barro, baches, mesetas, agujeros y pegotes de alquitrán. Es casi peor que ir por una pista forestal, pues el estado del terreno varía permanentemente. Los coches y camiones van muy despacio, en zig zag, esquivando obstáculos.
Yo era el más rápido con diferencia pero adelantar a los escasos vehículos que me encontraba no era fácil, en primer lugar porque bastante trabajo tienen los conductores con ir haciendo slálom permanentemente como para mirar por el retrovisor a ver si viene alguien, segundo porque las nubes de polvo que levantan no te dejan ver, tercero porque no llevo bocina para avisarles de que voy, y finalmente, porque en este país nadie te cede el paso, debe estar considerado un signo de debilidad. En muchos casos incluso me cerraban el paso cuando estaba a punto de pasarles. Primero creía que tal vez era casualidad, pero después de unas cuantas situaciones similares ya vi que la cosa iba en serio, así que cuando se ponían bravos buscaba el momento para adelantar sin compasión, levantando todo el polvo posible para cegarles un buen rato y quitarles las ganas de picarse conmigo.
Las gasolineras que llevaba introducidas en el gps existieron en su día, las ruinas que encontraba a mi paso así lo testimoniaban. La cosa empezaba a ser preocupante hasta que vislumbré en el fondo del valle la ciudad de Tsageri, donde sin duda encontraría combustible.
Este puertecillo de montaña es la tachuela que sale en el kilómetro 70 del perfil.
En Tsageri di con una gasolinera ruinosa pero no en ruinas.
No parecía estar operativa, pero los paisanos que estaban por allí me convencieron para que esperara unos minutos a que llegara el dueño. Al final apareció el boss y reposté "petrol", en semejantes circunstancias no eliges octanaje, te conformas con que huela a gasolina.
Seguí marcha siempre cuesta arriba por la ex-carretera. El gasoil de los camiones huele tan mal que a veces percibes la peste que sueltan antes que la nube de polvo que levantan. La ruta está llena de riachuelos y fuentes donde parar a refrescarse y descansar un rato,
pero si te detienes demasiado tiempo, los coches que has adelantado vulven a ponerse delante y te toca tragar polvo hasta que los sobrepasas otra vez. O sea, mejor parar poco.
Andaba yo sediento y decidí efectuar una parada técnica en la aldea de Chvelieri. Estaba tomándome una cervezota en la calle principal cuando un cortejo silencioso de mujeres vestidas de negro empezó a descender por una calle transversal justo delante mío. Debía tratarse de un entierro y a mí me pareció de lo más inapropiado estar allí bebiendo contemplando la escena. Luego apareció la comitiva masculina
y pude entablar conversación en inglés con este simpático paisano que había pasado varios años trabajando en Dublín.
Me explicó que el difunto era un pariente suyo y que a continuación iban a celebrar un convite de despedida y que si quería podía agregarme al festín. No era una situación muy jubilosa para plantarme en casa de unos desconocidos y zamparme su comida, pero mi anfitrión insistió y yo, a dieta de barritas energéticas, no supe negarme. Dio instrucciones a otros parroquianos de que me vigilaran la moto y el equipaje y acto seguido me condujo hasta la casa donde iba a comenzar el ágape.
En la mesa de los hombres no faltaba de nada, más viandas no cabían. Comí con moderación, que nadie piense que me aproveché de aquel inesperado banquete. Probé los champiñones, el khachapuri, las ensaladas, patatas, vino, etcétera. Aún me quedaba un buen trecho hasta Mestia, así que pedí información sobre la ruta, agradecí una vez más la invitación, y volví al camino, por segundo día consecutivo, algo colocao a causa del vino georgiano.
Más me habría valido la pena quedarme en el convite funerario, pues unos kilómetros después, cerca de Zhakhunderi, empezó a llover y poco más tarde empezaron a caer rayos y truenos.
[youtube]
https://www.youtube.com/watch?v=_lnorGvnqJo#[/youtube]
El aguacero era fuerte, y una pareja de jubilados que por allí pasaban me sugirieron refugiarme con ellos en el antiguo aserradero.
Allí metí la moto, con mucho cuidado de que las carcomidas tablas del suelo no cedieran y nos fuéramos todos al infierno.
Los rayos cada vez caían más cerca, circunstancia que parecía divertir a los vejetes. Mientras esperábamos a que pasara el chaparrón les convidé a chocolatinas, aunque con los pocos dientes que les quedaban no sé si hice lo correcto. Al final la lluvia cesó y pude continuar el viaje, ahora a través de caminos encharcados y aldeas semidesiertas. Por lo menos aquella tarde no tragaría más polvo,
todo lo contrario, era el turno del barro.
La tarde siguió plomiza y con llovizna a ratos, pero el cielo empezaba a despejarse y las primeras cumbres del gran Cáucaso se mostraron ante mis ojos.
Para celebrarlo, unos peones camineros muy dicharacheros me obsequiaron con unos largos tragos de vino,
que me permitieron mantener la tasa de alcohol en sangre en el nivel habitual de aquellos días por Georgia. Más animado, afronté la subida final hacia el puerto de Zagar a 2700 mts por un camino cada vez más estrecho y embarrado.
La pista era empinada y en ciertos momentos transcurría por dentro de un riachuelo, muy resbaladiza y exigente; seguramente la más bella de todo el recorrido caucásico.
En lo más alto del collado puse la moto a refrescar.
Después sólo quedaba dejarme caer por mejores caminos
hasta Ushguli, famosa por sus torres fortificadas
y por ser la localidad permanentemente habitada más alta de Europa (2100m).
La pista de Ushguli a Mestia tenía un cierto tráfico, es bastante la gente que se acerca a estas dos poblaciones en verano. Aquí reparé por primera vez en los UAZ 460, un todoterreno ruso muy popular por estos lares.
El día no daba para más. Apenas quedaba tiempo para vislumbrar entre las nubes el pico Ushba,
echarle un vistazo al rio Mulkhura
y buscarme una pensión en Mestia,
exactamente en lo más alto del pueblo.
Para llegar a Valodia's homestay había que subir por callejuelas embarradas, aparcar en el corral del vecino, saltar una empalizada, y luego caminar por un prado cuesta arriba un buen rato. Suerte que me ayudaron a transportar el equipaje.
Y con una buena cena y la vista del pico Tetnuldi en el horizonte acabó este segundo día.
DÍA 3. MESTIA-ADISHI-MESTIA. 150 KMS
El tercero era un día de alta montaña dedicado a explorar los contornos de los picos Ushba y Tetnuldi. Se trataba de una ruta "circular" con salida y llegada en Mestia, así que podía prescindir del maletón y disfrutar de una moto algo más ligera, cargada solo con las herramientas y alimentos más imprescindibles.
Por la mañana la ruta me llevó en dirección oeste, buscando la falda del Ushba. A la entrada del valle, en Dolasvipi, la policía me hace parar e informarles de mi destino. Les digo que voy a Mazeri, el último pueblo hasta donde llega el camino, aunque mi intención es seguir todo lo lejos que sea posible, más o menos hasta esta barrera de materiales sedimentarios, donde terminaba la pista.
Después solo quedaba la posiblidad de internarse por el bosque
siguiendo un sendero-riachuelo
que finalmente era engullido por la masa de árboles.
Desde el valle, las vistas de Ushba tampoco eran especialmente satisfactorias.
Oteé el horizonte,
y con otras montañas igualmente espectaculares en lontananza
decidí que era el momento adecuado de salir de allí hacia el este en busca del glaciar de Adishi.
Desando el camino, paso el control policial, y unos kilómetros más adelante me detengo a la sombra de una parada de autobús a tensar la cadena. Justo cuando estaba recogiendo las herramientas se para a mi lado el coche de la policía.
-PЯObLЭM?
-NIET PЯObLЭM, SPASIBA.
Se marchan. Frenan. Marcha atrás. Vuelven. Les ha gustado la moto, ay.
El rubio se conforma con unas fotos,
pero el gigante dice que quiere probarla.
Nada más salir casi se la pega. Mis reglajes blandos de suspensión no pueden con su tonelaje y la moto se retuerce como chicle en el primer viraje.
El tipo no se arredra y dice que ahora vuelve. Pasan dos o tres minutos y me temo lo peor. Estaba ya explicándole a su colega que subiéramos a la pick-up para ir a recoger lo que quedara de moto y policía cuando empezamos a oir el motor inconfundible de mi DRZ.
El agente estaba entero y la moto también, menos mal. Por lo revolucionado que llevaba el motor creo que no se atrevió a pasar de segunda en todo el rato. Mejor eso que estrellarse, el hombre fue prudente. Por mi parte, creo que fue el error más grave que cometí en todo el viaje, prestarle la moto. Si se llega a atizar un tortazo y me rompe la Suzuki podría haberme dejado sin excursión. Pero claro, si me niego y se pone borde podía haberme amargado el día también, qué dilema.
Solventados los problemas con la autoridad retorné a Mestia y tomé rumbo este, hacia Adishi y el glaciar que nace en las laderas del Tetnuldi (4850 m), una pirámide blanca que es la 10ª cumbre más elevada del Cácucaso.
A partir de Bogreshi el camino discurría permanentemente por un valle. Algunas puertas para el ganado interrumpían la pista, pero ninguna estaba cerrada con candados o cadenas. Aquí la circulación es libre.
En Adishi el camino se transformó en senda y estuve un tiempo callejeando en varias direcciones hasta dar con el rumbo correcto, o eso creía yo.
Unos hombres bajaban con sus caballerías arrastrando trineos por el sendero, así que paré el motor para no asustar a las bestias y esperé hasta que llegaron a mi altura. Les pregunté por la ruta hacia el glaciar y me explicaron que iba en dirección casi opuesta,
en realidad casi no tenía que subir, sólo seguir el valle hasta donde pudiera.
Por delante tenía un sendero que discurría a media ladera,
con poco desnivel y casi sin curvas,
pero trufado de agujeros, arroyos, escaloncillos enfangados, trampas de barro, senderos alternativos en paralelo y otros pequeños obstáculos que sumados a lo largo de 5 kilómetros fueron fatigándome paulatinamente.
Este fue el punto más lejano al que pude llegar,
que coincide con el extremo de la línea roja del mapa inferior.
Si hubiese llegado 100 años antes habría tenido el glaciar a tiro de piedra,
pero desgraciadamente, ha menguado.
Podía aproximarme, pero campo a través, porque la senda bajaba hacia el río para después cruzarlo y subir por las montañas a mi derecha. Si bajaba, no había retorno, pues la senda era demasiado empinada y estaba muy deteriorada. El río, si encontraba el vado podría cruzarlo (foto de archivo),
pero la rampa posterior hacia el collado Chkhutnieri sabía que era imposible desde aquel lado. Había que volver. Vislumbré a un grupo de senderistas que venían por el lecho del río hacia mi posición acompañados por un guía y un caballo. Decidí esperarles para intercambiar opiniones sobre la ruta. El guía se quedó bastante impresionado de ver una moto por allí y todavía más cuando le dije que iba solo. Como nuestros caminos coincidían, convinimos que yo iría delante para no espantar al animal. De paso, si me atascaba o me caía, podrían echarme una mano.
El retorno a Adishi se me hizo pesado, la senda en sentido descendente resultó ser más peligrosa que a la ida, y el cansancio empezó a pasarme factura.
El paisaje de alta montaña era precioso, salpicado de neveros y torrentes por doquier.
Iba un poco fundido. En una cornisa que estaba pasando descabalgado perdí el equilibrio, solté el manillar y la moto quedó patas arriba en el prado inferior. Pensé que los senderistas andaban todavía lejos como para ayudarme a levantarla y además estaba perdiendo toda la gasolina, así que tuve que hacer un esfuerzo de los grandes para devolver la moto a su posición natural y volver a subir a la cornisa. Superé este y otros obstáculos menores, pero acabé saliéndome de la senda buena e hice más kilómetros que los caminantes, con los que prácticamente coincidí a la llegada a Adishi. O sea, más de una hora para cubrir 5 kms.
Las callejas de la aldea eran estrechísimas y laberínticas.
Y cosas del azar, voví a coincidir con los arrieros que me habían orientado horas antes. Hubo tiempo para comentar la ruta y para tomar alguna instantánea.
David, el de la foto superior, insistió en que me quedara a comer en su casa.
La generosidad de los georgianos no tiene límite. Al igual que tampoco tienen horarios marcados para las comidas, allí la mesa está siempre dispuesta. Aunque fueran las 5 de la tarde en un momento tenían preparado mantel y viandas para hartarse.
Con lo desfallecido que andaba yo aquel condumio a base de guiso de patatas, cebollas, ensaladas, pastelillos, pan y vino me supo a gloria. Aunque sé que David y sus amigos no van a leer esto, les doy las gracias otra vez desde aquí por llevarme a su casa y darme de comer, a pesar de no conocerme e ir más sucio y maloliente que un salvaje.
Con los numerosos brindis post-comida volví a Mestia más contento que unas pascuas. Eso de acabar la tarde alcoholizado comenzaba a ser peligrosamente habitual.
Apuré la hora escasa de sol que me quedaba y me fui a dar una vuelta por el camino que conduce al glaciar Chaladi. Un puente colgante de imposible acceso para motos me cortó el paso,
de modo que hubo que poner fin a las excursiones por aquel día.
Fin de la tercera jornada.
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DÍA 4. MESTIA-AMBROLAURI. 210 KMS
Llegaba el momento de cambiar de región. De Svaneti pasaríamos a Racha, abandonando el gran Cáucaso para visitar una zona menos elevada pero igualmente accidentada.
Por si alguien tenía dudas, sí, en algún momento lavé la ropa de batalla.
Y por si alguien quiere alojarse en casa de Valodia Khergiani, aquí está la dirección,
aunque ya le aviso de que la calle, como tal, no existe. Llegar hasta allí es como una gymkhana. Si lo consigues dormirás y comerás de lujo por poco dinero, pero ya digo que primero hay que pasar una prueba combinada de orientación y obstáculos.
La mañana estaba soleada y me brindó la posibilidad de sacar una foto decente con el Ushba al fondo.
A continuación, tomé la pista hacia Ushguli, pero me desvié en Lalkhori para dirigirme a Khalde, y desde allí intentaría aproximarme a uno de los glaciares que bajan desde el Shkhara (5193 mts), el 3er pico más alto del Cáucaso, la cima más a la derecha de la foto inferior.
La ruta, bastante desolada y compleja, como todas las de aquí, alternando charcos, surcos, jungla, arenas movedizas, torrentes, etc.
Llegó un punto en que seguir era imposible, pues todo el suelo estaba enfangado. La pradera que antecedía al glaciar era en realidad un pantano, aunque las hierbas altas pudieran sugerir que se trataba de un bucólico prado. Si me llego a atascar en el barro, con la moto totalmente cargada, doy fe de que no salgo. Las trampas pequeñas hasta allí pude superarlas con mucho tiento y precaución, con algún enganchón puntual, pero intentar progresar por una marisma era excesivo.
En el mapa inferior aparece mi ruta dibujada en rojo a la derecha.
Si hubiese encontrado el acceso al camino dibujado en naranja habría podido ascender al collado Chkhutnieri y "enlazar" con la ruta del día anterior desde Adishi, pero no di con dicho camino, estaría cegado por el barro o la vegetación, o tal vez fui yo el cegato. El caso es que no lo conseguí y no puedo más que conformarme con este vídeo ajeno que muestra desde el collado la zona que recorrí el día anterior y las vistas que me perdí por no subir el puerto.
https://www.youtube.com/watch?v=GIiM_5D_O9s#wsTocaba retirada.
El premio de consolación fueron las vistas, siempre fantásticas, de aquel valle de Svaneti.
Atrás quedaron Khale
y algunos de sus escasos habitantes.
En Ushguli coincidí con unos traileros checos que había conocido el día anterior.
Paré a saludarles y a tomar una birra. El único que hablaba inglés me auguró un viaje problemático por no saber ruso. El resto se lanzaron como bestias hambrientas sobre el khachapuri que sacó la mesonera minutos después. Podían haberme avisado de que iban a comer y que me pidiera algo para acompañarles, pero no fue así. Sabían perfectamente que viajaba solo y que un poco de camaradería no me iría nada mal, pero pasaron bastante, así que apuré la cerveza y me fui a hacer una visita al glaciar Shkhara, el último de mi lista.
Camino del glaciar, a un kilómetro escaso del bar, unos cerdos como estos
estaban chapoteando en un charco gigantesco en medio de mi trayectoria. Los muy marranos no se apartaban así que me salí un par de metros del camino para rodearlos pasando por una inofensiva alfombra de hierba, con tan mala fortuna que me quedé clavado de golpe en el barro hasta la rodilla. La concentración que me había salvado de caer en trampas similares en la montaña me faltó en este caminillo local, y las pasé canutas para salir del lodo. Todos sabemos los kilos extra que pesa una moto llena de barro, y si a eso le sumamos otros kilos suplementarios de equipaje tenemos un cóctel muy asqueroso y pesado.
Salí negro, literalmente. Para colmo poco después me topé con un puente en reparación, no quedaba más que el esqueleto y no existía vado alguno tampoco. Tuve que regresar sobre mis pasos camino de Ushguli, pasar por el lado del bar donde los checos seguían papeando y seguir ruta hacia el puerto de Zagar.
Me detuve en una de las numerosas cascadas que jalonan la ruta y con paciencia lavé la moto para aligerarla del barro acumulado, y ya de paso me lavé a mí mismo, que iba bueno.
Última foto en lo más alto del puerto,
y a continuación, descenso vertiginoso hacia el valle de Tsana, la única población en muchos kilómetros.
Ojito con las sorpresas. Estos agujeros eran bastante frecuentes.
Progresivamente la ruta deja atrás las montañas nevadas y se interna por zonas más angostas, notables por su exuberante vegetación, el barro y las nubes de insectos.
Tuve que parar unos minutos a causa de unas obras de mantenimiento.
Allí estuvieron moviendo piedras y tronchando árboles largo rato mientras yo me tostaba al sol.
Finalmente me dieron pista libre. Casi abajo del puerto paré a charlar con unos ciclistas que seguían una ruta parecida a la mía. Estos sí que tienen mérito.
Reposté en Tsageri en mi gasolinera "de confianza" y seguí mi periplo por ex-carreteras en diferentes estados de destrucción. Cerca de Achara me detuve a refrescarme en esta caudalosa fuente,
que resultó ser en realidad un área de servicio en toda regla para las marshrutkas, que paran allí con el objeto de que los pasajeros echen un trago y llenen las cantimploras para el viaje.
A Ambrulauri llegué a media tarde.
Un coche de policía me interceptó enseguida y el agente me preguntó dónde iba.
Khobakhidze Straße? Follow me.
Total, que me escoltaron hasta la guesthouse. Aunque la tenía perfectamente situada en el gps me dejé llevar. Generalmente muchas de estas casas tienen un aspecto lastimoso por fuera, esto es habitual en todo el país, pero por dentro están limpísimas y suelen ser bastante confortables. En este caso era yo el único huésped, si exceptuamos al gato que andaba por allí,
de modo que cené en compañía de los dueños, Nana y Valeryan. El menú, muy variado: pepino, remolacha, alubias, patatas fritas, albóndigas en salsa, etc. Se me olvidaba, aquí la comida por norma general arde, pero por si no es lo bastante picante, también te ofrecen pimienta y salsas corrosivas.
En cualquier caso, creo que no pude elegir mejor pensión para mi estancia en la region de Racha.[/quote]
Sigo contando, aunque aviso que no todos los días fueron igual de espectaculares. Ojo que esto es largo, espero no aburriros.
Día 5. AMBROLAURI-TKIBULI-CHIATURA-GORI. 260 KMS
La quinta jornada sería de media montaña, que a la postre es el tipo de terreno que permite más posibilidades para rodar con una moto de enduro. En el Cáucaso me vi limitado a rodar por puertos y valles con pocas ocasiones para la improvisación; en las montañas del sur de Racha, cubiertas por tupidos bosques de pinos, abetos y abedules, podría circular a placer por una variada red de caminos.
Salí de Ambrolauri por carretera dejando atrás infinidad de pequeños poblados,
no en vano Racha se distingue por ser la región georgiana con más población dispersa de todo el país. Una vez dejé la carretera seguí atravesando aldeas que se sucedían las unas a las otras, todas iguales, inmersas en los bosques de las colinas más bajas. Imposible distinguirlas; sin referencias de donde estabas ibas siguiendo la pista hasta el siguiente grupo de casas. Y así durante kilómetros y kilómetros.
Una vez se acabaron las aldeas llegamos al bosque propiamente dicho,
donde empezaba lo que podemos llamar "mi vida entre los surcos"
o "en la encrucijada".
La erosión, pero sobre todo los camiones que usan los leñadores
han redudido los caminos a surcos de diferentes profundidades, anchuras y texturas.
Depende del surco que elijas irás directo a una trampa de barro o a una barricada de árboles caídos, o tal vez te quedarás encajado entre las paredes del mismo surco porque las alforjas o los calapiés van rozando con el terreno, o quizá la maleza se enrede entre las ruedas y te quedes clavado en seco. Depende.
A medida que iba ganando altura los caminos estaban más abandonados
y llegó un punto en que la maleza lo invadía todo,
supongo que hacía años que no subían a talar árboles y la naturaleza recuperaba lo que era suyo.
Este par de gañanes fueron mis asesores geográficos aquella mañana.
Yo creo que sólo conocían la parte baja del bosque, pero cuando les preguntaba por tal o cual ruta sobre el mapa ellos siempre decían que era posible. Este fue un problema recurrente en Georgia, la gente daba por supuesto que podía pasar con la moto por cualquier sitio, e incluso me pedían hazañas dignas de un especialista.
La mejor ruta para cruzar la cordillera que corona el pico Satsalike, que era mi objetivo, la encontré yo solito, pero a base de subir por caminuchos muy comprometidos de 1ª y 2ª velocidad durante varios kilómetros. Cuanto más subía, más comido por la vegetación y la erosión estaba el camino.
Desgraciadamente llegó el momento de plantarse. Según el track que seguía, quedaba un gran trecho todavía para llegar al collado, y decidí no arriesgar más. Había entrado en la fase de circular campo a través cuesta arriba, atravesando vegetación muy alta y sobre un lecho irregular de pedruscos, intuyendo el camino con la única ayuda del gps a través de un mar de arbustos. Aquello era soportable un tiempo, pero llegué a mi límite. Bajar me costó trabajo, la moto apenas había dejado huella entre las hierbas y tuve que esforzarme para buscar la traza menos peligrosa cuesta abajo.
Me reuní de nuevo con mis asesores y tras informarles de mi fracaso les pregunté si era posible bordear la presa de Sahori por la ribera sur.
"Por supuesto que sí", me dijeron, "sin problema". En el croquis de abajo se ve lo lejos que llegué, además de los dos intentos frustrados de cruzar la cordillera.
Me tocó recular una vez más. Esta vez prescindí del consejo de los geógrafos locales para ganar la otra orilla del lago y me fue bastante bien.
Llegué por carretera a Tkibuli donde reposté fluidos después de una mañana frustrante en los bosques.
Mi ruta para llegar a Gori había quedado truncada. Debía recurrir al mapa, el gps y la intuición para retomar el track en Chiatura. Todos mis recursos eran bastante deficientes: el mapa de papel era de escala 1.250000 y con multitud de errores, el mapa del GPS era de esos gratis hechos por voluntarios, y mi intuición no andaba fina con el tute que llevaba entre pecho y espalda.
Recuerdo que seguí a un coche que se metió por una "carretera" en dirección a un pueblo llamado Gogni,
y a partir de ahí fueron todo pistas en diversos grados de destrucción las que me llevaron hasta este punto
donde no me importó lo más mínimo que comenzara un tramo de asfalto. El próximo destino, Chiatura,
previo paso por la columna de Katski
Arriba vive un anacoreta en pleno siglo XXI.
Iglesias hay unas cuantas en la misma zona,
generalmente encaladas y con muchos iconos.
En Chiatura anduve perdido en busca del camino a Shukruti
hasta que un paisano que me vio despistado me abordó, le expliqué mi problema y acto seguido me guió con su coche hasta las afueras de la ciudad y me señaló el cruce correcto. Gracias.
A partir de Chiatura me moví por una llanura, pero los caminos se hacían muy pesados; estaban muy deteriorados, con cierto tráfico y muchísimo polvo. La zona tenía una red viaria muy densa que se extendía entre una infinidad de pequeños pueblos, sin indicadores de ningún tipo, donde tú jugabas a elegir la ruta que pudiera ser menos cansina. Dependiendo de tu fortuna podías pillar algo de asfalto o piedras y polvo sin fin.
Adelantar a través de nubes de polvo, especialmente a los camiones, era por un lado un ejercicio de aguantar la respiración, y por otro lado casi un acto de fe, pues la visiblidad era prácticamente nula. Erré mucho tiempo por aquel laberinto, hasta que aparecí en un cruce que anunciaba rutas más civilizadas.
En el mismo cruce unos paisanos me invitaron a fanta y a comer toda la sandía que pudiera.
Les conté lo que andaba haciendo por allí y decidieron montar una cena en mi honor al grito de "Ignazio, restorán, restorán!".
Me llevaron a un chiringuito perdido en medio del bosque y allí nos pusieron mesa al lado de un río.
El camarero emergía entre los árboles cargado cada vez con más viandas. Pollo, khachapuri, berenjenas fritas, ensaladas, vino a porrillo..., la hostia.
Como vieron que tenía buen saque, pidieron más de todo, además de reservarme las entrañas del pollo para mí, que debe ser algo muy apreciado en el país. Mientras comíamos practicamos diferentes rituales para beber el vino, como por ejemplo cruzando los brazos y aguantando el vaso en alto con el comensal de al lado. La conversación derivó desde el fútbol y la geografía a temas más profundos como la política, la religión y el origen del mundo.
A punto de reventar ya, pidieron el cuerno.
Es costumbre soltar un discurso mientras sostienes el cuerno para después ofrecer un brindis a tus acompañantes.
Llegado mi turno yo les di las gracias por la invitación y la compañía tras un día tan frustrante en los bosques.
"Gaumarjos" (salud) es la palabra más repetida en estos saraos.
https://www.youtube.com/watch?v=ATcOVDlolbE#Gracias desde aquí especialmente a Zviadi, que fue quien pagó la fiesta,
y en general a todos los demás por estar allí y animarme el día con su increíble hospitalidad.
Casi no podía moverme de lo que había comido, y los vapores etílicos me tenían algo desconcertado. Estábamos en los últimos momentos del atardecer y les comuniqué a mis anfitriones que quería llegar a Gori antes de que cayera la noche. Me costó un tiempo que levantáramos la sesión, como es habitual en estos casos. Luego seguimos con el cachondeo de que tenía que conducir la moto despacito para no pegármela. Al final, tras muchos besos y abrazos conseguí ponerme en marcha hacia Gori.
Habían pasado ya algunos kilómetros cuando mis amigos me adelantaron a toda velocidad con su furgoneta para esperarme después en el arcén. Paré a saludarles una vez más y a escuchar sus consejos de que no corriese en exceso. En esas estábamos cuando se detuvo a nuestro lado una furgoneta llena de policías a ver qué pasaba allí con la moto amarilla y tanta gente. Zviadi empezó a contarles la batallita en tono jocoso, momento que aproveché yo para despedirme rápidamente de todos los presentes y darme el piro, de lo contrario nos habrían dado las doce en el arcén.
Inevitablemente se me hizo de noche en la carretera, pero por suerte estaba toda asfaltada, y los últimos kilómetros antes de Gori fueron de autovía. Entré a la ciudad por unos barrios feísimos y oscuros, vaya panorama. Estaba intentando orientarme con el gps cuando se me acercó un chaval a lomos de un scooter. Le dije que buscaba algún sitio para pasar la noche y amablemente me guió a través de la ciudad hasta el hotel Victoria. El lugar era algo más finolis de lo que yo deseaba, pero por no dar más vueltas tras un día tan movidito, me quedé allí. Necesitaba un lugar tranquilo para descansar y digerir, como una pitón que acabara de zamparse un cerdo.[/quote]
PD. despues d este donde estas poniendo las miras del siguiente. :ummm: :ummm: :ummm:
Bueno, no acabé todo el plan previsto, me gustaría volver y rematar la faena. Entre Georgia, Armenia y el noreste de Turquía hay montañas, praderas y lagos para hartarse.
DÍA 6. GORI-STEPANTSMINDA. 230 KMS
La sexta jornada me devolveria al gran Cáucaso, bordeando todo el tiempo la frontera con Osetia del sur.
Mi intención era abandonar Gori cuanto antes, pero mi ruta se vio frustrada pronto por una cantera que interrumpía el camino. Como las montañas que circundaban la ciudad no eran más que un mero trámite hacia mi principal objetivo, Stepantsminda, no quise perder tiempo intentando atravesar la cantera. Cogí la autovía, que estaba allí mismito, y marché rumbo a Kaspi, la siguiente ciudad de importancia, pasando primero por el lago Nadarbazevi.
Rodé después por una cresta de redondeadas colinas siempre en dirección este.
Algún hito con misteriosas inscripciones me permitía saber que estaba en algún "sitio", pues el camino cada vez se desdibujaba más y más, comido por las hierbas y el desuso.
Tras unos kilómetros cresteando el camino era engullido en este embudo:
Lástima, estratégicamente no contaba con meterme en fregados tan pronto, y renuncié a descender por aquel tubo. Para llegar a Kaspi podía improvisar una ruta campo a través bajando por suaves lomas hacia la vega del Kura, pero el desnivel era considerable y la distancia respetable, así que opté por algo silvestre pero más breve, por aquí
hasta encontrar una cómoda trocha para el ganado
y conectar de nuevo con la autovía tras cruzar Chobalauri.
Esta era una buena incorporación a la autovía, en serio. Otras eran un mero agujero entre los arbustos, a menudo con un escalón importante entre el asfalto y la tierra.
Al final no llegué a Kaspi, me desvié antes y a través de carreteras secundarias enlacé con el plan original a la altura de Ereda,
donde reanudé la marcha offroad, ascendiendo progresivamente por cerros solitarios
hasta meterme de lleno una vez más en los bosques y en los surcos habituales del país.
Acabé llegando a las inmediaciones del lago Bazaleti.
Tenía pinta de que el track hacia el castillo de Ananuri diseñado en casa era factible. Solo debía superar Dusheti y seguir rumbo norte por caminos fáciles
hasta la zona más dudosa,
totalmente abandonada,
para finalmente alcanzar este riachuelo que apenas llevaba agua
y encontrar un vado decente para cruzar al otro lado.
El premio era llegar al cabo de pocos kilómetros a la fortaleza de Ananuri,
junto a la presa de Zhinvali,
y refrescar el gaznate en algún bar de carretera.
A partir de Ananuri la ruta era un paseo siguiendo la Georgian Military Road,
una carretera de montaña que pasa primero por las pistas de esquí de Gudauri, y poco antes de culminar el puerto de Jvari (2379 m), te deja al lado de este mirador,
un monumento de la época soviética dedicado a la amistad entre los pueblos de Georgia y Rusia,
Aquí se pueden ver mejor los símbolos representativos de ambas naciones:
Por su estado de abandono los Georgianos deben estar esperando que se desmorone por sí solo. El emplazamiento es privilegiado, y si no tienes miedo de que el suelo se desplome bajo tus pies, las vistas desde la plataforma son magníficas.
El monumento es parada obligatoria para muchos de los que transitan por allí. La carretera conecta con Rusia y son muchos los turistas de ese país que se acercan a contemplar aquel vestigio de un período cada vez más lejano y olvidado.
Este hotel cochambroso situado en los alrededores también daba testimonio de otros tiempos.
Los kilómetros a más altura carecían de asfalto
y la conducción se volvió más interesante y polvorienta.
Con la moto yo era el más rápido, pero adelantar, especialmente a los trailers, suponía sumergirte en densas nubes de polvo mientras los camioneros seguían caprichosas trayectorias en zigzag evitando charcos y agujeros.
El puerto tenía otros atractivos, como las formaciones calcáreas creadas por el agua a pie de carretera
y los túneles construídos para evitar que la nieve sepulte la ruta en invierno.
Como iba bien de tiempo me aventuré por el valle de Truso,
a donde se accedía a través de otro puerto.
Los Kamaz se atrevían con cualquier rampa, pero a un ritmo lentísimo.
En este valle el agua corre por todos lados,
y también ha dejado su huella sólida.
El chaval de la foto y otro me comentaron que no intentara llegar hasta Ketrisi, la siguiente aldea, pues un destacamento militar vigilaba la frontera hacia Osetia del sur y con seguridad no me dejarían pasar. Como era tarde y sabía que el valle no tenía salida decidí tomar una última foto
mientras esperaba que el Kamaz acabara de bajar el puerto. Les costó una eternidad.
Salí del valle y volví a la Georgian Military Road camino de Stepantsminda para buscar cobijo para la noche, el día no daba para más.[/quote]
DÍA 7. STEPANTSMINDA-GORI. 280 KMS
Aquella noche en Kazbegi cayó un estruendoso y prolongadísimo diluvio. La guesthouse de Lela y Rezo Gigauri resistió relativamente bien el envite, sólo unas sonoras goteras en el centro de mi habitación pusieron de manifiesto la torrencialidad del chubasco. De madrugada tuve que salir de la cama para cambiar la ropa de sitio antes de que se empapara totalmente, y una vez en pie, salí al patio para tapar con una bolsa de plástico el escape de la moto para evitar inundaciones indeseadas. Al amanecer, los caseros encendieron la chimenea de mi habitación a primera hora, cosa muy de agradecer en aquellas frescas y húmedas circunstancias.
La mañana salió fresca y encapotada, y mis esperanzas de ver el monte Kazbek en todo su esplendor, se fueron bien pronto al traste.
Al menos subiría hasta la iglesia de Tsminda Sameba, posiblemente, el lugar más emblemático del Cáucaso georgiano.
Me quedé descansando por las inmediaciones con la esperanza de que la niebla se levantara,
pero fue en vano, de modo que tiré una última foto
y marché hacia el segundo objetivo del día: el valle de Sno.
La carretera pronto se transformó en encharcado e inundado camino
que ascendía entre empinadas laderas igualmente repletas de torrentes y cascadas.
La ruta me llevaba hacia la aldea de Juta
donde el camino se volvió todavía más difuso y embarrado.
Parecía que las nubes se disiparían de un momento a otro en cualquier instante
y que tendría ocasión de ver los picachos que rodean el monte Chaukhi, pero no fue así. En su lugar me encontré con una barrera en el camino y a los inicialmente poco simpáticos soldados del destacamento militar que vigila la cercana frontera con Rusia. El menos amigable de todos salió rápido a por mí avisándome de que guardara la cámara inmediatamente. Otro militar menos severo me tomó los datos primero y me explicó después que los soldados rusos estaban justo al otro lado de la montaña, que se trataba de una zona sensible y que no podía pasar. Cuando estuvo seguro de que yo no consituía ninguna amenaza para la seguridad del país se mostró más afable y estuvimos charlando un buen rato. Al final me dijo que me levantaban la barrera y que podía seguir adelante, aunque decliné la invitación. Sabía que el valle no tenía salida después de unos 2 kilómetros y con la niebla permanente en las cumbres no iba a poder disfrutar del paisaje.
Me disponía a marcharme cuando un tercer soldado, casi un anciano, vino a mi encuentro. Debía ser el
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